Laurel de la India de Chilpancingo

Ficus nítida y F. religiosa. La especie es majestuosa, con follaje denso, que se encuentra en parques y jardines de la República Mexicana, y en todas las regiones de Guerrero, donde se le conoce como yucateco o trueno. Se reproduce por estacas que se hacen durante el invierno de ramas formadas en ese mismo año. Se pueden poner a encallecer en arena húmeda o directamente en la almáciga. Se reproduce también por acodos.

Según la leyenda, un caballero venía de la Ciudad de México a visitar a su novia, que radicaba en Chilpancingo, trayéndole como obsequio dos arbolitos de laurel de la India.

Al darse cuenta de que ya se había casado con otro caballero y no deseando regresar con los arbolitos, los obsequió a la señora Rita Marquina, quien a principios de 1900 los sembró juntos, como si fuesen uno solo, uniendo el cariño de los novios.

Al paso de los años, llegaron a crecer tanto sus ramas que colgaban sobre el techo del antiguo Palacio de Gobierno, después ayuntamiento, posteriormente Instituto Guerrerense de la Cultura y hoy Museo Regional de Guerrero.

Se observaba que en determinadas épocas del año floreaban unas ramas y otras no; era clara muestra de que efectivamente se trataba de dos árboles.

El poeta Lamberto Alarcón Catalán escribió el poema Al laurel del templo de Chilpancingo, que dice:

He vuelto a mi ciudad; sólo por verte,
por estar a tu sombra,
por escuchar bajo tus verdes ramas
la charla de mi novia,
mientras arriba de nosotros tiemblan
la seda de las alas de los pájaros,
el cantar de la brisa, como un río
de corriente lejana y rumorosa.

He vuelto a la ciudad de mis ensueños,
porque siempre, a la hora
en que vuelven al alma los recuerdos,
los nidos de tu fronda
desde lejos me hablaban de unas voces
que llenaban de nuevo el pensamiento
y cantaban de nuevo en la memoria.
He vuelto a mi ciudad, porque mis ojos
salían de sus órbitas
anhelando siquiera adivinarte,
adivinar tu forma
y columpiarse en el vaivén del viento
que mece las hamacas de tus pájaros
al rumor cadencioso de tus hojas.

Porque tú no has pensado en arrojarme
jamás de tu memoria;
porque eres fiel como el recuerdo mismo,
por eso canto ahora,
y en el yunque de plata de mi verso
forjo el cantar que te diré mañana
cuando venga a dormir bajo tu fronda.

Por bueno te quisiera diminuto,
casi como una rosa;
quisiera que cupieses en el hueco
que mis manos te forman
y llevarte conmigo por los rumbos
abiertos de la vida, mientras tanto
vuelvo a charlar de nuevo con mi novia.
Pero ya que jamás he de lograrlo,
te pediré una cosa:
que cuando sola junto a ti pasare,
le digas en tu lengua rumorosa
que no olvide traerme cuando muera
a descansar bajo tu verde fronda,
para que pueda en la compacta sombra
del sepulcro, saber cuándo amanece,
porque escuche la orquesta de tus pájaros
que cantan a la aurora.

Chilpancingo, Gro., 1938.

El poeta Arturo Nava Díaz publica, en 1989, en Amor y melancolía, el soneto que dice:

Al laurel seco de mi pueblo

La insolación carcome tu esqueleto;
y al vulnerar tu tronco, por la rama
sube un furor de angustia que reclama
una inminente poda, ¡por respeto!

El follaje fugaz, el trino escueto
son inútil recuerdo de tu fama.
A tu mortal raíz se anuncia llama
que hace de la indolencia parapeto.

Diste cumbre a la cruz, altura al viento.
El ruin te partirá: astilla vana.
Servirás de muñón: cobarde asiento.

Y en vez de ágil palabra: parla enana.
Las vecinas dirán que fuiste aliento
la torre del amor, y el alma sana.

Existen varias versiones sobre la muerte de tan precioso árbol. Una, que al realizarse la excavación para el paso a desnivel del centro de la ciudad, la maquinaria pesada le cortó muchas raíces; y otra, cuando se celebraron fiestas religiosas en el atrio de la iglesia, para sostener manteados, carteles, etc., se incrustaron varios clavos grandes al tronco, y de allí provino la lenta agonía.

El fitopatólogo Pablo Jiménez fue el último en tratar de salvarlo, sin éxito.

Más aún, personal de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos hizo un pozo junto a la raíz para ponerle fertilizante y tratar de revivirlo, pero sucedió todo lo contrario: se pasaron de fertilizante y aceleraron su muerte.

Hoy, en su reemplazo, se levanta un nuevo árbol de la misma especie que fue sembrado por el presbítero Humberto Osorio Refino hace aproximadamente 23 años, y sigue creciendo como su antecesor, robusto y de amplias ramas.

(JGC