Izazaga Martínez, José María de la Luz

Insurgente, precursor de la Independencia. Nació en 1786 en la hacienda del Rosario, hoy Coahuayutla, municipio que desde 1988 se denomina oficialmente Coahuayutla de José María Izazaga, en honor suyo. Se desconoce la causa y la fecha de su muerte, aunque existen documentos fechados en 1850 que informan que estaba gravemente enfermo, por lo que es posible que haya fallecido ese mismo año o en 1851. Hijo de don José Juan de Izazaga, de origen vasco, y de una señora de apellido Martínez, de quien se ignora el nombre completo y su origen.

Cuando José María Izazaga nació, José María Morelos y Pavón –ya de 20 años de edad– trabajaba como arriero en la hacienda del Rosario, oficio que desempeñó cerca de cinco años, ganándose el afecto y la confianza de la familia Izazaga; ello provocó que el viejo y rico hacendado decidiera ayudar al necesitado y animoso joven Morelos, ofreciéndole apoyo económico para que pudiera dedicarse a la carrera eclesiástica. Esto sucedió en 1790.

Concluida la carrera sacerdotal en 1795, Morelos, mientras esperaba acomodo como sacerdote en alguna diócesis de la intendencia michoacana, se colocó como profesor de gramática y retórica en Uruapan –único centro educativo de la región en esa época–, al parecer recomendado por el viejo Izazaga, pues allí se encontraba cursando la instrucción básica su hijo José María, de escasos nueve años. Poco después, y ya dedicado a la docencia, Morelos logra que lo nombren también adjunto del cura de dicha población.

Cumplidos los 12 años, José María Izazaga fue trasladado a efectuar sus estudios de bachiller en Valladolid (hoy Morelia), en el Colegio de San Nicolás, misma institución educativa en donde posteriormente –en 1799– inicia sus estudios superiores de Jurisprudencia, formando parte de la primera generación de esta carrera, pues coincide la apertura de ésta con su inicio como estudiante de Leyes; sin embargo, el último año de estudios lo realiza en la Universidad de México, donde se gradúa en 1803.

Izazaga Martínez vuelve a su terruño ya como abogado; conoce la realidad social de principios del Siglo XIX, y se da cuenta de las graves diferencias de vida entre la mayoría de la población formada por los desposeídos y la minoría poblacional que integraba la clase social alta, de la que él formaba parte. A diferencia de los demás terratenientes, los Izazaga tenían un trato amable y justo para con sus trabajadores quienes, por ello, eran privilegiados entre su misma clase; esto repercutió en la formación humana de José María, quien era amigable, accesible y desprendido con los trabajadores de su familia y con la población en general. A pesar de su nivel educativo y económico, renovó y mantuvo su amistad con los hijos de los trabajadores de su padre, con quienes había jugado siendo niños. Documentos de la época describen a Izazaga “como un hombre alto, fornido, de mirada penetrante, rico, y siempre atento y dispuesto a ayudar al necesitado”.

Posteriormente, con el apoyo paterno, José María Izazaga sale hacia Europa, vía EU. A su paso por la Unión Americana, Inglaterra, Francia y España –tierra de sus mayores–, conoció a diversos personajes con los que hizo amistad y de quienes recogió nuevas experiencias e información de las luchas que en esos lugares se estaban dando. Vivió de cerca la invasión francesa a España, y, de esta manera, surgieron lazos de amistad con hombres inquietos por lograr la emancipación de sus pueblos.

De regreso a la Nueva España en 1808, Izazaga Martínez, con una visión clara sobre la situación de su terruño, empieza a organizar actividades para lograr la independencia de España. Después de un análisis de los lugares que conocía muy bien, seleccionó a San Juan Zitácuaro para establecer allí el centro de la lucha por la Independencia, pues en esa dinámica y estratégica población contaba con familia y numerosos amigos de confianza, como Luis Correa y José María Tapia, que apoyarían sus pretensiones formando la Junta de Zitácuaro. A esto, le siguió la selección de hombres destacados y con arraigo en otras comunidades –como Uruapan, Pátzcuaro, Maravatío, Tlalpujáhuac, Angangueo y, en especial, Valladolid–, que Izazaga sabía que simpatizaban con la causa libertaria, y con quienes se reunía con frecuencia. Pronto en esos pueblos se formaron juntas, grupos de amigos trabajando sobre la misma causa y bajo el mismo plan.

El cuerpo directivo de la junta conspiradora de Valladolid estaba conformado por el teniente José Mariano Michelena, el licenciado Manuel Ruiz de Chávez, el sacerdote Vicente de Santamaría, don Mariano Quevedo, el licenciado Nicolás Michelena, el licenciado Soto Saldaña y el capitán José Ma. García Obeso, quienes fueron delatados (por Agustín de Iturbide, según afirma el historiador Carlos María de Bustamante) y detenidos, pero en el juicio que se les siguió como conspiradores contra España todos declararon que lo único que perseguían era “organizarse para defender a la Nueva España, si España sucumbía ante los franceses, que la habían invadido”, confesión que provocó que el virrey y arzobispo Lizama ordenara que se les retirara la acusación, quedando libres poco tiempo después; no obstante, los militares involucrados fueron cambiados de adscripción.

Izazaga se refugia en la hacienda del Rosario, en donde por su aislamiento y difícil acceso se sentía más seguro; establecido en ese lugar, y consciente de que los sucesos ocurridos no dejaban otra alternativa más que la lucha armada, activa la recaudación de fondos, el reclutamiento de campesinos que servirían como soldados, así como la fabricación de instrumentos bélicos necesarios para la tropa, en maestranzas especializadas para ello. Mantiene una comunicación activa con sus amigos de la costa: los Álvarez, los Galeana, los Bravo, los Ayala, los Guzmán y otros más que tenían la posibilidad de reunir gente para la lucha. Todos los mencionados llegaban con frecuencia a la hacienda del Rosario, donde celebraban reuniones con el licenciado Izazaga referentes a los preparativos de la insurrección.

Existen, también, evidencias de las reuniones de Izazaga con Morelos –enlace éste último entre Hidalgo e Izazaga– en diversas poblaciones de la Intendencia de Michoacán, para intercambiar impresiones sobre los preparativos y los avances que se llevaban para iniciar el movimiento armado libertario. Por otro lado, Morelos e Izazaga cumplían quehaceres y comisiones específicas, dadas por el cura don Miguel Hidalgo, con la finalidad de iniciar la lucha en la fecha establecida, que era el 29 de octubre de 1810, la que, al descubrirse la conjura en Querétaro, se adelanta para el 16 de septiembre mediante el grito de rebelión que Hidalgo da en Dolores, Guanajuato.

Todos los comprometidos con la causa libertadora fueron tomados por sorpresa y no les quedó otra opción que continuar con el plan. Cada uno tomó con decisión su incorporación al movimiento. Izazaga, al saber lo ocurrido, salió rumbo a Apatzingán, que era el lugar más próximo al sitio donde conoció la noticia. Allí reunió a los jefes cercanos, quienes, con los partidarios comprometidos, sumaron 400 insurgentes; Izazaga mandó avisar a Hidalgo que estaba ya en pie de lucha y éste, como respuesta, lo nombra coronel del Regimiento de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, que tenía el objetivo de impulsar al movimiento insurgente en parte de la costa mexiquense (hoy guerrerense) y michoacana.

De Apatzingán, se traslada con sus fuerzas a Ario, en donde apresa a los administradores de Rentas Reales de esa plaza y logra que se le unan numerosos simpatizantes. En esta población, Izazaga recibe la noticia de que las fuerzas encabezadas por Hidalgo se acercan a Valladolid y dispone que su regimiento –formado ya por 2000 hombres– se prepare para salir, con la finalidad de sumarse a las filas del caudillo.

Después de tomar la plaza de Valladolid (17 de octubre de 1810), prácticamente sin oposición, y dejando a nuevos administradores fieles a su causa, los insurgentes, con Hidalgo a la cabeza, se trasladan al Monte de las Cruces, donde el realismo, con Torcuato Trujillo al frente, sufre su primera gran derrota; sin embargo, una semana después los insurgentes son vencidos en San Jerónimo de Aculco, estado de México.

Izazaga participó en ambas batallas, al frente de su regimiento, pero Hidalgo al ver tan comprometida la situación de la insurgencia, después de la derrota en Aculco, le pide a éste que deje el mando de sus fuerzas y regrese a la costa para trabajar en la consecución de apoyos que permitan sostener la causa: organización de maestranzas para fabricar armas y municiones, insumos para el sostenimiento de la tropa y el reclutamiento de patriotas que ingresaran al ejército insurgente. Es posible que, además de la indudable utilidad del abogado Izazaga para estos menesteres, la milicia no fuera su fuerte, que no hubiese sido un buen estratega militar y que esto haya influido también para que Hidalgo tomara la decisión de separarlo del mando de sus tropas y comisionarlo en otros quehaceres no menos importantes para la causa.

Mientras esto sucedía, Morelos estaba en plena campaña hacia Acapulco; pasó por la hacienda del Rosario, y con todo el apoyo del padre de Izazaga, salió a Zacatula con 25 hombres mal armados, y ahí se le incorporó un contingente realista bajo las órdenes del capitán Marcos Martínez, al parecer familiar de los Izazaga por parte de la madre; prosiguió a Petatlán, donde coincidió con Izazaga Martínez, quien logró que allí también se sumara a las fuerzas de Morelos otro pequeño grupo de milicianos. De hecho, en la actividad insurreccional de Morelos en la costa rumbo a Acapulco, éste obtuvo un apoyo invaluable de los Izazaga, quienes tenían mucha influencia sobre los hacendados y gente acomodada de la región.

Cuando el licenciado Izazaga Martínez recorría la costa michoacana, tratando de lograr recursos para la causa, recibió la fatal noticia de que Hidalgo, junto con Allende, Aldama, Jiménez, Abasolo y otros, habían caído prisioneros de las fuerzas realistas en Las Norias de Acatita de Baján (factor fundamental para ello fue la traición de Ignacio Elizondo). Esta funesta noticia lo obligó a buscar a Morelos, y casi un mes después se reunió con él en Paso de la Sabana, en donde le comunicó la mala nueva. Morelos, sumamente consternado, decidió continuar la lucha insurgente, y le pidió a Izazaga que se trasladara a las provincias del centro y lograra mayor información sobre la grave situación de los prisioneros, y le informara cuanto antes el resultado de su pesquisa. Otro objetivo de su comisión era informar a los insurrectos que se encontraban en su ruta lo que Morelos estaba haciendo en el sur y sus planes a futuro.

Al cruzar Michoacán y llegar al estado de Guanajuato, Izazaga se encontró con don Ignacio Rayón, el ex secretario y consejero del cura Hidalgo, quien le notificó detalladamente lo ocurrido en Las Norias de Acatita y le informó que por decisión del generalísimo Allende él había quedado como jefe supremo del ejército independentista. Regresó con Rayón a Michoacán, para ponerlo en contacto con los jefes que operaban en la región y con quienes el nuevo jefe insurgente tuvo algunos problemas de autoridad, que fueron resueltos gracias a la intervención de Izazaga. Con ello, Rayón se da cuenta de la estimación que se le tenía a Izazaga en su región y de la influencia que ejercía sobre sus coterráneos, hecho que provoca un profundo respeto de Rayón por el licenciado Izazaga.

Sin embargo, Rayón –quien se estableció en Zitácuaro– nunca logró el mando total sobre estos jefes insurgentes, hecho que influyó en diversos reveses militares sufridos por los grupos revolucionarios, a causa de desobediencias, falta de coordinación y apoyo entre ellos: Muñiz, en Valladolid; Torres, en Las Tinajas; Partida, Herrera y Alatorre, en La Piedad, sufren sendas derrotas. Esta situación también fue fundamental para la derrota del mismo Rayón a manos de Calleja, en Zitácuaro, el 1 de enero de 1812.

Izazaga mantenía comunicación permanente con Morelos, y lo tenía bien informado de todo lo que sucedía, a través de varias personas de su absoluta confianza, como el señor Francisco Buenrostro, que conocían perfectamente la región y le servían de correo. Finalmente, Izazaga se traslada a Chilapa, para encontrarse con Morelos e informarle personalmente de la situación en Michoacán; después –comisionado nuevamente por Morelos– regresa a la costa (actualmente de Guerrero) y continúa exitosamente su labor de proselitismo y consecución de recursos para la causa. Izazaga Martínez se fue tornando indispensable para Morelos y la insurgencia, pues sus actividades lograron mejorar el estado del movimiento insurgente, situación que motivó a Morelos para nombrarlo su consejero privado; esto le trajo a Izazaga Martínez difíciles conflictos con personajes importantes que rodeaban a Morelos.

Cuando ocurrió el sitio de Cuautla, Izazaga –enviado por Morelos– se desplaza rápidamente a Uruapan y convence a Rayón para que los insurgentes que operaban en esa zona hostigaran a las fuerzas realistas ubicadas en Toluca y pusieran un bloqueo con la finalidad de impedir que esos contingentes, bajo el mando del brigadier Rosendo Porlier, fueran a apoyar a Calleja para romper el sitio, objetivo que se logró.

Posteriormente a los hechos mencionados, se desata una serie de acontecimientos en los cuales Izazaga participó en forma destacada: la distribución de zonas geográficas, de la todavía Colonia, entre los miembros de la Junta de Vocales (máxima autoridad de los insurgentes, de la que ya era miembro Morelos, junto con Verduzco, Liceaga y Rayón), para continuar el movimiento revolucionario; el nombramiento de Morelos como capitán general del Ejército Insurgente del Sur; el ataque para recuperar Valladolid, que fracasó totalmente porque el sacerdote y vocal de la Junta, José Sixto Verduzco, responsable de esa zona, no esperó a las fuerzas de Rayón y Liceaga para realizarlo, pues las rencillas por el poder entre los tres se habían agudizado. Izazaga mantenía al corriente a Morelos; con mucho detalle, informó de lo ocurrido a Verduzco y de las rencillas que crecían entre los tres vocales de la Junta de Zitácuaro. Después, Izazaga enfermó y su mal estado de salud lo obligó a ausentarse seis meses del movimiento revolucionario; al reincorporarse a las fuerzas insurgentes, en atención al llamado que el caudillo le hizo para tratar lo relativo a la convocatoria del Congreso, le tocó participar con Morelos en la toma del Fuerte de San Diego.

En ese lugar se empezó a tratar la convocatoria para el primer Congreso insurgente y lo que se analizaría en él –en realidad, ideas que Morelos tenía ya maduradas desde antes de unirse a la insurgencia y que más tarde formaron parte fundamental de los Sentimientos de la Nación–. Hubo algunas diferencias relacionadas con la forma política de organizar el Congreso y con la selección de individuos que lo integrarían, discrepancias que se solucionaron, lo cual permitió la instalación de ese importante evento en Chilpancingo. Morelos deseaba que Izazaga fuera diputado por Valladolid, a lo cual se negó éste, debido a las intrigas y conflictos que persistían entre la gente que rodeaba a Morelos y él, situación que Izazaga entendía como un rechazo, y ello lo obligó a retirarse a Uruapan, no sin antes aconsejar que el Congreso insurgente, ya formado, se trasladara y se asentara en Uruapan, por la inseguridad que representaba para Morelos y los miembros del Congreso la cercanía a Chilpancingo de importantes contingentes realistas, pero “los aduladores de Morelos, lograron minimizar la propuesta de Izazaga, y quien más la censuró fue el señor Rosains, individuo fatuo e intrigante, que en esos días gozaba de mucho ascendiente con el Generalísimo”.

Sin embargo, finalmente, ante la seria amenaza que resultaban las fuerzas realistas para el Congreso y los insurgentes que lo resguardaban, salen a Tlacotepec, lugar donde permanecen por corto tiempo para continuar posteriormente rumbo a Uruapan, donde desde un principio habían sido invitados por el licenciado Izazaga, para darles asilo seguro, ya que el gobierno virreinal, al conocer la existencia de la instalación del Congreso y los trabajos legislativos realizados en Chilpancingo, había armado un contingente especial que lo atacara y persiguiera, pues lo consideraba una gran amenaza para el gobierno de la Nueva España.

Estando en Uruapan, los consejeros de Morelos –en contra de la opinión de Izazaga– recomendaron que tomara Valladolid, con la finalidad de que esta ciudad fuera asiento del Congreso y sirviera de base para atacar Nueva Galicia y El Bajío, misión muy riesgosa por la superioridad del ejército realista en esa parte del país; Morelos es derrotado (25 de diciembre de 1813) y pierde todo el material de guerra acumulado con mucho esfuerzo en Chilpancingo, hecho que lo obliga a volver a Uruapan, de donde se retira a Zacatula a convalecer de una enfermedad que contrajo, o quizá de heridas recibidas en la batalla. Mientras, el Congreso no permanecía en un solo sitio, temiendo su captura en ausencia de Morelos, y es así que radican días en Uruapan, días en Ario, otros en Taretán, en Santa Efigenia y en Apatzingán. En esta última población, y ya presente Morelos, el Congreso terminó y promulgó la Constitución de Apatzingán el 22 de octubre de 1814.

En Apatzingán Izazaga recibe el nombramiento de brigadier dado por el Congreso.

En la cansada e incómoda tarea que soportó Izazaga Martínez para proteger al gobierno insurgente tuvo el apoyo del pueblo michoacano que simpatizaba con la causa libertaria y de todos los que estaban en guerra en otros puntos del país.

Iturbide, quien participó en la conspiración de Valladolid, y se puso de parte del realismo, se propuso apoderarse del Congreso aprovechando la oportunidad de que éste se encontraba en Ario, pero su plan fue nulificado por los amigos de Izazaga, quienes dieron pronto aviso a los miembros del gobierno independiente del peligro que corrían, y éstos pronto salieron de la población.

Iturbide sabía que sus fracasos eran obra de Izazaga, hombre odiado por él, por lo que intentó –mediante su segundo, de apellido Orrantía– apresarlo en Uruapan o en Chimilpa, y, al no encontrarlo, el jefe realista destruyó un “fuerte” que había en esta última población. Esa acción ocurrió del 11 al 15 de mayo de 1815.

Pasado el problema de la persecución de Iturbide, el gobierno vuelve a instalarse en Ario; poco después, se traslada a Uruapan, celebrando sus reuniones en casa del licenciado Izazaga Martínez, quien se esforzaba por dar a sus miembros las mejores comodidades posibles, reunía con tesón fondos y provisiones y estaba pendiente, sobre todo, en dar seguridad a sus personas.

En esa época, el licenciado y brigadier José María de la Luz Izazaga Martínez se incorporó como diputado por la provincia de Michoacán al Congreso, y fue también en ese momento cuando por mayoría de votos se determinó que el gobierno debía salir de la provincia de Michoacán, nuevamente en contra de la opinión de Izazaga, quien argumentaba que era sumamente riesgoso para el Congreso; sin embargo, el mismo Izazaga logró que se nombrara una junta subalterna del Congreso (suplentes), para que se quedara en esa región, atendiendo la guerra y el gobierno.

Izazaga, por su destacada intervención en las reuniones, pronto fue nombrado secretario de participación con ese cargo en varios decretos importantes en los que intervino en su conformación, durante los meses de julio a septiembre de 1815, los cuales son: el establecimiento de un escudo nacional (muy similar al actual), que supliera al antiguo escudo de armas realista, “conforme con la costumbre y el derecho de los gobiernos soberanos”, el 3 de julio de 1815; la apertura del Corso, para naturales o extranjeros, contra la nación española (campaña que hacían los buques mercantes, con patente de algún gobierno, para perseguir a las embarcaciones enemigas), amparados legalmente por “el Supremo Gobierno Mexicano empeñado en sostener la independencia de la nación, sin perdonar medio alguno que conduzca a tan interesante fin”, el 3 de julio de 1815; la definición y el establecimiento (forma, tamaño, colores, etc.) de las banderas: Nacional de Guerra, la parlamentaria y la bandera de comercio, “conforme con la costumbre adoptada por todas las naciones libres de toda dominación extranjera”, el 14 de julio de 1815; el de Impuestos sobre la Renta, que especifica quiénes, en dónde, cada cuándo y cuánto es lo que debe pagar cada ciudadano (este decreto carece de fecha, pero dentro de los firmantes está Izazaga Martínez).

También se encuentra el decreto con el cual se creó la Junta Subalterna de Gobierno “en quien los pueblos hallen un pronto y fácil recurso para todo cuanto se les ofrezca y las leyes y reglas que se han dictado y en adelante dicten”, es decir, esta junta representaría al Supremo Congreso Mexicano, en ausencia. Dicho decreto especifica en su texto (nueve capítulos y 49 artículos) cuántos individuos formarían esta Junta Subalterna; los requisitos y la metodología para elegirlos; qué ramos cubrirían en sus funciones; sus facultades y obligaciones, sus sueldos, etc. Este decreto también carece de fecha, pero se aprecia en él la firma de Izazaga como secretario, y, por otro lado, el acta de elección de los miembros de este organismo tiene la fecha de 21 de septiembre de 1815.

Todos estos documentos dan fe de la destacada participación en el seno del Congreso del brigadier, licenciado y diputado don José María de la Luz Izazaga Martínez, y no deja de causar admiración la variedad de asuntos legislativos que trataban los miembros del Congreso, en circunstancias tan adversas, y en medio de una inseguridad que amenazaba sus vidas.

Es importante mencionar que cuando el Congreso comisionó al señor Morelos para que fuera el responsable de escoltar al gobierno hacia Tehuacán, el diputado Izazaga Martínez encabezaba un grupo de legisladores que estaban en contra de esta disposición, argumentando el peligro que representaba hacer la travesía por el rumbo escogido. Ellos proponían que el mando de la escolta del gobierno se le diera a don Nicolás Bravo o a don Manuel Muñiz y que la ruta no debería ser por las márgenes del Balsas, en donde sería muy fácil el ataque realista, sino por Coahuayutla y la costa, hasta llegar a la región controlada por don Vicente Guerrero y otros jefes que operaban en esa dirección hasta la Mixteca. Proponían también que el traslado se hiciera en pequeños grupos para distraer al enemigo. Agregaban que el mismo licenciado y diputado Izazaga se comprometía a guiar el traslado, porque conocía la región y en ella contaba con el apoyo del pueblo y de sus amigos, que le aseguraban un desplazamiento confiable, aunque sí más largo.

Todo inútil; después de acaloradas y largas discusiones, se negaron a tal propuesta y confirmaron la marcha por el camino próximo al Balsas, bajo el mando del señor Morelos; la fatal determinación se basó en que era la ruta más corta para llegar a Tehuacán.

El 29 de septiembre de 1815 salió el Congreso de Uruapan rumbo a Tehuacán, lugar que se creía seguro, pasando por Ario, Huetamo, Cutzamala, Tlalchapa, Poliutla, Pesoapa y Temalac, a donde llegaron el 3 de noviembre de 1815 y en donde fue aprehendido Morelos por las fuerzas realistas. De hecho, el Generalísimo, por cumplir con su misión de proteger al Supremo Gobierno, se expuso a su captura, enfrentándose a los realistas en condiciones francamente inferiores, mientras el Congreso y los demás miembros del gobierno independentista huían. Morelos sabía que él era el sujeto que más deseaba apresar el gobierno español, y a costa de su vida quedaron a salvo los poderes de la nación.

La ejecución, en 1815, del más grande de los caudillos de la Guerra de Independencia y la disolución del gobierno producto de la insurgencia, por don Manuel Terán, fueron dos graves sucesos que en 1816 marcaron el periodo más terrible y desastroso para las armas insurgentes. Aun cuando quedaban cuatro capitanes generales, en las personas de Ignacio Rayón, José Sixto Verduzco, José María Liceaga y Manuel Muñiz, no existía esperanza alguna de unir el mando en ninguno de ellos, por sus conflictos personales y sus continuas reyertas.

Por otro lado, Juan Pablo Anaya había disuelto la Junta Subalterna de Gobierno formada al salir el gobierno de Uruapan a Tehuacán, y por ello, Izazaga Martínez apoyado por José María Vargas y otros comandantes patriotas de la jurisdicción de Michoacán, optaron por integrar una nueva junta formada por los dos mencionados, más Remigio Harza, Víctor Rosales, Antonio Tercero, Manuel Amador, Felipe Carvajal y José de San Martín, que radicó en Uruapan, sostenida por Izazaga y sus leales paisanos. En ese tiempo Izazaga ya era mariscal de campo, y continuaba sus tareas de reclutamiento de tropas, reunión de fondos y atención de las maestranzas en donde se fabricaba armamento y municiones para los insurgentes.

Con el ánimo de mejorar la lucha insurgente, acordaron invitar al señor Rayón para que formara parte de la junta, pero éste ni aceptó el ofrecimiento, ni reconoció la junta, intimándolos a reconocer sólo su antigua autoridad y sus mandatos. Esto obligó a reconformar la junta, que en este segundo intento quedó formada por Ignacio Ayala, Mariano Tercero, José Pagola, Mariano Sánchez Arreola, Pedro Villaseñor, José de San Martín, Francisco Lojero y Antonio Vallejo; esta junta radicó en el Fuerte de Jaujilla, lugar de donde tomó su nombre; sin embargo, en las reuniones que tuvieron con Rayón para que éste la encabezara, Izazaga y Rayón tuvieron varias confrontaciones que provocaron un serio distanciamiento entre ambos.

La Junta de Jaujilla trabajó con entusiasmo durante 1816 y apoyó la guerra que libraban los señores Bravo, Guerrero y Montes de Oca en las costas, Benedicto López en la región de Zitácuaro, González Hermosillo y Guzmán en Nueva Galicia; sin embargo, la junta se dispersó al terminar el año, cuando fue destruido el Fuerte de Janitzio, aunque posteriormente se reorganizó. Después hubo una serie de indultos (Vargas, Muñiz y otros jefes revolucionarios) que afectaron notablemente al movimiento independista, pues éstos, ya indultados, traicionaron a sus antiguos compañeros causándoles graves daños, ya que conocían sus movimientos y las rutas que acostumbraban seguir. Fue un mal año para la causa insurgente; muchas derrotas ensombrecieron su futuro. Al decir de algunos cronistas de la época, como Buenrostro, por ejemplo, los insurgentes sufrieron más daño por los indultos de algunos de sus jefes que por los ataques realistas.

Estos acontecimientos afectaron los planes de la Junta de Gobierno, y los problemas se acentuaron aún más con la terquedad de Rayón, que insistía en hacerse respetar como único jefe y de nulificar todo lo no hecho por él, y como los miembros de la junta no pudieron convencerlo de que con su actitud estaba afectando la causa insurgente, lo apresaron, pues la situación era ya insostenible.

Para reestimular el movimiento, algunos de los vocales tuvieron que desplazarse a Guanajuato, Nueva Galicia y las costas del sur; Izazaga se dirigió a su región con la finalidad de reorganizar a su gente. En Jaujilla, el 28 de junio de 1817, Izazaga recibe una comunicación optimista del general Francisco Javier Mina, quien peleaba en El Bajío, hecho que fue celebrado con alegría. Sin embargo, después de una visita de Mina a los patriotas insurgentes del sur, ubicados en Jaujilla, realizada el 12 de octubre del mismo año, el caudillo navarro se negó a encabezar el ejército que la junta, de la cual era miembro Izazaga, ponía a su disposición en la provincia de Michoacán y la región que ahora es Guerrero.

Finalmente, Mina fracasó en la toma de Guanajuato y fue aprehendido y fusilado el 11 de noviembre por Orrantía, el hombre de confianza de Iturbide. A esta pérdida irreparable para la causa insurgente se sumaron otras: la caída del Fuerte de Jaujilla, la prisión de los caudillos Ignacio Rayón, Nicolás Bravo y José Sixto Verduzco, en diciembre de 1817.

El año siguiente, continuaron los infortunios para la lucha revolucionaria; cayeron presos varios vocales de la junta, que fueron fusilados: José de San Martín, en Zárate; Pagola y Bermeo, en Huetamo; los vocales restantes se desplazaron a la hacienda de las Balsas, donde fueron protegidos por Vicente Guerrero. Ahí, sin pérdida de tiempo, reorganizaron el gobierno insurgente, al sumarse a la Junta Mariano Ruiz, a sugerencia de Izazaga.

El 12 de marzo de 1818, la nueva Junta de Gobierno nombra a don Vicente Guerrero jefe de todas las fuerzas del sur. Izazaga vuelve a sus tareas de reclutamiento en la costa; reconstruye las maestranzas de Coahuayutla, la de la Orilla y la de las montañas de Coalcomán. De esta manera no faltaron a los combatientes insurgentes armas ni municiones en momento alguno. Cuando alguna maestranza caía en manos de los realistas, las otras surtían lo necesario. Ese corredor se convirtió en baluarte de la insurgencia.

Con buenos augurios empezó su campaña el general Vicente Guerrero; el entusiasmo se apoderó de la insurgencia. En diferentes lugares estaban Isidoro Montes de Oca, Pablo Galeana, Juan Álvarez, Pedro Ascensio, Pablo Ocampo, el padre Izquierdo, Mongoy, Anzúrez, Frías, De la Rocha, Velásquez, y Tovera, entre otros.

De común acuerdo el general Guerrero con el licenciado Izazaga establecieron una serie de fuertes y lugares de refugio, así como la forma de obtener provisiones de guerra y alimentos para la tropa; acordaron los movimientos y la combinación de combates con el fin de que los ataques realistas fueran neutralizados con ventaja insurgente. Las fuerzas realistas quedaron bien vigiladas y con mucha desventaja por el poco conocimiento de la difícil orografía de la zona; por otro lado, el clima era el mejor aliado de los insurgentes, así como la proximidad del temporal de lluvias.

La organización insurgente durante la jefatura del general Guerrero demostró mayor disciplina; las operaciones de guerra eran precedidas de exploraciones bien ejecutadas; tenían un sistema de espionaje superior a los anteriores en todos los lugares ocupados por los realistas. Esto trajo una serie de triunfos que lograron que los insurgentes dominaran desde Coahuayutla hasta las Mixtecas y provocó que el virrey enviara mayores refuerzos a esa zona, jefaturada por Armijo; sin embargo, este realista fue derrotado en varias ocasiones por Guerrero, quien llegó a contar con más de 3000 hombres bajo su mando, logrando apoderarse de Coyuca, Ajuchitlán, Santa Fe, Tetela del Río, y Huetamo, Cutzamala, Tlalchapa y Cuahulotitlán del otro lado del río.

A finales de 1818, Guerrero dominaba toda la zona sur, que comprendía desde la Mixteca hasta Michoacán, Nueva Galicia y Colima. Este dominio territorial tan sólido hizo que llegaran a esta región numerosos simpatizantes de la Independencia provenientes de todas las regiones de la Nueva España, que reforzaron los contingentes de Guerrero.

Ante esta situación, continuaban los indultos que ofrecían los realistas, con el fin de menguar las fuerzas revolucionarias, pues Guerrero y sus lugartenientes, con sus tácticas guerrilleras, eran prácticamente invencibles en su región. Entre los indultados más importantes estaban el doctor Magos, que peleaba en la sierra de Jalpa, don Mariano, tercer vocal de la Junta de Gobierno, el padre Navarrete, Juan Pablo Anaya y el comandante Huerta; en El Bajío hicieron lo mismo Arango y Erdozáin.

El 1819 comenzó con una serie de descalabros para los insurgentes, quienes sufrieron ataques sorpresivos, cayendo prisioneros los miembros de la junta y fusilado el vocal Sánchez Arreola. Nuevamente el movimiento libertario quedaba acéfalo. En esa época era notable la ausencia de Izazaga; nadie sabía de su paradero; se pensaba que había sido muerto, que se encontraba enfermo, que andaba en el extranjero; el enemigo propalaba que se había indultado; lo cierto es que se perdió de vista por mucho tiempo y nadie sabía de él.

La lucha insurgente continuaba en todo su fragor y las posiciones sureñas –a pesar de algunas derrotas– se mantenían inamovibles; a inicios de 1820, el temible Pedro Ascencio y el padre Izquierdo le propinan terrible derrota al realista Juan Rafols en Tlatlaya, quien perdió 400 hombres, y toman la hacienda de los Luvianos, que había sido centro de operaciones realista.

En el mes de mayo, el general Guerrero nombra como su segundo al brigadier don José María Lobato, quien puso en grandes apuros a Armijo, pues éste se convirtió de perseguidor en perseguido; Armijo, el jefe del Ejército Realista del Sur, por más apoyos que recibió del gobierno virreinal nunca pudo con la insurgencia, hecho que lo obligó a renunciar, y es así como a finales de 1820 fue nombrado en su lugar el feroz y sanguinario Iturbide, nativo de Valladolid y viejo conocido de Izazaga y de todos los insurgentes de la intendencia michoacana, pues fue él quien delató a los conspiradores de Valladolid en 1809.

Iturbide ubica su centro de operaciones en Teloloapan, de donde se dirige a Tlatlaya para atacar a Pedro Ascencio, pero es derrotado y huye de la zona. Este revés, y otros recibidos por el realismo, hacen comprender a Iturbide que ése no era el medio para exterminar la insurgencia y “opta por entrar en pláticas con el caudillo Guerrero”.

A principios de 1821, se supo que Izazaga Martínez se encontraba de nuevo en la costa, con los jefes insurgentes; durante su ausencia se dedicó a viajar; gran parte de ese tiempo estuvo en la Ciudad de México, donde se había enterado minuciosamente de lo que ocurría en la todavía Nueva España, en la cual persistía un gran interés popular por renovar la lucha para liberarse de España; tomó nota también de las noticias llegadas de ese país, sobre todo las relacionadas con la fuerza que había tomado la corriente constitucionalista, que tanto preocupaba al clero y a los ricos propietarios. Todo ello fue hecho del conocimiento de los insurgentes.

Se inicia entonces un intercambio epistolar entre Guerrero e Iturbide, y éste último convence a don Vicente de que se una a él para lograr la independencia de España, “ya que al fin y al cabo es lo que desean los dos, en bien de la patria”. Como Guerrero era un patriota sin más ambición que liberar a su patria, pactó con el ex realista, aunque sin aceptar el indulto que se le ofrecía. Izazaga Martínez fue de los que persuadieron a Guerrero de que apoyara a Iturbide, porque consideraba que lograr la Independencia era lo mejor, pues tenía la convicción de que después de consumarse ésta se arreglarían las dificultades internas, se acallarían las ambiciones y se pondrá a cada quien en su lugar.

Finalmente se proclamó el Plan de Iguala, al cual se adhirieron los principales jefes insurgentes; este documento, que parecía satisfacer a todos, establecía que no habría monarquía absoluta como querían unos, pero tampoco república como deseaban otros; instituía, además, que debería formarse una Junta provisional de Gobierno –cuyos miembros, por cierto, fueron seleccionados por el mismo Iturbide (quien la encabezaba) entre los ex funcionarios virreinales destacados, algunos aristócratas y pocos, muy pocos insurgentes, pues éstos fueron menospreciados por el prepotente y soberbio criollo, que en realidad los seguía repudiando–. La última carta se jugaría en el campo político, al convocarse el establecimiento del Congreso.

Como resultado de la convocatoria para integrar el Poder Legislativo, el 24 de febrero de 1822 se instaló el Congreso. Por la zona michoacana quedan los diputados Argándar, Cumplido, Tercero, Castro e Izazaga Martínez, todos ellos miembros de la insurgencia. Durante los primeros trabajos legislativos, a los cinco michoacanos se les sumaron Guadalupe Victoria, José de San Martín y Carlos María de Bustamante, formándose el “grupo de los ocho”, que, en contra de los intereses de Iturbide, se manifestaban a favor del sistema republicano; a este grupo poco a poco se fueron incorporando antiguos insurgentes, opositores de Iturbide, quien los aborrecía tanto que llegó a externar públicamente “que había transado con ellos por conveniencia política, y que en la mejor oportunidad los eliminaría”.

La primera oposición fuerte que se dio en el seno del Congreso contra Iturbide fue cuando se discutieron las fechas nacionales a conmemorar, entre las que estaban el 24 de febrero (Plan de Iguala), el 2 de marzo (cuando se juró sostener la Independencia) y el 27 de septiembre (entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México); el “grupo de los ocho”, con el apoyo mayoritario de la diputación, logró la inclusión del 16 de septiembre, en recuerdo al año de 1810, como el inicio de la lucha por la Independencia.

Los debates entre los grupos congresistas aumentaban cada día, al irse aclarando las aspiraciones monarquistas del sector que apoyaba a Iturbide. Al llegar la acalorada y memorable sesión en la que se discutió la elevación de Iturbide al trono de México, los diputados San Martín, Terán y Gutiérrez pidieron una prórroga para que la resolución se tomara hasta que fueran consultadas todas las provincias, se ampliaran los poderes a los diputados y éstos deliberaran la forma de gobierno que debía adoptarse.

Finalmente, el 19 de mayo de 1822 fue electo emperador Agustín Iturbide Arámburu, con 67 sufragios a favor y 15 en contra; entre éstos últimos estaban los cinco congresistas michoacanos y otros insurgentes.

Surge, de esta manera, un imperio que carecía de solidez en todos sentidos; las clases medias y altas de la sociedad, que habían visto a los Iturbide como una familia inferior o igual a ellos, consideraban poco seria o formal tan repentina elevación; sus antiguos subalternos o compañeros de armas tampoco veían esta coronación como algo sensato o prudente y, en general –al decir de Lucas Alamán–, no podían acostumbrarse a pronunciar sin burlas o risas los títulos nobiliarios de Iturbide y su corte.

Por otro lado, el carácter de Iturbide, impositivo, altanero y soberbio, vengativo y sanguinario, lo fueron precipitando al despotismo y a la impopularidad; suprimió la libertad de imprenta e intentó disminuir el número de diputados con la finalidad de eliminar a sus enemigos políticos que se hallaban en el Congreso; atentó contra la propiedad privada, tomando con violencia fondos depositados en Perote y Jalapa, bajo la salvaguarda de la fe pública, los cuales sumaban la cantidad de $1 297 200.00, grave falta administrativa por la cual pretendió culpar al Congreso. Consecuencia de tan errada conducta fueron la creciente antipatía popular y la actividad que desplegaron sus enemigos para impedir el avance de su tiranía.

La política de Iturbide apuró el ingreso a las filas de la masonería escocesa de todos aquellos que ya no simpatizaban con él, integrando “una falange numerosa, inteligente y decidida, que no tardó en hacer sentir su influencia política y sus tendencias revolucionarias”.

Empezaron los pronunciamientos; el primero fue de Felipe de la Garza, quien tenía mando militar en Nuevo Santander (Tamaulipas), y pedía al Congreso se adoptara el sistema republicano, petición que los diputados enemigos de Iturbide recibieron con agrado, dándose a conspirar, alentando el disgusto público, ya bien notable en esas fechas, hecho que provocó que Iturbide decidiera dar un golpe de Estado, ordenando la aprehensión de muchos distinguidos diputados a quienes consideraba conspiradores y enemigos suyos.

Esta situación propició la indignación pública, y, a pesar del temor en que se verían, los diputados se reunieron y lograron el quórum necesario para exigir la libertad inmediata de los legisladores presos, a lo cual se negó Iturbide. En Nuevo Santander, De la Garza se une a las protestas por la prisión de los diputados, hecho que provoca que Iturbide mande tropas a cargo del general Zenón Fernández y el coronel Gómez Pedraza, quienes sofocaron esta primera asonada contra Iturbide.

Los diputados continuaron presos y el Congreso aumentó sus pugnas con el emperador. En el seno del Poder Legislativo se discutían propuestas de Iturbide, que finalmente se desechaban porque llevaban la finalidad de asegurar y aumentar su poder. En tal situación de enfrentamiento, Iturbide publica un decreto el 31 de octubre ordenando se disuelva la Asamblea Constituyente; envía el documento con el general

Cortázar –incondicional de él– quien penetra con violencia al edificio legislativo y lee el texto amenazando a los diputados para que desocuparan el recinto o los sacaba por la fuerza. Finalmente sacaron a los legisladores; sin embargo, la situación empeoró para Iturbide.

En Veracruz, surgen problemas; Santa Anna se subleva contra Iturbide. Guerrero y Bravo salieron de la Ciudad de México rumbo al sur, para insurreccionarlo; otro que abandonó la ciudad con los mismos objetivos fue el padre Mier. En Chilapa, hubo un enfrentamiento de Guerrero con las fuerzas imperiales, en el cual don Vicente salió herido y perdió la batalla, aunque escapó de sus enemigos; sin embargo, la insurrección se extendió hasta Oaxaca y en Veracruz, a pesar de algunos triunfos imperialistas, Santa Anna continúa fuerte en el puerto. En tales circunstancias, los jefes imperialistas entran en pláticas con Santa Anna y formulan el Plan de Casa Mata, por el cual se aceptaba reinstalar el Congreso y se prohibía atentar contra el emperador.

Con tal medida Iturbide creyó solucionar sus problemas políticos, pero los efectos fueron contrarios a sus intereses; el descontento popular se acrecentaba, sus enemigos aumentaban día a día y sus amigos –a quienes había colmado de favores y distinciones– lo estaban abandonando; ello lo obligó a presentar su abdicación, pretendiendo reservarse el mando supremo del ejército, cosa que no logró y tuvo que salir de la Ciudad de México el 30 de marzo de 1823, totalmente derrotado, escoltado por el general Bravo.

El 5 de abril el Congreso se reúne y nulifica la coronación de Agustín de Iturbide; declara ilegales todos los actos emanados de ese evento y ordena la pronta salida del ex emperador del territorio de la nación. Igualmente nulifica el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, quedando el país en libertad absoluta de constituirse en la forma de gobierno que más le acomode.

El 19 de julio de 1823 el Congreso declaró válidos y meritorios todos los servicios prestados a la patria en los 11 años que duró la guerra, y concedió merecidos honores, empleos y pensiones a los insurgentes y a sus deudos, medida que llenó de satisfacción al licenciado Izazaga Martínez, quien, sin embargo, rechazó honores y recompensas.

El 4 de octubre de 1824 se juró solemnemente la Constitución y el 10 del mismo mes la juraron también los generales Guadalupe Victoria, como presidente de la República, y Nicolás Bravo Rueda, como vicepresidente. A este Congreso, del cual formó parte el licenciado Izazaga Martínez, le cupo la gloria de dar a la nación la forma de República federal.

En los debates del Congreso Constituyente, la influencia del “grupo de los ocho”, con vasto apoyo, fue decisiva en las directrices sobre el contenido del articulado de la Constitución de 1824; los que la elaboraron eran hombres de escasa experiencia política pero de sólida capacidad intelectual. Entre los michoacanos estaban el doctor Argándar, ideólogo de la Constitución de Apatzingán, y el licenciado Izazaga Martínez, quien siempre desempeñó funciones de asesoría en los quehaceres jurisprudenciales de la vida institucional.

El 19 de noviembre de 1823, la comisión encargada de redactar y presentar al Congreso Constituyente el proyecto de acta que firmarían al finalizar sus trabajos, la integraron Miguel Ramos Arizpe, como presidente; los diputados Tomás Vargas, José de Jesús Huerta, Rafael Mangino y Manuel Argüelles; como primer secretario de esa Comisión fue electo el licenciado José María de la Luz Izazaga Martínez.

El 7 de diciembre de 1823 se inició el estudio del articulado del proyecto de Constitución y el 4 de octubre de 1824 se juró solemnemente el texto aprobado.

Don Carlos María de Bustamante y otros sostenedores de la causa independiente le pidieron a Izazaga una relación de los hechos en que había tomado parte, a lo que éste se negó cortésmente argumentando: “qué podemos decir nosotros si se perdieron los documentos que crucé con los señores Hidalgo y Morelos y otros caudillos en los incendios de Uruapan y Chimilpa, aparte de que en las persecuciones sufridas destruí correspondencia valiosa para no comprometer los planes y a los amigos; además, hicimos tanto en los 11 años de guerra, que aún siendo insignificante la parte que nos correspondió desempeñar, sería tarea enorme escribirla y, probablemente por apegarnos a la verdad, no quedarían conformes los traidores que tanto mal nos causaron y que ahora, triunfante la República, pretenden hacer valer merecimientos muy discutibles. Es mejor dejar cimentar a la nación y alejarnos de la vida pública con la conciencia tranquila, por tener la convicción de haber cumplido nuestro deber, dentro de lo que humildemente pudimos hacer por la independencia”. No obstante, Izazaga Martínez no pudo cumplir su deseo de retirarse, pues durante el resto de su vida siguió al servicio del quehacer institucional, desempeñando cargos modestos.

Finalmente, Francisco Buenrostro, colaborador de Izazaga, escribió gran parte de las actividades de éste, aunque su escrito titulado “Bosquejo histórico sobre la actuación del Mariscal José María Izazaga en la Guerra de Independencia”, ubicado en el Archivo Histórico del Gobierno de Michoacán, se ha difundido muy poco a pesar de que los Talleres Gráficos de la Nación editaron un facsimilar en el sesquicentenario de la Constitución de Apatzingán de 1814.

Merece mención que el edificio de la Contaduría Mayor de Glosa del H. Congreso del estado, en la ciudad de Chilpancingo, lleva su nombre y que una importante avenida de la Ciudad de México también se denomina José María Izazaga Martínez.

(FLE)