La ciencia botánica la ha llamado Euphorbia pulcherrima. Flor guerrerense, símbolo de Navidad en todo el mundo. Bella flor que Guerrero obsequió al orbe. Los antiguos indígenas la denominaron cuetlaxóchil: “flor que se marchita”, dando a entender que era perecedera, como la virtud humana. Se dice que es hiemal, porque florece en su máximo esplendor en invierno.
Originaria de Cuetlaxochitlán, lugar cercano a Taxco (según el historiador Heriberto García Rivas), donde, en un principio, los evangelizadores franciscanos llegados de España adornaron con ella el santo pesebre, para celebrar la Navidad y el año nuevo. Las hermosas y grandes flores rojas comenzaron a engalanar los “nacimientos”, coincidiendo con las creencias de los lugareños, en quienes la flor era símbolo de pureza. Otra versión de su origen es atribuible a un poblado llamado antiguamente Cuetlajúchil de la actual región norte. Hay probabilidad de que su nombre original fuera Cuetlaxochitlán, de cuetlaxtli, cuero o piel curtida, xóchilt, flor y, tlan lugar (abundante en cuetlaxóchitl o flores de nochebuena), de donde se derivó a Cuetlajúchil. Sin embargo, ese lugar fue rebautizado con el nombre de Paso Morelos, porque fue justo allí por donde pasó prisionero el sacerdote insurgente José María Morelos y Pavón rumbo al paredón.
En la época precortesiana, los aztecas la llevaron al valle de México donde se cultivó con esmero en los jardines de Nezahualcóyotl y de Moctezuma. La planta se aclimató en tierra fría, ya que en principio era de tierras cálidas.
El embajador de EU en México, Joel Robert Poinsett, en 1823, conoció esta hermosa flor agradándole sobremanera, la que hizo llegar a su país. Después fue enviada a otros lugares, y la cobertura se amplió, conociéndose y convirtiéndose en el símbolo de Navidad en el mundo.
Puede encontrarse, silvestre, en los bosques caducifolios y en algunos encinales de la vertiente del Pacífico, en los estados de Chiapas, Guerrero y Oaxaca. La planta es un arbusto de hasta 6 m de alto, con líquido lechoso en el tallo; hojas oblongas, con algunos lóbulos cortos; flores apetaladas, con grandes nectarios; un estambre y ovario estipitado y saliente. Las inflorescencias están rodeadas de brácteas rojas que constituyen la parte llamativa. Hay de color amarillo–rosa y blanco, aún cuando es más codiciada la roja.
Muchos de los conocimientos que se tiene del México antiguo se deben a los soldados que intervinieron en la conquista y dominaron las tierras americanas, pero la mayoría de ellos llegaron hasta nuestros días gracias a las crónicas de los primeros sacerdotes y hombres de ciencia que vinieron a cristianizar y a estudiar, con ojos no militares, la tierra, las cosas y los hombres llamados del “Nuevo Mundo”, quienes reunieron un cúmulo de conocimientos indígenas al interrogar a los nativos y escribir su investigación en obras que dejaron a la posterioridad. Ejemplo de esos primeros etnólogos y etnobiólogos empíricos del Siglo XVI son fray Bernardino de Sahagún y el doctor Francisco Hernández, entre otros.
Poco después de la conquista militar, la corte española determinó enviar a Francisco Hernández a investigar la historia natural de la Nueva España: flora, fauna y minerales de las tierras recién descubiertas. Era médico de cámara de Felipe II, quien lo nombró protomédico general de todas las Indias Occidentales, islas y tierra firme, del mar y el océano. Hernández, en la Historia natural de la Nueva España, se refiere a la que ahora denominamos “flor de nochebuena”: “árbol mediano con hojas de tres puntas sinuosas por uno y otro lado, y flores rojas muy grandes, sumamente parecidas, exceptuando el color, a las hojas mismas del árbol. Nace en cualesquiera regiones, sean frías o ardientes, y adorna alegres y hermosos los huertos y patios de los indios”.
Los antiguos mexicanos llamaban a esta flor cuetlaxóchitl, que según la traducción que hizo en el Siglo XVI el doctor Francisco Hernández, significa flor de cuero. A mediados del Siglo XX, el botánico Faustino Miranda y sus colaboradores consideraron que, en este párrafo, Hernández se refiere sin duda a la famosa flor de nochebuena.
El etnobiólogo Rafael Martín del Campo consideraba que el nombre provenía de las raíces cuetlaxtli, cuero o piel curtida, y xóchitl, flor, es decir “flor de cuero o piel”, debido a la consistencia fuerte y áspera de los supuestos pétalos encarnados de esta flor, que en realidad son brácteas, es decir, hojas modificadas y dispuestas alrededor de la verdadera flor que es muy pequeña y amarilla.
La hermosa flor tiene por lo menos 15 nombres populares o vernáculos en México, entre los que sobresalen: Aijoyó (lengua zoque, Chiapas), Bandera (Durango), Bebeta (Veracruz), Catalina o flor de Santa Catalina (Oaxaca), Catarina (Jalisco), Gule–tiini (lengua zapoteca, Oaxaca), Lipa–que–pojua (lengua chontal, Oaxaca), Pastshtln (lengua totonaca de El Tajín, Veracruz), Uanipeni (Michoacán) y hasta un neologismo híbrido entre español y mexicano: poscuaxüchitl o pascuaxóchitl, en el dialecto mexicano de Tetelcingo, Morelos. En Centroamérica, se le conoce como “pastora” o “pastores”, y, como “pascuas”, en Filipinas. Por cierto que el nombre de “flor de pascua” se debe a que se le puede llamar Pascua a cualquiera de las fiestas de Navidad, de la Epifanía y de Pentecostés.
Poinsettia, es el nombre en inglés, aludiendo al norteamericano Joel Robert Poinsett, quien la llevó al extranjero (EU), siendo éste el inicio de la difusión mundial de la flor. Hoy en el estado de California se cultiva y comercializa con éxito, latinizada como Euphorbia pulcherrima y, por último, angligizada como poinsettia.
La flor de nochebuena es de la familia de las Euphorbiaceas, que comprende alrededor de unas siete mil especies distribuidas por casi toda la tierra, pero que son más abundantes en regiones cálidas. Destacan entre los miembros de esta familia la hevea brasiliensis, la hevea guyanensis, de la cuenca del Amazonas, de las que se obtiene látex para producir los mejores tipos de impermeables naturales. Una de las euforbias americanas que tiene importancia comercial es la mandioca (Manihot Utilissima), de cuyas raíces se obtiene la sabrosa fécula que conocemos como tapioca. Otra euforbiácea muy conocida y no de muy grato recuerdo para algunos es el Ricinus communis, planta originaria de África y ahora distribuida por todos los países tropicales. De las semillas de esta planta se extrae el conocido aceite purgante que bien le ha valido su otro nombre común: higuera infernal.
En México, a la familia botánica de las Euphorbiaceae pertenecen también el chichicastle o chichicastli, la chaya, la mala mujer y la ortiga o tlazal (Cnidoscolus multilobus), planta con peligrosos pelos urticantes de la que, sin embargo, se han obtenido especies comestibles. La planta llamada “Sangre de Draco” (Croton draco) tiene algunos supuestos usos medicinales. También existe la candelilla (Euphorbia antisyphilitica), de la que se extrae cera, y la “hierba de flecha” (sapium biloculare), cuyo jugo es muy venenoso y era usado por los indígenas para cazar animales. Resulta también interesante que los frutos parasitados por larvas de esta “hierba de la flecha” puedan volverse “frijoles saltarines”.
Desde el Siglo XVI se ha sostenido que la flor de Navidad o de nochebuena tiene propiedades medicinales, pero sería impropio y temerario recomendarla como inocua y terapéutica. La bióloga Irene Rivera Morales afirma que “la planta entera contiene un jugo lechoso que es utilizado como cáustico, según refieren algunas personas, pues las hojas en forma de cataplasma son usadas actualmente en varios lugares para curar la erisipela y enfermedades cutáneas, y las brácteas las toman las mujeres que crían para aumentar la secreción de leche, de la misma manera que en forma de colirio sirve para curar las enfermedades de los párpados.”
(JR