Tierra Caliente, El mestizaje en la

En la zona de Tierra Caliente, tanto de Guerrero como de Michoacán, se observa desde la segunda mitad del Siglo XIX un singular mestizaje producido entre gente de dichos lugares y extranjeros. Producto de este mestizaje son personas de ambos sexos de singulares rasgos fisonómicos que los hacen fácilmente distinguibles entre el común de la referida población.

En efecto, no es raro encontrar en los municipios de Huetamo y Zirándaro y en las comunidades aledañas hombres y mujeres de piel blanca, cabello rubio, ojos claros de color azul o verde. Las mujeres son de belleza admirable y los hombres apuestos.

Muchos historiadores se han preguntado cómo y cuándo se produjo este mestizaje, habiéndose vertido diferentes opiniones, sin que ninguna de ellas se sustente en datos confiables. Algunos, dejándose llevar por la tradición oral que existe en Zirándaro afirman que el general Vicente Riva Palacio, quien comandaba al ejército juarista del centro, capturó hacia 1865 un grupo de mercenarios al servicio del ejército invasor y ordenó su confinamiento en la margen derecha del Balsas con la estricta prohibición de cruzar el río y, al respecto, debe recordarse que Zirándaro en esa época pertenecía al estado de Michoacán. Sin embargo, la referida tradición oral afirma que las lugareñas de Zirándaro, compadecidas de los soldados mercenarios de diferentes nacionalidades, sí cruzaban el río llevándoles alimentos y que este trato diario entre hombres y mujeres dio origen al mestizaje.

Otros historiadores consideran que sí se dio el mestizaje en la fecha indicada pero que esto ocurrió únicamente entre soldados franceses y mujeres mexicanas, lo cual no ha podido corroborarse pues no existen datos de los que se desprenda que soldados franceses estuvieran acantonados en dicha zona y en la época de referencia. Por el contrario, los informes de Riva Palacio a Juárez siempre fueron en el sentido de que toda la Tierra Caliente de Michoacán estuvo bajo el dominio de las banderas republicanas durante el tiempo que duró la invasión francesa en México.

Ambas teorías se contradicen, pues si la tradición oral afirma que el mestizaje se produjo con mercenarios, no es creíble que éstos estuvieran prácticamente sin vigilancia en una tierra desconocida y hostil y en donde, para colmo, se supone que había tropas francesas; y, por su parte, la aseveración de que el mestizaje se produjo con franceses, se desvirtúa con la orden de Riva Palacio de enviar a soldados belgas capturados en Tacámbaro, precisamente en la zona de Tierra Caliente donde se dice que había tropas francesas.

Ante estas dos versiones que no resisten el menor análisis, debemos concluir que la afirmación válida es la que se desprende del valioso libro de Eduardo Ruiz denominado Historia de la intervención francesa en Michoacán, publicado en su segunda edición por la Secretaría de Educación Pública en el 1941. Eduardo Ruiz se graduó de abogado en el Colegio de San Nicolás de Morelia, donde también alcanzó el título de notario público. Desde 1865, se incorporó a las fuerzas republicanas al mando del general Vicente Riva Palacio, de quien fue secretario particular.

Poco antes de terminar la Guerra de Intervención fue nombrado auditor general del ejército del centro, cargo que desempeñó hasta el final del conflicto. Fue diputado federal durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y en 1882 fue electo procurador general de la nación. En 1900 fue nombrado ministro de la Suprema Corte de Justicia, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1907. Como se advierte, se trata de un historiador serio que, además, fue testigo y protagonista de los hechos que narró en su obra cumbre y tuvo en sus manos un libro, ahora inencontrable, debido a la pluma del suboficial Ch. Loomans intitulado Ocho meses de cautividad entre los indios de México, del cual transcribe algunos párrafos relativos a la prisión virtual a la que estuvieron sometidos los soldados belgas capturados en Tacámbaro.

El rey Leopoldo I, padre de la emperatriz Carlota, envió a México a fines de 1864 dos batallones destinados a la protección de la emperatriz al mando del teniente coronel Van der Semissen. A medida que la guerra se volvía adversa a los invasores, los soldados belgas se vieron obligados por la fuerza de las circunstancias a entrar en batalla y fue entonces cuando dichos batallones fueron enviados a Michoacán. La columna se dividió en dos partes: un batallón, al mando del mayor Tytgat, salió de Morelia rumbo a Tacámbaro a donde llegó el 3 de abril de 1864, pero antes acamparon en Acuitzio y se posesionaron del cementerio porque estaba rodeado de altas murallas.

Loomans narra que utilizaron todas las cruces para hacer sus fogatas, hecho que indignó a los lugareños por la falta de respeto al santo lugar donde reposaban sus ancestros, afrenta que después pagarían caro los belgas. Tres días permanecieron los belgas en Acuitzio, de grata memoria para ellos pues, ocho meses más tarde, fue en ese lugar donde se llevó a cabo el canje de prisioneros belgas por mexicanos. Los invasores se dirigieron a Tacámbaro y se instalaron en los portales. No tomaron en cuenta que si bien el lugar era un vergel, como emplazamiento militar resultaba totalmente inadecuado, ya que Tacámbaro se encuentra en el fondo de un valle rodeado de montañas.

Los chinacos esperaron el momento adecuado para atacar a sus enemigos, penetraron a la ciudad en masa por todos los rumbos y pronto la cercaron sin que los belgas tuvieran ninguna oportunidad de escapar de aquella trampa mortal. A pesar de que el regimiento de la emperatriz contaba con mejor armamento y abundantes municiones y las tropas juaristas estaban mal organizadas y escasas de parque, su número superaba con creces estas desventajas y poco a poco hicieron retroceder a los belgas, quienes recurrieron a un recurso desesperado: hicieron prisioneras a la esposa y a las tres hijas del general Nicolás Régules, quien comandaba a las fuerzas republicanas, como una garantía para pactar una tregua o una salida honrosa.

Creyéndose seguros se concentraron, el 10 de abril de 1865, dentro de la iglesia parroquial. Régules no había llegado aún a Tacámbaro, pero a marchas forzadas se dirigió a la ciudad y cuando llegó, antes de preguntar por la seguridad de su familia, pidió informes sobre el número de soldados belgas y su armamento. Le informaron que eran 300 belgas y 80 mexicanos traidores y que, además de los fusiles, sólo contaban con un cañón. Cuando el general Regules llegó con un numeroso contingente todos le pidieron que desistiera del ataque para no poner en peligro a su familia. Regules, sin inmutarse, dio la orden de ataque el cual se inició al amanecer del día once. Primero los republicanos lanzaron una andanada de cañonazos contra la iglesia y la turba republicana se descolgó de las montañas y penetró en desorden a la ciudad. Los belgas se refugiaron, aparte de la iglesia, en una casa próxima; atónitos y sorprendidos.

Sin embargo, pronto se reorganizaron y repelieron el primer ataque trabándose ambos bandos en una feroz batalla. El comandante Tydgat ordenó que el mayor número de tiradores subieran a la torre de la iglesia pero, aún así, no pudo contenerse el avasallante empuje de los 1500 soldados republicanos. Tres horas duraba ya la intensa refriega sin que se advirtiera quienes serían los vencedores; entonces el general Régules ordenó al coronel Robredo que se apoderara de la casa contigua a la iglesia ocupada por el enemigo y éste logró su objetivo con gran pérdida de vidas prendiéndole fuego a la casa el cual se extendió a la iglesia, al mismo tiempo que Régules ordenaba ocupar el atrio con valientes chinacos, de tal modo que los belgas quedaron encerrados e indefensos dentro de la iglesia por lo que decidieron rendirse.

Régules envió a uno de sus soldados a acercarse a las puertas de la iglesia para pactar la capitulación, pero el emisario fue recibido a balazos por lo que los republicanos reiniciaron el ataque con mayor furia y quemaron la casa que estaba junto a la iglesia para encerrar en un infierno a los belgas. Éstos decidieron exponer en las torres de la iglesia a la esposa y a las hijas de Régules como severa advertencia de lo que podía ocurrir si proseguía el ataque. Sin embargo, esto no intimidó a Régules quien ordenó que prosiguiera el ataque, mientras instruía a un comando para que procurara rescatar a su familia, lo que efectivamente ocurrió. Los belgas se replegaron al interior de la sacristía donde aún no habían llegado las llamas y en ese momento penetró Régules con su brioso corcel al centro de la iglesia y ofreció una capitulación honrosa a los belgas: serían considerados prisioneros de guerra. Nadie se explica, dice Loomans, cómo es que ningún soldado belga le disparó a Régules; lo cierto es que los sitiados abandonaron la iglesia poco antes de que el techo se desplomara. El inaudito valor de Régules había puesto fin a la contienda. Al comenzar la tarde de aquel día (11 de junio) llegó el general Riva Palacio y dio órdenes al general José María Arteaga para que condujera los prisioneros a Huetamo, donde podrían ser fácilmente vigilados. Entre los prisioneros belgas había varios gravemente heridos y pidieron por escrito al general Riva Palacio que les permitiera quedarse en Tacámbaro, empeñando su palabra de honor de que no tratarían de fugarse. El mayor Tydgat y otros 20 belgas, merced a la benevolencia de Riva Palacio, se quedaron en Tacámbaro de donde se fugaron dos días después.

La otra fracción de la legión belga se acuarteló en Zitácuaro y al enterarse del desastre de Tacámbaro, su comandante ordenó incendiar la ciudad; únicamente dos casas, en las que se refugiaron los belgas y traidores mexicanos, quedaron en pie.

A los belgas que se capturaron en Tacámbaro se agregaron los aprehendidos en Uruapan el 12 de junio y en Morelia el 12 de octubre. Todos ellos, como ya se dijo, fueron enviados a Huetamo. Durante el largo recorrido, a los oficiales belgas se les permitió conservar sus espadas y equipajes y, además, se les entregó un peso diario, mientras los soldados juaristas no percibían ningún sueldo, lo que constituyó un acto de benevolencia del general Riva Palacio. El día 16 de julio llegaron a Huetamo, bajo la comandancia del coronel J. Trinidad Villagómez, provocando la curiosidad de los habitantes, sobre todo de las mujeres quienes, según relata Loomans, se acercaron a los prisioneros a quienes les impresionó las sensuales formas de aquellas indias, de andar voluptuoso y ojos brillantes.

En ese momento los belgas no sabían nada de la kirikua, o sea el mal del pinto, que había contraído una de esas mujeres, pero tras ocho meses los belgas advirtieron que ese mal no era contagioso. Les admiró la limpieza y el vestido de las mujeres, y entre la curiosidad de ellas y la admiración de ellos, se presentó el coronel Leonardo Valdez, prefecto del distrito y comandante militar a cuya custodia le fueron entregados los prisioneros. Éstos tuvieron los portales como prisión, donde eran vigilados por unos cuantos pintos de calzón blanco y su machete como única arma. Los belgas, al darse cuenta de que podían fácilmente evadirse, trazaron un plan para hacerlo pero fueron delatados por un francés, también prisionero, y fue entonces cuando el coronel Valdez dispuso trasladarlos a Zirándaro, para lo que era necesario cruzar el río Balsas, mucho más caudaloso que el actual, pues medía más de 500 metros de ancho, tornándose así casi nula alguna tentativa de fuga.

El imponente río iba a hacer su verdadero carcelero y el comandante Nicanor Gómez su bravo vigilante. Teniendo la población como cárcel, los prisioneros empezaron a fugarse poco a poco hacía el sur. Gómez se hacía el desentendido y sólo vigilaba a los oficiales y sargentos convencido de que aquellos prisioneros que se esparcieron por la Tierra Caliente del ahora estado de Guerrero ya no intentarían volver a las filas del imperio, tal como ocurrió. Los que se quedaron recibían alimentos de los zirandarenses y otros ofrecieron sus servicios como jornaleros en los ranchos cercanos. Se trataba de un contingente de aproximadamente 300 belgas, pues los traidores mexicanos fueron los primeros en huir. Advirtiendo que su gobierno los había olvidado, a otros belgas se les permitió volver a Huetamo para fabricar pólvora y parque. Otros sirvieron como cajistas en la imprenta La República, periódico oficial del gobierno liberal de Michoacán y algunos más fueron ordenanzas de los oficiales juaristas. Con todos éstos y los desertores franceses que se pasaron a las tropas republicanas, formó Riva Palacio la legión extranjera.

El coronel Van der Smissen, desde julio de 1865 procuraba que el gobierno imperialista aceptara un canje de prisioneros con el gobierno republicano. El plan contó con el apoyo de la emperatriz Carlota. Sin embargo, el 3 de octubre, Maximiliano lanzó un criminal decreto por el cual ordenaba que todos los republicanos presos fueran pasados por las armas en represalia por los soldados imperialistas muertos en los enfrentamientos ocurridos entre ambos ejércitos; no obstante, quizás debido a la intervención de la emperatriz, el decreto quedó supeditado a que se realizara el canje de prisioneros. Las negociaciones empezaron el 5 de noviembre en forma epistolar entre el jefe imperialista Ramón Méndez y el general Riva Palacio. Méndez ofreció, más que un canje, un mandato con indicaciones inaceptables para los juaristas, razón por la cual Riva Palacio se dirigió al mariscal Bazaine y se pactó un canje sin condiciones, esto es, un prisionero por otro sin importar el grado militar. El canje se efectuó en Acuitzio el 5 de diciembre de 1865.

Ocho meses, en efecto, habían pasado los belgas en prisiones virtuales, pues en realidad ninguno de ellos estuvo recluido en una cárcel. De allí el título del libro del señor Loomans, escrito probablemente en francés, del cual debe existir una traducción al castellano. Citado por el licenciado Eduardo Ruiz en su famoso libro Historia de la intervención francesa en Michoacán, carece de bibliografía y hasta ahora no ha podido ser encontrado en las bibliotecas de la Ciudad de México, ni la embajada belga en nuestro país pudo proporcionar ningún dato al respecto; pero no hay duda que Ruiz lo tuvo en sus manos, pues transcribió párrafos enteros del libro los cuales son, hasta ahora, la única fuente de que se dispone.

Antes del canje de prisioneros, ¿qué había pasado con los belgas en Zirándaro? Después del bando absurdo de Maximiliano del 3 de octubre y hasta que se iniciaron las negociaciones para el canje, muchos republicanos habían perecido como consecuencia de esa orden funesta, entre ellos el coronel Villagómez que había conducido a los prisioneros de Tacámbaro a Huetamo, con consideración y benevolencia al grado de ganarse su simpatía pues hasta les asignó a un médico de nombre Leónides Gaona. Los belgas supieron del fusilamiento de Villagómez y de José María Arteaga ocurridos en Uruapan y presintieron que iban a ser objeto de represalias mortales por lo que, los que se encontraban más al sur de Zirándaro, emprendieron la huida estableciéndose en Coahuayutla y otros en Tlacotepec, según la tradición oral que se conserva en esos lugares, donde se quedaron definitivamente y obviamente se relacionaron con las mujeres dando lugar al mestizaje, el cual ya había ocurrido en Huetamo y en Zirándaro.

Esta tradición oral se robustece con la existencia en esas poblaciones de hombres y mujeres con rasgos fisonómicos europeos. Así pues, el mestizaje aludido se produjo entre belgas y mujeres nativas y no con franceses o mercenarios de varias nacionalidades.

No se sabe cuántos belgas fueron trasladados a Zirándaro, pero sí se sabe cuántos recobraron su libertad con el canje de prisioneros: fueron 288, entre los cuales figuró Loomans.

(JPLC)