En 1751 el acaudalado y prestigiado ciudadano del Real de Minas de Taxco, José de la Borda, inició la construcción del templo de Santa Prisca, previa autorización que presentó ante el virrey don Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, conde de Revillagigedo, y el arzobispo de México don Manuel Rubio y Salinas.
Santa Prisca en el retablo del templo del mismo nombre.
La solicitud reclamó, en contra de lo establecido, el derecho a la libertad absoluta para actuar y decidir en todo lo relacionado a la edificación de la iglesia.
Las autoridades aceptaron las condiciones, pero exigieron el compromiso de entregar la construcción perfectamente terminada.
Para cumplir el ideal, José de la Borda hipotecó bienes y propiedades y asentó que, en caso de morir antes de finalizar la obra, los herederos o sucesores tendrían que llevar a cabo su disposición.
Durante ocho años, la edificación representó una fuente pródiga de trabajo para muchos lugareños.
El administrador de obras fue don Francisco Miguel Domínguez, quien, años más tarde, se encargó de mandar hacer la pira funeraria del famoso minero y promotor de la construcción; en ese acto, el autor del discurso luctuoso fue el párroco José Antonio Ximénez y Frías, quien hizo alusión al costo del templo: $461 562.00, cinco y medio reales de oro; además de $590.00 para los colaterales, ambones, púlpitos, confesionarios, pinturas y el órgano.
El principal arquitecto de la obra fue Cayetano de Sigüenza, quien reconoció el terreno y trazó los planos; intervinieron, también, el español Diego Durán Berruecos, del que algunos autores afirman que se trata de otra persona con el mismo apellido; don Juan Jóseph de Alba (constructor de la Casa Borda), y otro más de apellido Caballero.
Isidoro Vicente de Balbás fue el autor de los retablos y, junto con su hermano Luis, vivió en la ciudad minera durante el levantamiento del edificio.
El pintor más famoso del momento, Miguel Cabrera, realizó los frescos de los retablos El martirio de San Sebastián, El martirio de Santa Prisca y la serie Mariana. En su estilo pictórico se nota la influencia de Rubens.
Existen algunos óleos anónimos, como el de La Inmaculada Concepción de María, Cristo con la cruz a cuestas y otros más, que denotan menor perfección en su técnica.
En la sala capitular se muestra una galería de personajes ilustres de Taxco, con firmas de Cabrera, José de Miranda, Ramón Torres y otros más sin rúbrica; los cuadros son también de mediana calidad, sin embargo, cumplen el propósito de recordar a los homenajeados.
La iglesia se terminó en 1758 y la consagración la hizo don Manuel Antonio Rojo del Río Lubián y Vieyra, arzobispo de Manila, el 15 de marzo de 1759, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción y la protección de dos santos titulares: Santa Prisca y San Sebastián, ambos, mártires romanos del Siglo XII. La primera es patrona tradicional de las tormentas, protectora contra los rayos y los desbordamientos de las aguas; en la antigua parroquia ya existían dos esculturas de ella; el segundo, San Sebastián, se eligió al azar del santoral, por medio de un sorteo.
Debió constituir para José de la Borda una enorme satisfacción contemplar el templo terminado en forma excelente, gloriosamente consagrado y ver a su hijo, don Manuel de la Borda y Verdugo, como primer párroco: doble tributo a Dios.
Con la obra, el prestigio social del minero se acrecentó, pero nunca intentó comprar un título nobiliario, como era costumbre en la época.
En la estructura de Santa Prisca destaca, primeramente, la cúpula mayor, con estilo barroco del Siglo XVIII, ochavada, con linternillas muy ornamentales, con cupulín y ventanas en el tambor; luce azulejos poblanos amarillos, verdes, azules y blancos; los dos primeros representan los colores de San José, y los segundos corresponden a la Virgen María. El diseño geométrico dibuja en el centro una gran estrella blanca, sobre fondo azul, simbolizando la Purísima Concepción. En el entablamiento lleva anagramas de Cristo y la inscripción “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
La cúpula menor también está revestida de azulejos, con linternillas de sección rectangular, y pertenece a la capilla de Jesús Nazareno.
Debido a lo estrecho del terreno, el trazo de la planta de la iglesia fue en cruz latina, muy angosta.
El conjunto ornamental exterior, de acuerdo al estilo barroco novohispano, muestra diversos grados de intensidad, pero, en perfecta armonía, mezcla, además, elementos arquitectónicos clasicistas, como las pilastras y el marco de esquinas recuadradas del relieve.
La portada principal se orienta hacia el poniente; combina pilastras clásicas con columnas salomónicas. Característica original son las pilastras–nicho que unen la estructura. En el centro y a lo alto, después de la tiara papal, se distingue el relieve del Bautismo de Cristo, que simboliza el acto que permite la entrada a la vida eterna, al paraíso y, en este caso, el acceso al interior.
Reloj de la iglesia de Santa Prisca.
A los lados se encuentran Santa Prisca y San Sebastián, mártires que evocan el sacrificio de Cristo por la humanidad; flanquean el pórtico San Pedro y San Pablo, apóstoles que representan los cimientos de la religión y la difusión del Evangelio.
Como remate del conjunto aparece la imagen de la Inmaculada Concepción, en medio de San Juan y San Mateo.
En la portada lateral derecha está la alegoría de la Asunción–Coronación de la Virgen, de San José, patrono de la Nueva España, y San Cristóbal, protector de los viajeros.
Hay dos portaditas más, que corresponden al bautisterio y al cuadrante; en la primera, se aprecian las tres virtudes: Fe, Esperanza y Caridad, coronadas por una custodia; en la siguiente, aparecen la Asunción, la Crucifixión, la Resurrección y la Virgen del Rosario; sobre ambas entradas emergen querubines, follajes y ángeles balbasianos.
En el costado norte se encuentra la figura de un esqueleto humano encima de la puerta que conduce a las bóvedas y al osario común.
Las torres, notables creaciones barrocas, resaltan inigualables, majestuosas desde cualquier ángulo de la ciudad, con relieves que semejan la delicadeza de un encaje, mezcla de símbolos, misticismo y sensualidad; en ellas, sobresalen ocho apóstoles, cuatro en cada una, aunque sólo se puede identificar a Santo Tomás.
Dichas estructuras están profusamente adornadas con escudos que culminan con símbolos de la letanía a María, medallones circunscritos con roleos y conchas, íconos de santas, algunas, con palmas del martirio. De todas, sólo se reconocen a Santa Lucía, Santa Úrsula y Santa Bárbara; del resto se ignora su identidad; llama la atención la figura de una santa decapitada, que es una de las que no se identifican.
En el interior, los altares dorados sobre cantera rosa y madera policroma, que van en jerarquía ascendente y riqueza ornamental, ofrecen diversidad de formas, reflejos y destellos, impactando con una sensación de irrealidad; son nueve y corresponden a: San Isidro Labrador, donde se veneran santos varones; Santa Lucía, sólo doncellas; San Juan Nepomuceno; la Virgen del Pilar, rodeada de los siete arcángeles; San José y la familia divina; la Virgen de los Dolores, con los personajes del Calvario. En el crucero está la Virgen de Guadalupe frente a la Virgen del Rosario, que representan la devoción novohispana y la española; ambas se acompañan con imágenes de santos y obispos.
Finalmente, en constante avance espiritual, está el retablo mayor, suma de toda la riqueza y magnificencia estética; en el centro luce triunfante la figura de la Inmaculada Concepción; a los lados, Santa Prisca y San Sebastián, además del sagrado Corazón de Jesús; San Pedro, San Ambrosio, San Gregorio Magno, San Jerónimo, San Agustín, los apóstoles y numerosos íconos de santos papas, en las pilastras y en la cúspide, el Padre Eterno.
En la capilla de Jesús Nazareno aparece, en forma central, el retablo de las Ánimas Benditas, donde se dicen misas en honor y favor de los difuntos; en el muro poniente, se venera al Redentor, que da nombre al recinto, a su pasión y muerte.
En forma paralela, está el retablo de la Inmaculada Concepción; los dos altares son idénticos en los lineamientos estructurales y ornamentación, cada uno con temas religiosos e imágenes acordes a la figura principal.
Órgano de Santa Prisca.
En sí, el conjunto de los retablos de Santa Prisca presenta una unidad teológica que trata de ilustrar, con objetividad, los temas religiosos y bíblicos, sin desdeñar las iconografías simbólicas. Entre artísticas ornamentales, ángeles balbasianos, palmas del martirio, áureos roleos y follajes, se manifiesta el Dogma de la Fe, las Instituciones y Jerarquías Eclesiásticas, el culto a la Virgen María y la glorificación del Martirio.
Los altares evidencian el sello personal de Isidoro Vicente de Balbás, su creador: composiciones mixtilíneas, o sea, figuras compuestas por lados rectos y curvos, con diversos planos de profundidad, medallones, roleos de todos tamaños, ángeles que sostienen palmas de martirio, alegorías uobjetos distintos referentes al tema teológico del altar.
En todo el conjunto se aprecia el paso del barroco estípite al anástilo; en ocasiones, la combinación de ambos, en forma original y sobresaliente: ménsulas que casi cobran vida propia. El estilo es clasificado por Elisa Vargas Lugo, en La Iglesia de Santa Prisca, UNAM, 1982, como ultrabarroco, con iniciación del anastilismo en sus retablos y con la característica de usar columnas tradicionales, que constituyen el neóstilo.
El propósito del “Fénix de los mineros”, José de la Borda, de construir un templo trascendente, singular y extraordinario, fue superado con creces, ya que Santa Prisca cumple su misión religiosa, simbólica y ornamental, que ha perdurado a través del tiempo, e inmortalizó a su creador, al llevar al plano de lo material los sentimientos místicos y de agradecimiento al Creador.
Restauración.
En 1988 el gobernador del estado, licenciado José Francisco Ruiz Massieu, acordó, con la comunidad taxqueña, emprender acciones urgentes para llevar a cabo la restauración del templo de Santa Prisca, pues a pesar de que la estructura de la iglesia es bastante resistente, el embate del tiempo y la multitud de personas que la visitan, con fines religiosos o turísticos, la han deteriorado en forma importante.
Gracias a dicha restauración podemos admirar una de las manifestaciones más relevantes del barroco mexicano del Siglo XVIII, incluyendo la pinacoteca, retablos, muebles ornamentales e invaluables objetos de arte.
Para el efecto, se integró un equipo interdisciplinario encabezado por un grupo de asesores calificados en historia del arte y ciencias aplicadas a la restauración y que incluía técnicos y mano de obra especializada. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto Ricardo Prado Núñez.
Las investigaciones documentales y gráficas fueron significativas para preservar la autenticidad histórica y estética de esa representación del arte novohispano.
En principio, se elaboró un inventario de los objetos de arte que permanecían olvidados en la bodega, y para la restauración propiamente dicha se le dio prioridad al edificio, las instalaciones, los retablos, la pinacoteca y los murales.
Después, se procedió a renivelar y reajustar el enlosado de los pavimentos del atrio; cuando fue necesario, se cambiaron piezas tomadas del lugar original: el cerro del Huixteco.
La cubierta de la iglesia y las cúpulas de azulejos poblanos, originales del Siglo XVIII, presentaban humedad severa, con proliferación de flora parasitaria; se aplicaron herbicidas y se impermeabilizó con jabón y alumbre disueltos; las oquedades bajo el azulejo, detectadas por percusión, fueron inyectadas con una mezcla de caseinato de calcio.
Del interior, se erradicó la fauna nociva, como eran los murciélagos y las temibles termitas destructoras de las partes ornamentales de los retablos y marcos de las pinturas.
Sin necesidad de sacar del templo las obras pictóricas, se restauraron más de 40 lienzos, con autoría de Miguel Cabrera, José de Miranda, Andrés Barragán, Ramón Torres y otros autores anónimos; se usó la técnica holandesa del reentelado, que consiste en adherir al paño original uno nuevo que sirve de soporte, para efectuar el resane y reintegración del color.
Se hizo la limpieza de los retablos y la aplicación de fungicida e insecticida a los mismos; se realizó reforzamiento o sustitución de piezas estructurales; los faltantes de dorado tuvieron que resanarse y los colores originales fueron restituidos.
El trabajo más relevante es la reconstrucción del manifestadorperteneciente al retablo mayor: elemento arquitectónico que sirve para exponer al público la custodia. Fue casi un rompecabezas armar las partes que se encontraron en un depósito y en la parroquia, destruidas o con muestras de haber sufrido la acción del fuego, por lo que se compuso la ornamentación existente y se fabricó la faltante.
En el portón principal pudieron repararse agrietamientos y fracturas; la madera, rehidratada, se trató contra hongos y polillas; las molduras, elementos faltantes, herrajes zafados y doblados, fueron restablecidos.
Los diversos objetos históricos que sirvieron como base para una precisa restauración se encontraron guardados bajo llave en una bodega ubicada sobre la sacristía de los presbíteros. La acertada medida se efectuó en el segundo centenario de la parroquia y evitó el desecho o saqueo de obras de arte y partes de retablos, como alas de ángel, manos o dedos, faroles, cerraduras del Siglo XVIII y otras, cuya ausencia hubiese pasado inadvertida.
De todos los objetos se elaboraron cédulas o fichas que fueron almacenadas en un inventario computarizado.
Además, se restauró el mueble más importante del templo: el órgano monumental, cuya maquinaria se fabricó en Alemania en el Siglo XVIII y es uno de los pocos que mantienen intacta la estructura original.
Así, en los festejos de las segundas Jornadas Alarconianas, celebradas en mayo de 1989, fue posible escuchar, después de un silencio de más de 100 años, sensibles notas místicas ejecutadas en el órgano por el maestro Víctor Urbán. Se llevó a cabo la conferencia “La restauración de Santa Prisca in situ”, por Ricardo Prado Núñez, y se realizó una visita guiada por el doctor Jaime Castrejón Díez al interior de la iglesia.
La primera etapa, iniciada por el licenciado José Francisco Ruiz Massieu, para rescatar el patrimonio histórico monumental fue respaldada por el Patronato pro Restauración de Santa Prisca, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Se declaró zona de monumentos históricos a la ciudad de Taxco, en el decreto expedido por el Poder Ejecutivo, en el Diario Oficial del 19 de marzo de 1990.
En junio de 1999 ocurrieron algunos movimientos telúricos que dañaron la edificación de Santa Prisca y ameritaron su restauración; un mes después, dieron inicio los trabajos correspondientes, atendidos por el programa emergente que implantó el INAH, dentro del Fondo Nacional de Desastres Naturales (FONDEN).
El presupuesto destinado al templo fue de $430 000.00 y se comisionó como responsables de los trabajos a los arquitectos Nicanor Zalapa y Alejandra Morales, pertenecientes al INAH, quienes fueron apoyados por personal de la Secretaría de Desarrollo Social del Gobierno del estado y del Patronato de Restauración Taxqueño.
Panorámica de la Iglesia de Santa Prisca.
(HCB)