Ritual que realiza la etnia tlapaneca de las comunidades de Iliatenco, Tres Cruces y Tlapa, del municipio de Malinaltepec, y algunas otras de los municipios de Tlacoapa y Atlamajalcingo del Monte, de la región de La Montaña.
De acuerdo con la tradición oral, el ritual tiene explicación cosmogónica en la que intervienen el fuego, elemento dador de vida, y San Marcos, santo patrón de los tlapanecos, quien tiene la facultad de propiciar la lluvia. El mismo nombre se da a las piedras, momoxtles e ídolos donde se llevan a cabo las ceremonias de petición de lluvia, que celebran el 24 de abril de cada año.
Gerardo Guerrero dice, en relación con ese ritual, que San Marcos tenía un yerno llamado Lumbre, quien, al quemar la basura de su tlacolol, con el humo estuvo a punto de ahogar a San Marcos; éste, enojado, trató de destruir toda la siembra de su yerno. Lumbre, muy ofendido, se fue muy lejos.
San Marcos sufrió las consecuencias de la falta de Lumbre: pasó mucho tiempo sin poder comer. Una mañana, un ave canora pasó por ahí, y San Marcos le preguntó si había visto a Lumbre; al contestarle que sí, le pidió al ave que le dijera que regresara, que lo necesitaba porque no había probado alimento en mucho tiempo, pero aquél le contestó que no regresaría.
San Marcos insistió y, hasta la cuarta vez, Lumbre aceptó volver y dijo: “corten leña y pónganla en cuatro montones, también consigan cuatro señores principales, uno para cada montón, para que vigile e implore mi llegada”.
Una vez cumplido esto, pasó el tiempo y Lumbre no llegaba. Todos se preocupaban, pues si no llegaba, el hambre y todas las enfermedades iban a “arreciar”. De pronto, los principales vieron cómo de los montones de leña empezaron a salir llamas. Jubilosos, rezaron, pues nuevamente tenían fuego.
La tradición de la quema de la leña se ha venido legando de generación a generación y tiene gran significado. Actualmente, se celebra como ritual familiar; por ejemplo: antes y después de que los novios contraigan matrimonio, para propiciar que el fuego purifique el hogar de la nueva familia y evitar enfermedades. También se realiza cuando hay cambio de autoridades. Comisarios y principales queman la leña con el propósito de proteger a la comunidad de epidemias o de malas cosechas. Al efectuarse un matrimonio, la víspera del enlace, el varón sube al cerro por 32 leños de encino y 32 de ocote, y contratan al “encendedor” (Xiraa–xicaii), un anciano que sabe rezar y realizar el ritual; éste acomoda la leña juntándola punta con punta; los novios se colocan a los lados, el hombre a la izquierda y la mujer a la derecha. Dentro de la casa, el rezandero dice las plegarias, prende los maderos y vigila el fuego hasta que solamente quedan cenizas. Mientras, los novios velan toda la noche sentados frente al fuego, hasta que se consume. La ceremonia dura una noche y un día completos.
La familia del novio corta flores campestres, con las que elaboran “cadenas” que adornarán a los novios y al altar de las imágenes sagradas. Se prepara atole de maíz, totopos dulces y dos guajolotes –hembra y macho– guisados en mole rojo, para comerlos al terminar el ritual, acompañados del imprescindible mezcal para brindar por los novios.
Al amanecer, cuando la leña se ha consumido totalmente, el rezandero junta cuidadosamente toda la ceniza, la deposita en un recipiente, y lo entrega a la pareja; ésta se dirige a la ciénega más cercana que tenga corriente continua, y allí vacían la ceniza, que es arrastrada y disuelta por el agua. Luego regresan a su hogar, donde se come y se bebe en un festejo de beneplácito para los moradores de la casa, que así quedan protegidos de enfermedades y malos agüeros.
(ETA)