Paulina, Huracán

Alcanzó la categoría cuatro, de un máximo de cinco, en la escala Saffir–Simpson.

La trayectoria.

Se formó en el océano Pacífico, frente al golfo de Tehuantepec. El 6 de octubre de 1997 se localizaba a 268.5 kilómetros de Puerto Madero, Chiapas, y se desplazaba hacia el oeste. El día 7 por la tarde se encontraba a 235 kilómetros al sureste de Huatulco, y mostraba una trayectoria ascendente que anticipaba el choque contra la costa y gran parte de la zona montañosa de Oaxaca. El 8, al mediodía, entró a tierra, por el rumbo de Puerto Ángel, registrando vientos de hasta 250 kilómetros por hora; pasó por Pochutla; destrozó la zona cafetalera; giró hacia el occidente y, luego de devastar numerosas comunidades chatinas y mixtecas, dejó la entidad por el territorio de Pinotepa y Collantes. El mismo día 8 continuó por el litoral de Guerrero; azotó fuertemente a muchas comunidades y, ya en la noche, empezó a descargar toda su furia contra Acapulco; en la madrugada y durante las primeras horas de la mañana del 9, convirtió al puerto en zona de desastre. Siguió su curso hacia Michoacán, llegando a Lázaro Cárdenas en las primeras horas del día 10. Según informó el Servicio Meteorológico Nacional, a las 9:00 horas de ese día el Paulina se disipó a 30 km al sur-suroeste de Guadalajara, Jalisco (para entonces había pasado de huracán a tormenta, y de tormenta a depresión tropical).


Foto satelital del huracán Paulina.

Las zonas afectadas.

En Guerrero, muchas comunidades de Costa Chica, Costa Grande y La Montaña resintieron, con mayor o menor vehemencia, los efectos nocivos del Paulina. Algunos de los municipios más afectados fueron: Ayutla de los Libres, Azoyú, Copala, Cruz Grande, Cuajinicuilapa, Cuautepec, Igualapa, Ometepec, San Luis Acatlán, San Marcos, Tlacoachistlahuaca, Xochistlahuaca; Atoyac de Álvarez, Benito Juárez, Coyuca de Benítez, Tecpan de Galeana; Alpoyeca, Copanatoyac, Huamuxtitlán y Zapotitlán Tablas. No obstante, por la magnitud de la tragedia vivida por sus pobladores, fue en la zona porteña de Acapulco donde se concentró la atención estatal, nacional e internacional. (Véase mapa anexo).

La lluvia.

El miércoles 8 de octubre la Capitanía del Puerto izó la bandera roja y declaró que Acapulco quedaba cerrado a la navegación a partir de las 15:00 horas. A las 10:00 de la noche, aproximadamente, los truenos resultaban ya ensordecedores y comenzaba a llover; dos horas después el aguacero era torrencial y el viento, por momentos, aumentaba su fuerza. Lo peor de la tormenta, sin embargo, se produjo entre las 4:00 y las 6:00 de la mañana del jueves 9: desde lo alto de los cerros se formaron corrientes que avanzaron impetuosas por barrancas y calles, arrastrando a su paso cuanto encontraron; enormes rocas rodaron cuesta abajo y demolieron vialidades, puentes, casas, templos, postes, vehículos automotores… la población, sobre todo la de escasos recursos económicos, vivió horas de angustia y desesperación, de impotencia ante el furioso embate de la naturaleza, de llanto y dolor ante la pérdida de seres queridos y la destrucción del patrimonio (generalmente escaso y construido a través de muchos años). Hacia las 6:00 horas aflojó la intensidad de la tormenta. Poco después de las 11:00 dejó de llover, la mañana se despejó y “el sol alumbró nuevamente el suelo acapulqueño”.

En el lapso de unas cuantas horas el Paulina trastocó a fondo la vida cotidiana de Acapulco y sus alrededores, transformándolos en zona de desastre. Al mediodía del 9 de octubre de 1997, en cientos de comunidades el entorno sólo mostraba desolación, zozobra y muerte. Las precipitaciones pluviales registradas alcanzaron los 411 milímetros en Acapulco; 350, en Cuajinicuilapa; 313, en el poblado Las Vigas, municipio de San Marcos; 230, en Cruz Grande; y, 86.5 en Chilpancingo (Excélsior, 10 de octubre de 1997).

La primera evaluación.

Un recuento inicial de los daños mostró, entre otras evidencias, un Acapulco casi totalmente incomunicado por tierra (sólo se tenía acceso a través de la supercarretera); con cerros desgajados y numerosas colonias (entre ellas más de 30 de tipo popular) sepultadas bajo el lodo; sin agua potable, sin luz eléctrica y sin transportes; las líneas telefónicas (más de 20 000) profundamente dañadas; 33 embarcaciones hundidas; una bahía de aguas turbias, con palapas abatidas o sepultadas y playas desiertas; las calles principales (Cuauhtémoc, Costera, Escénica y Ruiz Cortines) bloqueadas por miles de toneladas de lodo, arena y piedras, además de escombros, árboles, muebles, aparatos electrodomésticos, tanques de gas, vehículos volcados y cadáveres de personas y animales; cinco mil casas destruidas y 25 000 con afectaciones parciales; 500 vehículos inservibles; el aeropuerto, cerrado al tránsito aéreo comercial y turístico… En resumen: una ciudad profundamente fracturada.

Desde el mismo 9 de octubre, los rescatistas trabajaron en busca de cuerpos con o sin vida. Las cifras fueron modificándose, según la instancia emisora, durante los días siguientes. Así, por ejemplo, en su edición del 10 de octubre el diario Excélsior consignó 98 personas fallecidas en Acapulco, dos en Ometepec y dos en Cuajinicuilapa, según el secretario general de Gobierno, Humberto Salgado. Al día siguiente el mismo diario, sin precisar la fuente, decía que “en el puerto de Acapulco los muertos son más de 170, y el mar sigue devolviendo cadáveres”; además, hay “entre 150 000 a 200 000 damnificados”. En la misma fecha –11 de octubre de 1997– el periódico La Jornada se refería a 50 000 damnificados en el municipio de Acapulco, y hablaba de 131 muertos, según el reporte del Servicio Médico Forense (SEMEFO); por su parte, en conferencia de prensa, el secretario de la Defensa Nacional (SEDENA), Enrique Cervantes Aguirre, precisaba que en el puerto el número de muertos trasladados al SEMEFO era de 99.


Plaza de la Esperanza 9 de Octubre, conocida también como Monumento a los caídos. Se ubica sobre la avenida Cuauhtémoc en el puente del río Camarón en Acapulco.

En realidad hubo profusión de datos. Estos surgieron de fuentes diversas: el ayuntamiento, el Ministerio Público, la Secretaría de Salud, la Dirección de Servicios Estatales de Salud de Guerrero, Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, la Iglesia católica acapulqueña, la Subprocuraduría de Justicia del estado, el ya mencionado Servicio Médico Forense y algunas organizaciones civiles. Las diferencias muestran, una vez más, como ocurre casi siempre cuando se trata de sucesos de esta magnitud, que difícilmente se pueden tener cifras exactas. Parece conveniente, sin embargo, consignar los datos finales ofrecidos por dos instancias importantes: la Secretaría de la Defensa Nacional y la Cruz Roja Mexicana. Según el titular de la SEDENA, oficialmente fueron 131 muertos en Guerrero y 86 en Oaxaca (Excélsior, 19 de octubre de 1997). La benemérita institución, por su parte, en informe citado por un diario de la capital del estado, dio a conocer los datos siguientes respecto de Acapulco: 147 personas fallecidas y 214 desaparecidas (Vértice, 24 de octubre de 1997).

La ayuda.

La respuesta llegó pronto a muchas comunidades, aunque, por razones diversas, no con la eficacia generalizada que los daños demandaban. La SEDENA puso en operación el Plan DN–III y la Secretaría de Marina el Plan SM–AM 97, ambos diseñados para auxiliar a la población a través de tareas de rescate, abastecimiento, evacuación, seguridad y rehabilitación de servicios; la Secretaría de Salud estableció un Plan de Emergencia Sanitaria encaminado a prevenir posibles brotes epidémicos; participaron también otras secretarías de Estado (Gobernación, Comunicaciones y Transportes, Desarrollo Social, Agricultura, Educación) y varias entidades más de la Administración Pública Federal (IMSS, ISSSTE, PEMEX, CFE). Había que atender a miles y miles de damnificados, tanto de Oaxaca como de Guerrero. La coordinación de esfuerzos involucró a los diferentes niveles de gobierno: federal, estatal y local, así como a la sociedad civil.

Las muestras de apoyo y solidaridad se volcaron hacia los damnificados, tanto a nivel nacional como internacional. La ayuda se canalizó a través de instituciones como el DIF, la Cruz Roja, la UNAM, el IPN, los partidos políticos, las Organizaciones no Gubernamentales, la Universidad Autónoma de Guerrero, las presidencias municipales, etcétera.

El presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, quien estaba en Europa, suspendió su visita a Alemania y regresó a México. El 11 de octubre a las 8:30 horas llegó al puerto de Acapulco; ofreció apoyo directo (“sin intermediarios oficiosos”) a quienes estaban sufriendo y condenó que, en el caso del puerto, líderes “sin escrúpulos y corruptos” vendieran terrenos en zonas inseguras y sin el soporte jurídico correspondiente. Dijo, además: “Nadie tiene derecho hoy a lucrar políticamente con la tragedia de los acapulqueños” (Excélsior, 12 de octubre de 1997).

En Oaxaca y Guerrero se vivía la peor catástrofe desde los sismos de 1985. Y mientras la Secretaría de Hacienda anunciaba que se harían llegar recursos provenientes del Fondo de Desastres Naturales, incluido en el ramo 00023, de Previsiones Salariales y Económicas, al puerto y a otros lugares afectados llegaban alimentos, agua potable (necesidad prioritaria), ropa, cobijas y cobertores, medicinas, pañales, jabón, ventiladores, plantas de luz y potabilizadoras, herramientas y materiales para la construcción, colchonetas, utensilios de cocina, leche pasteurizada, lámparas, etc., provenientes de todas las entidades de la República, de paisanos nuestros (en especial de oaxaqueños y guerrerenses) radicados en EU, de gobiernos extranjeros (Guatemala, Japón, Francia, Dinamarca, el Vaticano, Italia, España, Alemania… hasta completar una lista de 28 nombres), de la iniciativa privada y de muchos otros sectores del pueblo mexicano.

Las lecciones.

En la reflexión sobre los acontecimientos, la prensa nacional hizo énfasis en el hecho de que Acapulco –como otras ciudades del país– creció sin planeación; además, se remarcó, una y otra vez, cómo el huracán puso al descubierto, nuevamente, la ausencia de una cultura colectiva en torno a la protección civil y para la prevención de desastres. Fueron miles las páginas utilizadas durante muchos días para describir, analizar y/o evaluar los hechos. Fueron muchas, también, las horas que la radio y la televisión dedicaron al mismo propósito, como parte de su tarea informativa. En el recuento final quedaba la certeza de que, utilizando la expresión coloquial, “con la naturaleza no se juega”, de que es preciso respetarla y de que es indispensable combatir y eliminar las causas que contribuyen a que las consecuencias de fenómenos como el Paulina sean tan graves: la extrema pobreza, la corrupción, el incumplimiento del deber, el bajo nivel educativo y la ausencia de información y de orientación oportunas a la población por parte de las autoridades.

Para el presidente Zedillo, el huracán dejó las cuatro lecciones siguientes: 1a. Prevenir los asentamientos humanos en terrenos peligrosos, 2ª. Continuar con el programa federal de contingencias establecido desde 1995, 3ª. Reparar los errores de gobiernos anteriores, y 4ª. Valorar las acciones de la gente (La Jornada, 19 de octubre de 1997).

Desde el ayuntamiento de Acapulco, su titular, Juan Salgado Tenorio, reconocía: “el desarrollo urbano de Acapulco ha sido anárquico. Su historia es de invasiones y asentamientos irregulares. El desarrollo demográfico ha sido superior al económico. Si bien es cierto que el turismo ha dado grandes beneficios, también ha traído una gran migración, que no ha sido paralela a la canalización de los recursos para la infraestructura urbana” (La Jornada, 26 de octubre de 1997).

La emergencia superada.

Los órganos y los programas establecidos para enfrentar la tragedia, el desempeño de muchos guerrerenses y oaxaqueños en sus comunidades afectadas, la acción de grupos diversos y la ayuda material recibida permitieron, en lo fundamental e inmediato, superar en pocas semanas la contingencia. Así, el miércoles 28 de octubre de 1997, la columna firmada por Braulio Arturo Ikari decía: “Acapulco… en estos momentos vive un panorama alentador, promisorio y de justificada satisfacción” (Vértice). Por su parte, Rafael Nájera Brito, en su artículo “Las lecciones del huracán”, luego de subrayar la importancia de “no improvisar en materia de asentamientos humanos y construcción de viviendas”, apuntaba que el gobierno y el país en su conjunto habían demostrado que “hay capacidad e infraestructura para hacerle frente a los desastres imprevistos” (Vértice, 29 de octubre de 1997).

El 9 de noviembre, al cumplirse un mes de los sucesos, el gobernador Ángel Aguirre Rivero hizo una evaluación de los avances en la reconstrucción de Acapulco; afirmó que el puerto, en esos momentos, estaba listo ya para recibir al turismo en el siguiente invierno. Agregó que los servicios públicos se habían normalizado, que la emergencia sanitaria se había superado, que los hoteles trabajaban normalmente y que se habían reanudado en todos los niveles las actividades escolares.

Quedaba el futuro; pensarlo era (es) indispensable. Las voces, desde diferentes sectores de opinión, destacaron la necesidad de un proyecto de desarrollo urbano que propicie una mejor calidad de vida y detenga el crecimiento desbordado, anárquico, del puerto y sus alrededores; plantearon, también, la elaboración, implantación y evaluación de programas de empleo que reduzcan los grandes desequilibrios que hay entre las diferentes regiones del estado de Guerrero.

La historia.

En la historia de nuestra entidad, Paulina suma su presencia a la de otros meteoros de efectos devastadores. Hubo quienes recordaron que “esto no pasaba desde 1939, cuando un huracán destruyó Acapulco, pero sólo era un caserío” (Excélsior, 11 de octubre de 1997). Después, el 12 de noviembre de 1961, el huracán Tara destrozó la Costa Grande; hubo cientos de muertos (730, según algunos) y la pérdida casi total del pueblo de Nuxco, donde “sólo 35 personas lograron salvarse” (Vértice, 10 de octubre de 1997). Datos más generales, citados por el periodista Juan José Acevedo Pliego, nos dicen que en los últimos 200 años el 42% de los sismos más destructivos del país “se dieron en Guerrero”, y que entre 1951 y 1994 del total de huracanes registrados en las costas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero el 53.3% tocaron a nuestro estado, sobre todo a la Costa Grande (Vértice, 10 de octubre de 1997).

Aprender a vivir con esta realidad implica recuperar la experiencia y aprovecharla para disminuir los riesgos y las consecuencias negativas, por lo menos hasta donde la previsión y la voluntad humana lo permitan.

Dos años después. Las cifras oficiales.

En documento denominado “Proyectos prioritarios para el desarrollo” (páginas 45 a 48), el Gobierno del estado de Guerrero da cuenta de los avances sobre la reconstrucción por el huracán Paulina, luego de transcurridos dos años. En el apartado Antecedentes especifica: “El 9 de octubre de 1998 (sic), el Puerto de Acapulco fue abatido por el huracán Paulina. Las vidas cobradas y los daños materiales sufridos se ocasionaron principalmente a consecuencia de los torrentes extraordinarios y a la insuficiencia de la infraestructura de cauces pluviales”. (El lector podrá complementar este punto de vista con la información proporcionada líneas atrás, en especial la que se ofrece en los párrafos de La primera evaluación y Las lecciones).

Luego dice: “Para hacer frente a la reconstrucción se instaló el Fideicomiso 1949, destinando para su operación $1433.3 mdp, de los cuales $ 182.5 mdp corresponden al Gobierno del estado”.

Desde octubre de 1997 hasta finales de 1999 se avanzó en las obras siguientes: pavimentación de 90 vialidades, desazolve de canales y ríos, apoyos con paquetes de materiales para la rehabilitación de 616 viviendas, construcción de 1200 viviendas y 430 en proceso, construcción de 35 puentes vehiculares, reconstrucción de las avenidas Costera y Escénica, encauzamiento de los ríos Camarón y Aguas Blancas y de las cuencas Costa Azul e Icacos, perforación de 38 pozos de agua potable, rehabilitación de la planta potabilizadora y de 15 plantas de rebombeo, construcción del acueducto Papagayo, rehabilitación de ocho plantas de aguas residuales, construcción de 12 km de colectores marginales y desarrollo del sistema de alarma hidrometeorológica.

Quedaba pendiente la rectificación de cauces, la construcción de canales protectores de plantas de tratamiento de aguas residuales y la liberación de tomas de acueductos Papagayo 1 y 2.

Otros datos (febrero de 2002).

Según información obtenida en la Residencia General de Obras Acapulco, Paulina y sus consecuencias eran al comenzar 2002 un caso cerrado. El año anterior (2001) se habían cumplido las metas gubernamentales pendientes y se utilizaron los últimos recursos del “Fideicomiso 1949”. De acuerdo con el contador Manuel Gálvez, empleado de la dependencia referida, las acciones de prevención que pudieran darse son ahora responsabilidad de Protección Civil del estado.

Colofón.

En la vida cotidiana, del Paulina se habla y se seguirá hablando durante mucho tiempo más. Fenómenos de esta magnitud marcan profundamente la vida colectiva y se convierten en puntos de referencia obligada al explicar nuevos comportamientos, recordar y/o analizar hechos, ubicar los acontecimientos en el tiempo…

Para los guerrerenses, sin duda, hay “un antes y un después” del Paulina.

Cabeceras de algunos de los municipios del estado de Guerrero más afectados por el huracán Paulina:

1. Cuajinicuilapa 12. San Marcos
2. Xochistlahuaca 13. Acapulco de Juárez
3. Tlacoachistlahuaca 14. Coyuca de Benítez
4. Ometepec 15. Atoyac de Álvarez
5. Igualapa 16. San Jerónimo de Juárez
6. Azoyú 17. Tecpan de Galeana
7. San Luis Acatlán 18. Huamuxtitlán
8. Copala 19. Alpoyeca
9. Cuautepec 20. Copanatoyac
10. Ayutla de los Libres 21. Zapotitlán Tablas
11. Cruz Grande

(CCL)