Es una enfermedad infecciosa crónica, de reducida transmisibilidad, causada por una bacteria llamada Mycobacterium Leprae, que ataca principalmente la piel y los nervios periféricos, aunque en su forma más grave es de hecho una infección general que afecta todo el organismo con excepción del sistema nervioso central (cerebro).
Este padecimiento es una de las enfermedades más antiguas en la historia de la humanidad y, hasta el advenimiento del SIDA, la lepra había sido, a los ojos del público en general, la peor desgracia que podía ocurrir a una persona. La imagen de la lepra era lo que es el SIDA ahora: “la enfermedad física máxima total”, debido a los ancestrales prejuicios que la acompañaban y que le hacían más daño a los pacientes que la misma enfermedad, por el rechazo social que éstos y su núcleo familiar sufrían; afectaban severamente sus relaciones con la comunidad y se obligaba a los enfermos a cambiarse constantemente de domicilio, a irse a otras localidades y “esconderse”, dificultando al mismo tiempo que las autoridades sanitarias los trataran adecuadamente.
Esta enfermedad no existía en América antes de la Conquista. Los primeros enfermos de lepra que hubo en el territorio que ahora es el estado de Guerrero fueron españoles que llegaron con la colonización del territorio. Posteriormente, la endemia de lepra fue consolidada con enfermos inmigrantes chinos y filipinos que llegaban en las naos provenientes de oriente con mercaderías y, asimismo, por medio de los numerosos grupos de esclavos negros que los españoles trajeron de África durante el período colonial y que se asentaron principalmente en la Costa Chica.
El número de enfermos de lepra en el estado no fue conocido a ciencia cierta hasta que se instaló el programa nacional contra esta enfermedad en 1960; previamente se realizó un censo de pacientes en todo el país. Guerrero ocupó el decimoquinto lugar entre los estados de la República, con 56 enfermos censados; sin embargo, en cuanto se instaló el programa y se realizó –mediante una brigada específica– la búsqueda intencionada de pacientes leprosos en Guerrero, la cifra ascendió a 451 enfermos registrados y controlados en todo el estado, dándole a nuestra entidad el noveno lugar en el país, en proporción al número de enfermos en control.
De acuerdo con la distribución municipal de los enfermos encontrados en aquella época, sólo 38 de los 75 municipios tenían enfermos. El municipio que presentaba la tasa más elevada de enfermos por cada 1000 habitantes era Cuajinicuilapa, en la Costa Chica, seguido de Coahuayutla y Zihuatanejo, en la Costa Grande, Buenavista de Cuéllar, en la región Norte, y San Jerónimo de Juárez, en la Costa Grande. El municipio de Acapulco, que en aquella época pertenecía regionalmente a la Costa Grande, tenía la mayor cantidad de enfermos de lepra registrados –muchos de ellos emigrados de otros lugares–; sin embargo, debido a su numerosa población, ocupaba el decimoquinto lugar entre los municipios del estado.
De hecho, el mayor número de enfermos de lepra en el estado se hallaba concentrado en la Costa Grande, situación ya conocida desde 1927 cuando el doctor Jesús González Ureña –responsable en ese momento de las actividades contra la lepra en el Departamento de Salubridad Pública– realizó el primer censo de enfermos del lepra en México, el cual, aun con todas sus deficiencias, daba ya un conocimiento más cierto sobre la endemia leprosa en el país y señalaba las entidades y regiones con mayor problema. Este suceso provocó que en junio de 1934, a iniciativa del leprólogo mencionado, se fundara en Tecpan de Galeana un dispensario antileproso que funcionaba en una casa cedida por don Julián Otero, prefecto del distrito de Tecpan de Galeana en esa época.
Este centro –que dependía directamente del Servicio Federal de Profilaxis de la Lepra– tenía jurisdicción regional y en él se encontraban registrados 50 enfermos de lepra y 227 convivientes de los mismos, que eran controlados en forma ambulatoria. En ese tiempo, la endemia de lepra detectada en la Costa Grande llevó a las autoridades sanitarias a proyectar la instalación de una leprosería en las afueras de Tecpan de Galeana, con el fin de controlar a todos los leprosos del estado por medio de la reclusión, a lo cual se opusieron tenazmente los habitantes de la población mencionada, debido al temor que el padecimiento les infundía; se llegaron a formar comisiones de ciudadanos con el objeto de hacer gestiones ante las autoridades estatales, para evitar dicho proyecto, pues temían que la concentración de enfermos en ese lugar pudiera provocar contagios entre las familias.
Hasta 1946 no existía ningún medicamento contra la lepra, y fue en ese año cuando se descubrió e inició el uso de la sulfona contra este padecimiento, medicamento que estuvo usándose durante varias décadas, como única medida efectiva para su control. Esta medicina debía tomarse de por vida, ya que al suspenderla los enfermos sufrían recaídas, situación de difícil cumplimiento, sobre todo por el bajo nivel sociocultural de la mayoría de los enfermos.
El programa específico contra la lepra, instalado en los inicios de la década de los 60, realizaba sus actividades a través de una brigada que recorría todas las regiones leprógenas de la entidad. Para 1990 la brigada mencionada había logrado el descubrimiento de 549 pacientes acumulados, los cuales eran controlados cuidadosamente por los brigadistas, quienes los visitaban dos veces al año. En ese año se inicia en el país y, por ende, en nuestro estado, el tratamiento antileproso a base de tres medicamentos: la sulfona ya mencionada, la clofazinina y la rifampicina, esquema terapéutico que permitió por fin la curación radical de la enfermedad después de seis meses de tratamiento.
Hasta 2008 se tenían registrados 1247 casos de lepra entre la población guerrerense, acumulados desde 1960; de éstos, 1066 están curados, 130 están en periodo de vigilancia postratamiento y 51, descubiertos recientemente, se encuentran en tratamiento. Esta situación permite vislumbrar la erradicación de la lepra en el estado a mediano plazo.
(FLE)