Ciertamente la historia de la joyería no es del todo la historia del hombre mismo, como se puede decir de los implementos de trabajo, y, por otra parte, no todo lo que adorna a una persona puede llamarse joyería, por lo que esta palabra es más común que se asocie con ornamentación costosa, generalmente elaborada con metales finos y aleaciones de éstos, además de piedras preciosas y semipreciosas, así como otros materiales también costosos, como perlas, marfil, coral, carey, concha, etc. En todos los casos, usados como adorno personal.
Centro Joyero de Iguala.
La idea de joya no es la misma en todas las culturas, ni en materiales ni en concepto, y el estudio de esos objetos ha permitido a la antropología conocer el uso de materiales y técnicas a lo largo de la historia y reconstruir ciertas actitudes sociales y religiosas. Por sus adornos puede discernirse el rango de una persona, y por sus fetiches, su vinculación de apego o temor, respecto de las deidades y los malos espíritus.
En la región conocida como Mesoamérica, de la cual forma parte el actual estado de Guerrero, todavía hasta 5000 años a. de C. no se ha encontrado ningún objeto que pueda ser considerado como adorno o fetiche; pero durante el crecimiento de las aldeas agrícolas, a partir de 2500 a 1200 a. de C., se notó un desarrollo acelerado de la ornamentación, adquiriendo ésta una importancia cada vez mayor en las culturas de dicha región, desde los inicios de la sedentarización por la agricultura, hasta la etapa de la Conquista española; el significado de esta ornamentación se ha argumentado que en ocasiones fue religioso, en otras mágico, a veces relacionado con los tótems o con funciones de fetiche o amuleto o simplemente como indicador de status económico y social; en todo caso, su estudio contribuye al mejor entendimiento de la conducta humana, pues se trata de una manifestación cultural universal que ha estado presente en todas las culturas desde los primeros tiempos y se mantiene hasta la fecha.
Desde la época prehispánica, la riqueza metalúrgica de la región mesoamericana se hizo presente en las artes del metal, como lo muestran diversos hallazgos arqueológicos; por lo tanto, es consecuente a ella el desarrollo de la orfebrería, la cual no abunda en nuestros museos por la destrucción de que fue objeto al ser fundida por los conquistadores para satisfacer su ambición de riqueza material; sin embargo, los pocos ejemplos que existen son de elocuencia suficiente para demostrar que en estas tierras existió un gran acervo metalífero y orfebrístico.
La procedencia de los metales ricos en el sur nos ha sido conservada por el códice conocido como Matrícula de Tributos y por informes del gobierno virreinal, destacando por sus considerables tributaciones en oro al Imperio de la Triple Alianza, Taxco en el primer caso y Tlapa en el segundo.
El gremio de los orfebres estaba dividido en dos grandes grupos que constituían las correspondientes especialidades: los fundidores y los martilladores (también llamados laminadores o batihojas). La orfebrería, como la actividad plumaria y la lapidaria, fue desarrollada por una “elite” artesanal; los teocuitlapizques fueron los aristócratas artesanos que, aunque en grado inferior a los amantecas o artistas de la pluma, elaboraron los maravillosos ejemplos que poseemos. Tuvieron por deidad tutelar a Xipe-Tótec, “nuestro señor el desollado”, dios de la primavera, de los orfebres y de las flores.
Los españoles trajeron nuevas técnicas para la joyería, pero recién consumada la Conquista, por Cédula Real de 1526, quedó prohibido el trabajo de orfebrería porque el Quinto Real no se cumplía debidamente y fue hasta 1551 que se vuelve a permitir dicha actividad; esta suspensión atrasó la adquisición de los nuevos conocimientos y habilidades por parte de los nativos y fue la causa principal de la baja calidad de la orfebrería del Siglo XVI.
Durante el resto de la etapa colonial, la tecnología joyera y la moda fueron dictadas desde Europa, principalmente por la metrópoli y por criollos y mestizos, prolongándose por inercia hasta la primera etapa del México independiente. Ya en plena consolidación de la nacionalidad, nuestra joyería se mantuvo un poco al margen de tanta influencia europea y se pusieron muy de moda las joyas con águilas representando el escudo nacional, en peinetas de carey, broches, colgantes de collares y hasta en dibujos de abanicos.
Después de la invasión francesa, la joyería de la élite social cambió radicalmente, copiando con exactitud los modelos que trajeron los invasores, aunque las clases medias y bajas mantuvieron durante todo el siglo sus ornamentos nacionalistas que se iban haciendo para entonces tradicionales.
Al triunfo de la Revolución, se dio un renacimiento y la joyería mestiza tuvo su mayor auge, destacando en Guerrero la producción de relicarios, aretes y cuentas de filigrana y de oro de tres colores, laminado, formando flores con perlas, corales y azabache. Iguala, especialmente, trabajó filigrana y cuentas de plata y oro laminado, y en ambas Costas, pero especialmente la del Golfo, se trabajó el carey, con hermosos decorados con incrustaciones de concha, madreperla, oro y plata.
Lograda la estabilidad social postrevolucionaria, en la tercera década del Siglo XX, nuestro país entra de lleno al juego del mercado internacional y a la vez se ve invadido por la vorágine industrial y mercantil extranjera, en ocasiones derivada de la curiosidad artística y la necesidad científica de otros países, lo cual atrajo a México a personas sensibles, receptivas y preparadas, que jugaron el papel de pioneros del buen gusto de la joyería mexicana moderna.
Como desconocidos, comienzan en la Ciudad de México los diseñadores que surtían las joyerías de la avenida Madero, antes Plateros. Más tarde, en Taxco, Guerrero, reconocido y tradicional centro de artesanos, empiezan a producirse piezas de calidad, destacando el taller de William Spratling, arquitecto norteamericano que supo combinar la estilística arqueológica mexicana con las de los esquimales modernos, logrando verdaderas obras de arte.
Influidos por él, la familia Castillo produce bellos diseños con motivos mexicanos que van desde lo prehispánico hasta lo moderno. Tienen más técnicas metalúrgicas que Spratling, quien gustaba de usar preferentemente oro y plata con carey, marfil y unas cuantas piedras mexicanas. Los Castillo, en cambio, aplican con abundancia la madreperla, la concha, las cuentas de piedra verde, el ónix, la obsidiana, los mosaicos de turquesa y lapizlázuli mexicano, los esmaltes en menor calidad, la plata en bajorrelieve obscureciendo las partes bajas y sobresaliendo los metales casados, de los que son reconocidos como maestros.
Siguiendo la inspiración del primero y las experiencias de los segundos, fueron apareciendo en Taxco artífices con fuerte personalidad, como Enrique Ledezma, quien integra perfectamente la piedra al metal de manera que no se sienten ajenos; Antonio Pineda, que gusta de líneas largas con remates rebuscados a veces de pedrería; Héctor Aguilar, que prefiere los efectos de la plata repujada; Felipe Martínez, que busca contrastes de piedras obscuras y plata muy pulida; Guadalupe Castellanos, ocupado en recrear los motivos prehispánicos; Margot de Taxco, cuyo principal interés se aplica al esmalte sobre plata; y, Salvador Terán, que logra una joyería agresiva e impresionante a base de ángulos agudos y bajorrelieves profundos.
La obra destacada de Matilde Poulat queda fuera de la línea general de Taxco, ya que su platería está influida por el Cercano Oriente: repujada, pesada, obscurecida, con motivos más o menos mexicanos de palomas o pescados, moños y colgantes; aplicó en abundancia la pedrería de color, disminuyendo la importancia de los metales, pues turquesas, amatistas y corales destacan en sus piezas a pesar de lo barroco de los dibujos resacados. Para hacer más llamativas sus obras, siempre les puso pequeños colgantes cuyo movimiento aprisiona la vista.
En esta misma época, los talleres de Guadalajara se especializaron en filigrana muy fina y los de Puebla y Guerrero en aretes de pescados con escamas articuladas y movibles.
Situación actual. La joyería en Guerrero se ha convertido en una importante actividad económica, tanto en lo referente a la producción, como a la comercialización, estimándose en 2009 la existencia de unos 650 talleres en operación, distribuidos de la manera siguiente: Taxco, 250; Iguala, 200; Ciudad Altamirano, 100; Coyuca de Catalán, 60; Acapulco, 30; Arcelia, cinco; y, Teloloapan, cinco. Los talleres de Taxco, principalmente, se dedican a la joyería de plata y alpaca; los de Iguala, al oro vaciado, troquelado, armado de perlas y filigrana; y, los de Ciudad Altamirano y Coyuca de Catalán, principalmente al oro troquelado y la filigrana; Iguala también produce del orden del 20% de la platería que se comercializa en Taxco. En las principales poblaciones de la entidad existe también un número significativo, no determinado, de talleres de reparación de joyas.
Considerando que el proceso de producción de la joyería, para ser eficiente, requiere como mínimo de seis trabajadores por taller y la mayoría de los talleres son pequeños, podemos asumir que 650 talleres generan como mínimo 3900 empleos permanentes, que si le sumamos un 30% por concepto de empleos temporales, personal de talleres de reparación y trabajadores adicionales en talleres más grandes, se agregan 1170 empleos, para hacer un total de 5070 empleos para la producción de joyería en Guerrero.
Comercialización. De igual importancia económica, por los empleos que genera, es la fase de comercialización, que se realiza a través de más de 1300 joyerías distribuidas, estimativamente, en la forma siguiente: en Iguala, 600; en Taxco, 300; en Acapulco, 100; en Ciudad Altamirano, 70; en Petatlán, 30; en Zihuatanejo, Ometepec, Huitzuco y Arcelia, 20 en cada una; en Chilpancingo, Tlapa y Tecpan, 15 en cada una; en Teloloapan, Chilapa, San Marcos, Marquelia, Cruz Grande y Cuajinicuilapa, 10 en cada una; y, en Tixtla, Coyuca de Benítez, Atoyac y San Jerónimo, cinco en cada una.
Considerando un promedio de tres empleos permanentes por joyería, las 1305 existentes representan un total de 3915 empleos; esta cifra se incrementa periódicamente porque el mercado de la joyería se ve ampliado cada fin de semana con el tianguis turístico de los sábados en Taxco, donde unos 200 vendedores ofrecen sus productos a turistas provenientes de diferentes partes del país, en algunos casos en grupos numerosos que viajan ex profeso para comprar oro y plata, en autobuses rentados a empresas turísticas que entre ocho y 10 cada vez viajan a Taxco, algunos con extensión a Iguala, para trasladar compradores de joyería, provenientes principalmente de Veracruz, Tabasco, Chiapas y Puebla, entre otros.
La actividad joyera en Guerrero también genera un número importante de empleos indirectos a través de la reventa, ya que las principales plazas, como son Iguala, Taxco y Ciudad Altamirano, comercializan con revendedores la mayor parte de su producción y sólo una mínima parte la adquieren compradores finales; específicamente en Iguala, donde las joyerías operan los 365 días del año, se estima que de tres ventas diarias en promedio, dos se hacen con revendedores, cuyas compras generalmente son de mayor monto, y una al comprador final.
Se estima que de toda la joyería que se comercializa en Guerrero, el 50% proviene de la producción local; 30%, de otras entidades; y, el 20% restante es importada; así mismo, del total de la producción joyera de Guerrero, 60% es de plata y 40% de oro; aproximadamente el 30% de la joyería de plata que produce Taxco se exporta a Europa y Japón, siendo el único caso significativo de venta de joyería guerrerense en el exterior del país.
(JCLU)