Esclavitud

Históricamente la esclavitud se define como estado de total dependencia de un ser humano respecto de otro cuando aquél (esclavo) está privado de los medios de producción y es propiedad de su señor (esclavista), quien puede venderlo o comprarlo. Tal estado de cosas tuvo lugar en México, particularmente en el territorio del hoy estado de Guerrero, durante los tres siglos de dominación española (1521–1821). Como vestigio del antiguo sistema esclavista –que tomó su forma clásica en Grecia y Roma antiguas–, basado en la explotación directa del hombre por el hombre, en la Nueva España adquirió carta de naturalización luego de la implantación del régimen colonial.

De hecho entre los países ibéricos (España y Portugal) la esclavitud tenía una vieja tradición y la legislación española preveía fuentes lícitas para la obtención de esclavos, entre otras fuentes: el rescate de esclavos de dueños no cristianos; la entrega de esclavos como parte del tributo indiano y por medio de la trata (compraventa de indígenas y negros). En territorio guerrerense, la esclavitud indígena fue aplicada por los colonos españoles para obtener oro de los ríos a través del sistema de placer y en las labores de explotación de las minas de plata.

El oro y la plata eran materias primas para elaborar el equivalente general de las mercancías o dinero que se utilizaban en Europa ante el desarrollo de la economía mercantil. Así, el oro fue extraído de los ríos de Guerrero y otros lugares de México por las manos indígenas, quienes realizaban el trabajo con el auxilio de jícaras perforadas en su fondo con las que capturaban las pepitas del codiciado mineral mezcladas con arena.

Entre los principales ríos guerrerenses productores de oro se encontraban el de San Luis (Costa Chica) y el de Zacatula (Costa Grande), en cuyos sitios se fundaron las villas de San Luis (1522) y de la Concepción (1523), respectivamente.

Las fuentes históricas señalan que Hernán Cortés explotaba minas en cuatro lugares, de los cuales uno era Zacatula. Desde la Villa de la Concepción el conquistador mantenía seis cuadrillas de esclavos dirigidas por ocho capataces españoles, cuyo rendimiento se calculaba en 6000 castellanos al año. Cuando la Primera Audiencia despojó a Cortés de algunas encomiendas cercanas que abastecían de alimento a los esclavos, trasladó a éstos a otros lugares mineros, pero en el camino huyeron algunos valuados a razón de diez pesos de oro de minas, ya que eran cogedores expertos del mineral.

Mano de obra esclava se utilizó en la explotación de las diversas minas de oro y de plata de Guerrero, tales como la del Espíritu Santo (cerca de Zirándaro), Zumpango (hoy del Río), Mochitlán, etc.

De modo que desde el inicio de la dominación española la forma más usual para explotar la fuerza indígena fue mediante la esclavitud prevista en la legislación del imperio hispano. Sin embargo, la población indígena trabajadora disminuyó rápidamente a consecuencia de la muerte en masa por enfermedades traídas por los europeos o a raíz del duro trabajo a que fue sometida. En todos los centros mineros se verificó tal despoblamiento que no fue posible mantener más las labores de explotación, incluso las propias villas y poblados fundados por los conquistadores o colonos fueron momentáneamente abandonados.

En vista de esta situación poblacional catastrófica, la Corona española no tuvo por menos que prohibir la esclavitud de los aborígenes mexicanos mediante las leyes nuevas expedidas en 1542, declarando que debían ponerse en libertad, sin excepción, todas las mujeres y niños menores de 14 años que fueran mantenidos en condiciones de esclavos. Las leyes nuevas, sin embargo, dejaron mucho qué desear en cuanto a su total aplicación, pues no incidían en la abolición definitiva del esclavismo en tanto práctica del trabajo de explotación colonial, haciendo sólo excepciones; de ahí que, por ejemplo, en lo relativo a los indios varones mayores de 14 años se decía que el poseedor podía mantener el statu quo de esclavista tan sólo probando que su siervo fue habido en guerra justa y que se cumplieran en ello todos los requisitos legales, como la conversión de su esclavo a la fe cristiana, etc.

Entre tanto, una nueva legión de mano de obra extranjera estaba haciendo acto de presencia cada vez en mayor número en los diferentes centros laborales de la Colonia, que vendría a secundar al indio en su pesada carga de trabajo y que llegó hasta suplirlo en ciertas tareas, caso de las minas, por ejemplo. Por ese entonces aumentó en la Nueva España la trata de esclavos negros introducidos de África, lo cual ciertamente ya llevaba tiempo practicándose. Los primeros grupos africanos forzados a venir a la Nueva España para ser esclavos se remontan al año de 1528, pues si bien su adquisición se tasaba a precio de oro, resultaba a todas luces costeable, teniendo por cierto que un negro podía hacer el trabajo de cuatro indios, a decir de los colonos.

Realizada por traficantes genoveses, portugueses e ingleses, la deportación de África a la América colonial de seres humanos en edad productiva devino en un boom comercial altamente redituable: los colonizadores urgían de mano de obra esclava para poner en práctica sus ambiciosas empresas. Durante el coloniaje fueron traídos a la Nueva España más de 250 000 africanos, en su mayoría varones jóvenes procedentes principalmente del Congo, del Golfo de Guinea, Ghana, Senegal, Nigeria y del archipiélago de Cabo Verde. Se les utilizó en los más diversos trabajos y oficios: desde mineros y trapicheros a mozos en casa de hacendados; desde capataces a vaqueros y arrieros; desde constructores de muelles y barcos a cultivadores agrícolas; desde cocheros en las ciudades hasta reclutas del ejército o la milicia. De Cabo Verde provenía una tercera parte de mujeres esclavas de entre 15 y 26 años de edad, que pasaron a vivir a la Nueva España de sirvientas, niñeras, doncellas o enfermeras, incluso algunas eran compradas para servir de amantes de los colonos.

Por disposición legal de la Corona, los puertos habilitados para ese tráfico infame fueron Veracruz y más tarde Pánuco y Campeche. Pero como el valor de los esclavos aumentaba por el fisco que pagaban los negreros, vinieron a efectuarse introducciones clandestinas por el puerto de Acapulco desde 1580. Además de africanos, llegaron por esta vía también esclavos negroides de Indonesia y Melanesia, y algunos filipinos y chinos comprados por españoles para utilizarlos en el puerto como herreros, albañiles, carpinteros, pescadores y en los servicios de carga y descarga de los barcos; otros pasaron a manos de hacendados, finqueros y mineros para ser trapicheros, mayordomos, arrieros, capataces, etc., en diferentes lugares del actual estado de Guerrero.

La esclavitud en México durante la sociedad colonial tuvo características peculiares. Por las series de gradaciones sociales que prohijó el fenómeno no fue en sí un esclavismo al modo clásico ni mucho menos. No obstante que su origen se encuentra en un proceso de coloniaje, ello no implicó la repetición fiel del antiguo sistema esclavista sino más bien una mezcla o hibridación de varios sistemas económicos que derivó en un capitalismo de Estado incipiente para la época, cuando en los países colonialistas de Europa ya despuntaba el esplendor de la llamada Revolución Industrial.

La distinción entre las diferentes clases que integraban la sociedad colonial fue sencilla y su estratificación casi lógica. El peldaño más alto lo ocupaban los señores españoles; les seguían los indígenas vencidos por los conquistadores, y finalmente la masa de esclavos negros tildada por el racismo cristiano–hispano de “casta infame por su sangre” (debido al color y su fiera intrepidez). La división en “castas” de la sociedad colonial dejaba ver las diversas gradaciones sociales.

La casta superior la componía el español de procedencia europea que usufructuaba los puestos de mayor jerarquía; enseguida los “españoles americanos” o criollos, nacidos en el país de padres peninsulares; más abajo se colocaban los indígenas, que aunque gozaban de un estatuto legal particular, formaban la tercera casta, los negros, finalmente, estaban ubicados en el eslabón social más bajo. Esta casta la integraban, además de los africanos de nacimiento, todos sus descendientes: mulatos (hijos de español y negra), zambaigos (negro e india) y el resto de negroides resultado de los mestizajes de varias generaciones, conocidos como afromestizos.

Pero a pesar de las diferencias de estamento legalmente establecidas entre el aborigen mexicano y el negro, en la práctica éste último ocupaba puesto de mando y obtenía prebendas muchas veces por encima de aquél; el negro fue vaquero, caballerango y miembro del ejército y la milicia, donde casi nunca figuraba el indígena; además en todos los casos conocidos el negro fue nombrado capataz de cuadrillas de trabajadores indianos, en tanto que nunca a la inversa. En lo que toca a la región suriana (hoy estado de Guerrero), este habría sido de hecho el carácter normal que revistió la sociedad colonial con su división en castas (clases sociales, para llamarlo modernamente).

A pesar de la aparente prosperidad que experimenta el proceso colonial, eran muchos los males que aquejaban a la población mexicana, acabando por crear un creciente descontento entre las castas de los eslabones secundarios hacia abajo. Desde finales del Siglo XVIII, el régimen virreinal de la Nueva España empezó a enfrentar brotes de oposición de los criollos contra el poder de los peninsulares, quienes, como sabemos, monopolizaban el dominio económico y político–religioso de la Colonia. Así, enarbolando las ideas emancipadoras y contra la división de la sociedad en castas y por la abolición de la esclavitud, los criollos mismos vienen a ponerse a la cabeza del movimiento de la Independencia de México.

Después del Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo inició su campaña de lucha armada, al frente de cuyo ejército entró en Atotonilco, San Miguel el Grande, Celaya, Guanajuato y Valladolid. A raíz de estas victorias declaró abolida la esclavitud, pero para ese entonces más como lema de su lucha que como un hecho práctico dada la vigencia aún del poder colonial.

Tras la muerte del cura Hidalgo, José Ma. Morelos y Pavón, después de realizar varias campañas triunfales por el sur, convocó el Congreso de Chilpancingo donde, en 1813, dio a conocer Los Sentimientos de la Nación, el primer mensaje constitutivo de expresión patriótica por excelencia de México. A través de este documento se asienta de nueva cuenta la determinación de abolir el sistema esclavista imperante en la vida nacional. El artículo 13 establece: “Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”.

Que a fines de los años 20 del Siglo XIX la esclavitud era un hecho social vigente y que por lo tanto los anhelos de Hidalgo y Morelos no se habían cumplido lo demuestra el decreto que el general Guerrero expidió para conmemorar “con un acto de justicia” el 15 de septiembre de 1829; dice el documento de referencia: 1°. Queda abolida la esclavitud en la república. 2°. Son por consiguiente libres los que hasta hoy se habían considerado como esclavos. 3°. Cuando las circunstancias del Erario lo permitan se indemnizará a los propietarios (i) de los esclavos en los términos que dispusiesen las leyes”.

Las dos cartas fundamentales más transcendentes en la historia del país han otorgado importancia a este tema:

  • El artículo 2° de la Constitución de 1857 especifica: “En la República todos nacen libres. Los esclavos que pisen el territorio nacional recobran, por ese solo hecho, su libertad, y tienen derecho a la protección de las leyes”.
  • Por su parte, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917, en el texto del artículo 2° asienta: “Está prohibida la esclavitud en los Estados Unidos Mexicanos. Los esclavos del extranjero que entren al territorio nacional alcanzarán, por ese solo hecho, su libertad y la protección de las leyes”.

(BM)