Hacer la historia de la danza es remontarnos a los inicios de las tribus, grupos organizados que por el asombro de la naturaleza (bienes y destrucciones) sufrían gran temor y en algunos casos sentían felicidad: el rayo, la lluvia, el fuego, los sismos. Todo ello contribuyó para organizarse y reconocer la existencia de un ser, o de muchos seres superiores, a los que se les deben ofrecer cantos, bailes y donaciones. La danza es una de las formas de manifestación de la tristeza, alegría y temor que afectaba al grupo. El hombre ha danzado para exteriorizar sus sentimientos.
Es, por tanto, un aspecto netamente cultural que nace con las primeras manifestaciones ceremoniales en ese concepto mágico que les permite solucionar varios problemas. Hasta este momento muchas de las danzas tienen fechas marcadas y decisivas para cubrir esos días en que el hombre debe invocar a los dioses.
La danza es parte esencial en las grandes ocasiones de la vida de los pueblos, no menos lo es para los guerrerenses que tienen un fondo ampliamente religioso para propiciar la fecundidad y la agricultura.
La mayoría de nuestras danzas tienen sus fechas precisas y están destinadas a determinado santo o día de petición, que cambió con la fusión de las dos culturas (indígena–española) y sobre todo de las dos religiones. Ese dualismo provocó marcadas transformaciones, tanto en el destino religioso como en la música y en los pasos y giros de los danzantes. La ropa, la vestimenta y los adornos tienen nuevos significados, así como el colorido y la textura, que juegan un papel importante en el que participa.
La danza es contagiosa, alegre y llena de vigor; los participantes en su mayoría son varones; una danza da lugar a otra más, operándose cambios mínimos por región, por personajes (jóvenes, niños) que se van implicando en el importante contexto de ser danzantes.
En la época de Carlos V se organiza en la Ciudad de México y en Tlaxcala la primera danza de Moros y Cristianos, repitiéndose en todo el país. Los machetes, arcos y espadas fueron traídos de España para darle mayor solemnidad al acto.
En nuestro estado existen más de 50 danzas, en su mayoría mestizadas, pero con ese toque indígena tan peculiar de danzar en líneas y evoluciones en círculos.
Los santuarios son los espacios donde los danzantes tienen la mayor participación y son admirados por aquellos que ex profeso les buscan para disfrutar colectivamente de sus interpretaciones. Tienen un calendario religioso, Tonalpohualli, para presidir las fiestas de cada mes, ahora compartido con el calendario católico. Existen fiestas de una gran tradición indígena, como la petición de lluvia en los cerros más altos de las regiones diversas del estado, donde los danzantes bailan toda la noche durante dos días consecutivos. La petición de lluvias es un evento donde la danza siempre está presente. Una de las danzas más representativas de este evento es el encuentro de tigres o tecuanes, donde las fuerzas del bien y del mal están presentes.
La preparación espiritual era fundamental, y sigue siendo. La mayoría de las danzas se llevan a cabo como promesas, mandas y ofrendas.
La danza, como vemos, es una manifestación de gozo, felicidad, entrega, cumplimiento, promesa y amor.
Nos manifestamos de formas y estilos diferentes, donde la armonía y el movimiento van de la mano al compás de música y acordes.
Todas estas danzas son parte de la tradición arraigada de los pueblos; son indispensables en sus fiestas religiosas, así como en las ceremonias de tipo social y cultural importantes.
Los grandes sacerdotes ofrecían a sus dioses la oración acompañada de cantos y bailes para agradar. Los pueblos en el mundo han ido de la mano con la danza y el canto; son oraciones colectivas llenas de ruego, de esperanza y de fe. El netotiliztli: el que promete a su santo una penitencia por medio del baile.
Maceualiztlli: el que cumple su castigo y danza para borrar sus pecados. La danza permitió un avance en la cristiandad, aprovechando la gran religiosidad del pueblo conquistado y su cultura, que los religiosos supieron intercalar en los autos sacramentales que hasta la fecha han perdurado.
Así surgieron nuevos cantos, teatros y danzas que hoy todavía podemos disfrutar. Por eso las etnias de nuestro estado tienen prácticas religiosas y dancísticas donde participa más el indígena que el mestizo, manejando el sincretismo dimensional.
Apaches.
Se dice que esta danza es de carácter netamente religioso y trata de representar la labor de los misioneros con los indígenas para mostrar al verdadero Dios cristiano.
También se dice que la danza de los Apaches o Mecos representa a la tribu belicosa de los Pieles Rojas que habitó la parte norte de nuestro país y cuyos integrantes tenían por costumbre pintarse la cara (almagrados).
Se baila principalmente en pueblos de la Montaña y Costa Chica: Huehuetónoc, Pilcaya, Tlacoachistlahuaca y Xochistlahuaca, y en la zona Centro: Mochitlán, Tixtla, Chilapa, Zumpango del Río y Chilpancingo.
La danza se encuentra integrada por 16 participantes, quienes llevan en la cabeza un penacho con plumas de varios colores y adornadas con espejitos y cuentas de colores; la máscara que portan, de color natural y con rayas de tinte rojo, representa una cara indígena pintarrajeada, por lo que reciben el mote de Mecos; sus camisetas son de colores y tienen mangas largas; las enagüillas, de colores fuertes y cortas hasta las rodillas, van sujetas a la cintura con una jareta; calzan huaraches y medias (sobre las cuales cruzan cintas de colores que nacen de los huaraches).
En su espalda el danzante lleva un carcaj lleno de puntiagudas flechas; en la mano porta un arco con flechas que jamás dispara y sólo se le escucha un golpe con los pies, al mismo tiempo que grita: “…¡ipiaja! ¡ipiaja! ¡ipiaja!”
Se caracteriza por la ejecución de evoluciones rítmicas. Esta danza guerrera se lleva a cabo al compás de un violín, el cual es ejecutado por una persona conocedora de este tipo de bailes, dedicada de tiempo atrás a participar como elemento fundamental de la danza.
Apaches de Azoyú y Marquelia.
Se han tiznado con carbón y manteca; sus cuerpos quieren estar negros, como sus penas; son aquellos que se quedaron en la serranía suriana y candente donde el ardiente sol ha tostado más su piel negra llegada hace algún tiempo del Africa hermana; atados de manos y con el corazón hecho pedazos penetraron hasta donde la naturaleza se oculta de la maldad de los hombres.
Apaches de Azoyú (Foto: Unidad Regional Guerrero de Culturas Populares).
La danza va a comenzar, las fiestas de la Independencia son el marco principal de esta simbólica danza donde la reina española y la india de América serán presentadas en el estrado principal de aquel pueblo inquieto y costumbrista que espera con ansias el repique de la campana de Dolores anunciando la libertad tan esperada de un puñado de esclavos que, oprimidos en el tiempo, quieren ser libres.
Los sones del “chile frito” con la famosa banda de Azoyú, permiten escuchar la “batalla apache”, el son del “pito real” y otras tantas piezas que incansablemente bailan. Los danzantes son hombres que se cubren la cara con tiras de ixtle y adornan su cuerpo con una falda de tiras colgantes. Se entrelazan y cruzan acompasadamente para manifestar un estado de ánimo que les lleva por horas a divertir a la concurrencia, que no se pierde ningún detalle.
Hay que destronar a la reina española y coronar a la nueva reina de los indios, la de América, protegida y querida de los apaches que danzan en torno a la triunfadora alzando sus arcos y flechas en son de ataque, en una representación constante de batalla campal. La india hermosa luce su blusa bordada con chaquira y falda de satín rojo que le llega hasta los pies, no faltando el adorno de plumas de avestruz pintadas de color verde, blanco y rojo, para confirmar una vez más el símbolo de la mexicanidad.
Danza de los Apaches. La reina de América y la reina española, Azoyú (Foto: Unidad Regional Guerrero de Culturas Populares).
El significado de esta danza, a diferencia de las demás, es ciento por ciento patriótico y nos habla de la libertad tan ansiada por los seres humanos. En Azoyú se tiznan y tratan de tiznar a los demás.
Chichimilcos.
Esta danza representa de una forma muy peculiar la manera como se realizó el sacrificio del último emperador azteca, Cuauhtémoc. Se le conoce también con el nombre de Ahuiles, Ahuileros o Danza del Ahorcado. Se escenifica el Martes de Carnaval.
Los indígenas utilizan un taparrabo, huaraches, penachos, un átlatl o macana y escudo. Los españoles llevan pantaloncillo corto con jareta en la rodilla; camisa con olanes en la cintura, en las mangas largas y en el cuello. Medias y botines, espada, barba y bigote. Llevan los teponaxtles y las chirimías, que suenan detonando un profundo dolor, una paloma viva y papel en forma de granada para depositar el ave.
Al son de los teponaxtles y las chirimías entra en la escena un fraile con una cruz. Inmediatamente llegan los españoles formando dos filas, colocando a Cortés en el medio. Atrás lo siguen Cuauhtémoc y la Malinche. Hacen unas fogatas y se forman dos grupos. Entonces el conquistador ordena que se cuelgue al emperador azteca, interponiéndose el fraile. Por fin, es ejecutado, produciéndose lamentos y alaridos acompañados de los instrumentos autóctonos.
Los nativos, Cortés y la Malinche empiezan a bailar. Los soldados indios se tiran al suelo, las mujeres danzan alrededor del colgado con los soldados españoles. Posteriormente las mujeres descuelgan al difunto y lo suben a una parihuela; después lo pasan a un túmulo para rendirle tributo y luego ser incinerado. Alrededor de la pira bailan los danzantes, entre ellos sobresalen un caballero águila y un caballero tigre. Seguidamente las mujeres depositan unas piedras blancas sobre las “cenizas” hasta formar una pirámide. Por último todos caen de rodillas, levantando las manos al cielo al grito de Cautécatl (parecido a los matlachines).
Esta danza se localiza en Tepecoacuilco y Mayanalán.
Diablos.
Siendo esta danza de características puramente religiosas, sus orígenes se remontan a la época de la Colonia (siglo XVI), como manifestación de la labor de evangelización de los frailes que en forma objetiva querían inculcar en el indígena la religión cristiana y una nueva valoración del bien y el mal. Así, pues, dicha danza representa los castigos infernales a que se verían sometidos todos aquellos que no abrazan la fe cristiana.
Danza de los Diablos.
La danza se halla integrada por 24 participantes, que se disponen en dos filas de 12; encabeza una de las filas el Diablo Mayor, quien porta una quijada de burro, la que golpea de manera rítmica y representa el castigo a la gula y al hurto. La otra fila la encabeza la Diabla, quien con una guitarra lleva una tonadilla musical que es la que sirve de acompañamiento a la danza y representa el castigo al vicio y a la lujuria. Y otro de los diablos lleva una cajita de madera que hace sonar también rítmicamente y que significa el castigo de la avaricia, el orgullo y el dinero mal habido.
Los personajes o integrantes principales de esta danza saltarina (como se le considera) son dos: la Muerte y Lucifer, y las demás parejas de diablos y diablas, sin faltar en ella dos o tres bufones llamados huesquixtles.
El vestuario de dicha danza se describe de la manera siguiente:
- Lucifer: su atuendo es igual al de los demás miembros de la danza, distinguiéndose sólo por la máscara, que es más grande y terrorífica, y por considerarse el demonio más poderoso. Porta además espada al cinto y cetro.
- La Muerte: viste un traje negro, entallado y pintado con rayas blancas, las cuales simulan los huesos descarnados. Su máscara representa a la vez una calavera riéndose y porta una guadaña.
- El Tiempo: se cubre con harapos que cuelgan de su cuerpo; su máscara es de tipo antropomorfo, adornada con largas crines de caballo, las cuales cuelgan a manera de bigotes y barba, portando asimismo su guadaña.
- El vestuario de los diablos se compone de calzoncillo corto y holgado, de tela de color chillante, sujeto en las rodillas y cintura con jareta; camiseta con mangas largas y la falda metida en el calzoncillo.
- Las máscaras representan las caras de animales cuadrúpedos, lo cual queda al gusto del danzante; además usan gorro de tela de color en forma de cono largo, de cuyo vértice cuelga una borla de estambre y éste es echado hacia atrás. Dicho gorro se complementa con un par de cuernos, zapatos y medias.
- El vestuario de las diablas de dicha danza es variado en cuanto a color y estilo, sin perder el modelo genérico de mucho brillo y colores encendidos, lucidor y vistoso, para enaltecer su participación en la danza. Su máscara representa la cara de una mujer juvenil y contrasta ésta con la de los diablos en su cornamenta. En la cabeza llevan una cabellera de ixtle pintada en colores.
Esta danza está difundida en la mayor parte del estado, presentando variantes mínimas en su vestimenta, pero no así en sus contenidos religiosos, para significar el maleficio que ronda en la vida de los hombres.
En los años 60 del Siglo XX formó un grupo de niños para integrar la referida danza, la señora Heleodora Adame, tía Lolita, llamada cariñosamente por todos los que la trataron, dedicó muchos años al cuidado de la iglesia de San Mateo; cuando no existía párroco ella se encargaba de formar las mayordomías para los festejos del 21 de septiembre y la danza de Los Santiagos con jornaleros y campesinos; asimismo los hijos de éstos formaron la nueva danza de los llamados diablitos, que perduró mientras la señora vivió. De ahí que las danzas sean el alma de muchas comunidades que tratan de divertirse de alguna manera.
Diablos de Teloloapan.
Se conoce por tradición oral. (Los datos que se insertan enseguida fueron recabados para la revista México Desconocido).
Durante la invasión francesa en el Siglo XIX (1857) hubo una batalla entre los franceses y la gente de Teloloapan, que se mantuvo firme durante dos días, hasta una tarde en que se les terminó el agua y las municiones.
Esa noche todos se reunieron para formular un plan y decidieron espantar a los franceses usando unas máscaras de diablo que eran verdaderamente horribles y haciendo tronar sus chicotes para hacer el asunto interesante.
Así, los disfrazados se introdujeron a hurtadillas en el campamento enemigo y después de la señal de un capitán atacaron con espantosos gritos y haciendo sonar sus látigos.
Los franceses, pálidos del horror que les causó verlos, salieron corriendo y se perdieron en la profunda noche.
En esta parte norte de nuestro estado, los Diablos siguen siendo una tradición heroica, más que religiosa. El 16 de septiembre lucen en el desfile sus hermosas vestimentas muy hispanas; el cuerpo cubierto con cuero, chamarra y pantalón a la usanza del chinaco del Siglo XIX, a manera de faldón largo como cuera de montura, botas y chicote con pajuela de ixtle para producir un chasquido similar al de un fuerte trueno.
Hay siete cuernos bien empotrados en la máscara de vaqueta muy dura, mismos que simbolizan los pecados capitales: gula, envidia, lujuria, ira, soberbia, avaricia y pereza.
Es una danza teatral que tiene como objetivo mostrar al demonio como portador de todos los pecados. Se bailaba en los teatros y mitotes que los frailes utilizaron para evangelizar.
Esta danza tiene su identidad muy propia, totalmente diferente a los otros diablos que abundan en danzas de las regiones del estado, que son juguetones, divertidos, traviesos con los niños y participan del relajo del pueblo, dejando entrever una sonrisa. Los de Teloloapan son altivos, elegantes, soberbios y vestidos como grandes señores; es el capataz el que manda y ordena.
Diablos de Teloloapan.
A continuación se agrega la información de un distinguido habitante del lugar que nos cuenta el verdadero origen de la danza:
“Son los abuelos del pueblo, herederos de las grandes hazañas y de anécdotas importantes a través de décadas, pasando por tradición oral lo sucedido y de gran relevancia, que de familia en familia se ha conservado.
“Corría el año de 1815, México vivía uno de sus momentos históricos de gran importancia: la lucha por la Independencia de México iniciada en 1810.
“Teloloapan tenía en su territorio una base militar de realistas de mucha importancia, por tener ahí una casa propiedad del general José María Calleja, que comandaba el grupo enemigo.
“Se organizaron en Teloloapan las mujeres, en una de esas casonas, para recibir al lugarteniente Pedro Ascencio Alquisiras con un grupo de guerrilleros que verían a sus mujeres por unas horas y nuevamente regresarían al compromiso de la guerra.
“Estaba el banquete preparado para recibirles cuando un grito de alerta les avisó que se aproximaban a dicha casa los uniformados del gobierno: ¡Qué hacemos, carajo! Y en ese momento una mujer hizo una propuesta: Mi compadre Lencho tiene almacenadas un montón de máscaras de diablos que le han mandado hacer.
“Ni tardos ni perezosos fueron con aquel artesano que les facilitó aquellas grotescas figuras de demonios con siete cuernos montados en vaquetas que se colocaron de inmediato, tomando los chirriones pajueleados que servirían para armar un gran alboroto, ya que las armas eran mínimas y los enemigos numerosos.
“Se apagaron los candiles de petróleo que iluminaban aquel caserón enorme donde los gachupines al ver aquellos monstruos infernales que lanzaban gritos desgarradores y saltaban unos sobre otros para causar espanto y pavor, huyeron horrorizados.
Esta danza con el tiempo se ha consolidado y la vemos en diversas ferias de nuestro estado y en otros espacios culturales donde se les invita; son lucidores y muy profesionales en sus participaciones.
Espueleros.
Esta danza, por las características de su vestuario, pone de manifiesto la representación de los hombres del campo, en particular los que se dedican al manejo del ganado vacuno. Con toda seguridad surge en los ranchos y potreros de los grandes señores, posiblemente represente al grupo de trabajadores al servicio de los hacendados extranjeros y comuneros. Sus asalariados o trabajadores tenían la obligación de cuidar el ganado vacuno de su hacienda.
Su sombrero es de palma, tal y como lo usan los hombres del campo; sencillo y ancho, sin cubrir la cara (evitan la máscara). La camisa es de manta amarilla y de mangas largas, con las faldas sueltas. Una reata de lazar terciada al pecho. Cuelga del hombro izquierdo un machete de cinta envainado que todo campesino lleva consigo (por las dudas). Sobre el calzón de manta amarilla de uso diario llevan puestas unas chaparreras de cuero o de gamuza. Calzan zapatos, a los que van fijas unas espuelas que, al andar, producen tintineo de sus rondanas.
Por último, vemos que cada danzante lleva terciado al brazo una pequeña varita en cuya punta tiene bien fijo un gorguz, con el cual pincha al simulado torito en un pasaje del bailable hasta dominarlo. También cuenta con tres o cuatro elementos chuscamente vestidos, quienes no necesitan preparación ni ensayo previo, puesto que su actuación es distinta a la de los demás danzantes. A éstos se les llama huesquixtles o bufones; su misión es muy fatigosa, ya que son los encargados de retirar a la gente aglomerada en torno a los danzantes para que hagan sus ejecuciones.
El torito simulado entra en acción directa y activa en uno de los pasajes del bailable, cuando éste embiste con porfía a uno de los danzantes quien a base de vueltas escabulle las embestidas hasta que, después de fatigosa lucha, domina por fin al cornudo animal.
Esta danza se acompaña con música de violín. Se localiza en la zona Centro del estado: Chilpancingo, Tixtla y Chilapa, principalmente.
Gachupines.
La granada ensartada con su color rojo vivo está al final de la punta de aquel palo largo, delgado y resistente. Ahí un indio la sostiene y la hace girar pasando al centro del círculo que ex profeso han formado sus compañeros. Son evoluciones marcadas por el ritmo de aquella música mezclada hispano–mexicana que se asienta en nuestra época colonial donde las novedades de teatro y danza estaban a la orden del día para evangelizar aquel puñado de hombres rebeldes que se resistían a dejar atrás sus ritos y costumbres indígenas llenas de religiosidad.
Danza de Gachupines.
Los gachupines son adoptados por nuestra gente mestiza que desea ridiculizar a aquellos que se han introducido en todos los cambios de su vida cotidiana. Los representan vistiendo saco y pantalón de casimir negro, gorra o cachucha a la usanza española; se colocan una máscara con los rasgos de la raza blanca; la mayoría lleva un cigarro prendido en la boca y en la mano un paliacate para poder espantar los mosquitos existentes en estas tierras cálidas del sur (actualmente ya se ha establecido como un adorno especial de la danza, que además les sirve para dar giros con sus manos, cambiando el pañuelo de gran colorido al ritmo del suave violín que los acompaña durante el desarrollo de evoluciones contrastadas). Junto a ellos, el huesquixtle (el chistoso), que juega con la multitud observadora y distrae a los chiquillos que boquiabiertos gozan de las danzas de su pueblo que se representan de tiempo en tiempo.
Las regiones Norte, Centro y la Costa Chica disfrutan frecuentemente de estos bailes.
Durante la evolución ante la roja granada cada uno toma la punta del listón de color que le corresponde para ir cruzando entre los demás, al mismo tiempo que van trenzando el palo que la sostiene; finalizan al son del violín, que llora en el rasgueo y tallar de sus cuerdas. ¡La conquista se ha dado!
Se baila en las regiones Centro, Norte y Costa Chica del estado.
Maizos.
Se identifican por la forma de vestir de dos de los personajes centrales del conjunto de danzantes; reciben el nombre de Maizo, uno, y de Salvador, el otro. Las señas inconfundibles de estos personajes hacen que se les considere como los representantes innatos de los grandes señores hacendados, poderosos económicamente hablando, dominadores de latifundios y rancherías, pero amantes de la cacería, la cual realizan en sus ratos de placer y de ocio para dar muerte a los tigrillos o a cualquier otro animal de estos montes.
Personajes de la danza: el Maizo, el Salvador y los huesquixtles (chistosos de la danza); el personaje central de esta singular danza es el Tigre. Los cazadores (el Maizo y el Salvador), de manera separada, se refugian tras seguro mampuesto para llevar a cabo la caza del tigre, ya que éste es un animal peligroso que ataca al hombre.
Los huesquixtles, como alegres bufones, son los personajes que representan a los nativos de la región, los que preparan los mampuestos (dos) y todo lo necesario para su defensa personal. Usan o disponen de resistentes garrotes.
Este grupo de huesquixtles es divertido y sirve para auxiliarse de manera mutua; sus gritos, que producen en conjunto, hacen que espanten y ahuyenten al tigre feroz. Este inesperado desconcierto que provocan al tigre hace que no ataque, quedando a su vez al descubierto de los cazadores, quienes lo matan a balazos bañando su torneado cuerpo amarillo con manchas negras, de balas. Logrado el objetivo, los huesquixtles cargan el animal, terminando así la cacería del tigre.
El Maizo y el Salvador llevan vestimentas propias de un distinguido cazador potentado y van provistos de poderosas armas. Los huesquixtles llevan en la espalda un pedazo de petate viejo o cualquier otra cosa para no recibir en seco los latigazos que constantemente les arrima el Maizo o el Salvador durante el baile, que es acompañado de un rítmico tamborcito y un rústico pito de carrizo, ejecutados por una misma persona conocedora de los sones propios de la danza.
Los Manueles.
Cohetes y cohetones acompañan a los ya famosos Manueles, personajes chuscos y pintorescos que nos llevan a recordar la leyenda del pueblo: Don Manuel, el tradicional “gachupín”, aquel rico hacendado y bodeguero que acaparaba la riqueza de una comunidad determinada, es el hombre poderoso y rico llegado de la Madre Patria a la Nueva España, donde tiene encomendado a un buen grupo de indígenas pobres y desventurados que depende directamente de su mandato. Su compañera, “la Vieja”, es una mujer adulta, blanca y regordeta que satirizan los danzantes poniéndole un gigantesco polizón que se mueve rítmicamente al contoneo constante de sus anchas caderas, como un guitarrón desafinado. Es ella la encargada de dar todas las pautas del baile; al son que ella baila, tienen que bailar los demás, incluso su viejo Manuel, que luce un largo cigarrillo en su boca chueca, con ese gesto de poder. El público llega a sentir aquel ritmo tan parejo y singular de esa danza colonial mexicana que nos remonta a distinguir a los opresores y a los sumisos indios y mestizos que con sus suaves máscaras reflejan la limpieza de su espíritu, tan ultrajado por un nuevo grupo de conquistadores a los cuales había que obedecer y ajustarse a nuevos hábitos y costumbres.
Los Manueles
Los bastones de mano de cada danzante son figuras de víboras que les sirven para sostener algunos giros propios de la danza. De colores vistosos, medias y calzones con encajes y bolillos almidonados. Es la dualidad: México y España unidos por necesidades propias de supervivencia. Se muestra el coraje y la inconformidad de ser humillado y explotado. La sonaja que llevan en la mano contrasta con el baile, al son de un tamborcillo y las suaves notas de un violín.
Maromeros de Apango.
Remontándonos a siglos pasados de nuestra época prehispánica, cuando los bailarines con sus faldas cortas, los maromeros, hacían un derroche de malabarismo en las grandes fiestas del Calmécac. Muy cerca de Tixtla se encuentra el poblado de Apango, cabecera del municipio Mártir de Cuilapan, de donde es originaria esta danza.
Maromeros de Apango en Zitlala (Foto: Unidad Regional Guerrero de Culturas Populares).
Cuentan que es una danza en la que sus integrantes han ofertado con anterioridad una promesa a un Santo Patrono. Por lo mismo, se les ve esporádicamente en los festejos santos por el camino al santuario; con esta danza, sobre todo, rinden culto a la patrona del pueblo y sus alrededores, la Virgen de la Natividad de Tixtla.
En número de ocho, están ataviados con gran colorido; usan camisa con holanes en puños y cuellos, calzoncillos cortos, sombreros cónicos con moños de colores, listones colgantes y espejos, una capa hasta las rodillas, medias de popotillo o de hilo, zapatos tenis de goma (antiguamente eran sus cacles) y un pañuelo que les cubre hasta la nariz. Su audacia y el dominio del equilibrio son fundamentales para bailar sobre una gruesa vara, en ida y vuelta, bajo el ritmo de la música de viento. Como accesorios, portan reatas gruesas de mecate–ixtle, una vara como de 8 m de largo y varios pañuelos más.
Después de la adoración de la Virgen, al compás de una chilena tocada por el “chile frito”, en un espacio como de 12 m de circunferencia, paran unos horcones en equis a 7 m de distancia cada uno para colocar las reatas bien amarradas en las hendiduras de las horquetas plantadas, y al compás de sones y chilenas todos los integrantes zapatean girando, girando y girando, lo que les sirve de equilibrio sobre la reata.
Caminan hacia adelante bailando al compás de la música, se atreven a retornar de espaldas, sin perder el equilibrio y con destreza lucen su habilidad ante el público que espera verles caer en cualquier momento; se hincan sobre la cuerda dos o tres veces y realizan giros acompasados. Los demás danzan en el piso haciendo mover sus pañuelos y esperando su turno para subir a la cuerda y demostrar su habilidad de grandes equilibristas.
Moritas.
Las pequeñas danzantes se ven orgullosas con su atavío reluciente, con el satín brillante y los chillantes colores que contrastan con las rosadas caritas de aquellas diminutas figuras que desean ser los moros soñados.
Remembranza del dominio en que estuvieron por siglos los hispanos a las órdenes de aquellos aguerridos moros, son sus batallas una muestra de poderío entre una raza y otra que no quiere dejarse vencer, llevando al frente sus símbolos religiosos que plenamente las identifica y a la vez les separa: la cruz cristiana.
La multitud se agolpa para admirar de cerca el triunfo y la conversión de las Moritas, adaptadas muy a nuestra manera en el estado, considerando un símbolo de pureza a las pequeñas representantes de aquellos aguerridos moros expandidos por la Costa del Sol, de aquella España tan codiciada. Las lentejuelas multicolores adornan las capas de capitanes bravíos que danzan acompasadamente en pasos marciales para que en forma gallarda y militar puedan enfrentarse en la batalla de encuentro entre los dos grupos.
Los espejos en forma de estrella, dispersados en los sombreros blancos, rosas, azules, y forrados en telas de charmés, dan un colorido especial a cada personaje; no faltan las plumas de aves preciosas, que terminan decorando aquel tocado elegante que adorna la cabeza. La generala representa a una reina importante, a semejanza de Elena de la Cruz, con una corona de diseño especial que cubre sus cabellos tan arreglados, en la mano lleva la cruz de la fe, que es señal de conversión, de paz y de gloria. Danzan al compás de la música de viento.
Sus coronas son de latón amarillento, mostrando los símbolos de los astros, así como de la luna en cuarto creciente. Mahoma, el gran profeta, es atacado y representado con una máscara grotesca y un traje hecho de pedazos de tela; su arma solamente llega a ser un palo tosco y feo con el que castiga a aquel que no cree en él, realiza evoluciones picarescas y chuscas, volviéndose el hazmerreír de la gente.
Los machetes chispean en lo alto; la bravura se ve manifiesta al querer defender a su Dios.
Ocozúchitl.
El teponaxtli, con sonoridad melodiosa, acompaña en la octava, domingo siguiente del 25 de julio, a los feligreses y devotos del señor Santiago, patrono del pueblo. Se le ha festejado entre rezos, velas y cánticos. La procesión sale de la iglesia recorriendo las calles empedradas y bañadas de rocío para retornar nuevamente y colocar al santo en su lugar e iniciar el baile de pedimento con manojos amarillos de ocozúchitl, hierba silvestre y curativa, acompañados del “chile frito” con sus animadas marchas.
Toda la gente que participa lleva sus mejores ropas para agradar al santo, acompañados de sus pequeños hijos para pedir perdón y alimento constante para toda la familia. Los participantes bajan de montañas y laderas cercanas al pueblo de Quechultenango, los peregrinos dedican tres días para este festejo (víspera, fiesta y retorno).
Al son del teponaxtli los peregrinos que llegan en burro o a caballo se congregan alrededor de la imagen de Santiago Apóstol. Las ramas de ocozúchitl, de tanto ser frotadas y talladas en los ropajes del vistoso festejado, van cayendo en fragmentos en un espacio previsto, donde se lograrán más indulgencias entre más frotamiento exista de la imagen. Posteriormente serán guardadas en el altar de cada devoto para ser utilizadas como reliquias en momentos difíciles o de enfermedad repentina. Llegan a preparar una o varias tomas que les servirán para disminuir cualquier dolor y sanar a los enfermos.
El baile místico es continuo y se van relevando conforme entran y salen peregrinos, hasta la medianoche cuando retornan a su hogar satisfechos de haber recibido las bendiciones que los protegerán por todo el año, pensando en los preparativos próximos de la fiesta del señor Santiago donde volverán con la danza del Ocozúchitl.
Este baile se presenta en el municipio de Quechultenango, a 30 km de Chilpancingo, rumbo al río Azul.
Pescados.
Esta danza recibe el nombre de Pescados porque sus integrantes llevan con ellos, terciados al hombro derecho, una sarta de pescaditos de madera pintados de colores.
Danza de los Pescados (Foto: Unidad Regional Guerrero de Culturas Populares).
Se dice que es una danza legítima de nuestra región, de las que surgen del sentimiento popular, para darle aliento a las rudas luchas que el hombre emprende a fin de poder poder subsistir.
El mensaje de la danza es presentar una imagen viva de la actividad de un grupo de hombres que se dedican a la pesca, marcando las adversidades que tienen que padecer para poder llevar el sustento a la familia. Se dice que surge en las zonas costeras, por su acercamiento con el mar, elemento respetado y querido por los sencillos hombres del océano.
Con el modo de vestir, no cabe la menor duda de que estos danzantes tratan de representar, hasta donde es posible, a personas nativas de las dos costas guerrerenses, expertas en esta fuente de trabajo marítimo, a la vez que coadyuvan a fortalecer nuestras costumbres y tradiciones regionales.
El número de componentes de esta danza es de 12 a 16, donde sobresale una mujer alta y gallarda de raza negra, “la Pescada” y “el Lagarto”.
La indumentaria de esta danza es de lo más sencilla: un calzón corto de tela gruesa, rasgado y sucio; camisa o playera de un solo color y desgastada por las aguas marinas. La mayoría danza descalza, manifiestan así la humildad de los personajes en la vida real.
En algunas de estas danzas el hombre porta pantalón largo y de cualquier clase de tela; otros se uniforman, cuando tienen recursos, calzando huaraches, camisa común y corriente de manta, con las faldas sueltas; máscaras negras, simulando el color moreno de los pescadores; con señales de profundas cortaduras producidas por las riñas comunes de los hombres de esas regiones; sombreros de palma de uso diario y machetes de cinta, hechos por artesanos del lugar.
La Negra es una danzante que representa a la mujer costeña, bravía y valiente, que lleva terciada una daga y en el brazo una canastita de pescados.
La Pescada es una danzante que lleva suspendida en la cintura la representación del pescado robalo y la del lagarto, muy comunes en los mares y lagunas de nuestras costas.
Se acompaña de una flauta y un tamborcillo. Mientras el Lagarto circula alrededor de ellos, la Negra va animando a los pescadores y los invita de esta manera:
–Negrooo…
–Negraaa… Maringuilla…
–Acompáñame a la barra de Tecoanapa, a recoger unos cuantos robalos ahora que la noche está oscurana…
La lucha se desarrolla en buen ambiente, donde el danzante esgrime sus filosos machetes costeños hábilmente, para librarse de ser alcanzado por un fuerte golpe y, a su vez, lograr trozarle la cola al “lagarto” que no deja de perseguirlo.
Santiagos de machete.
La posesión de la túnica sagrada será el punto central de controversia entre moros y cristianos que a machete limpio y lustroso harán centellear en lo alto de sus cabezas aquellos aceros que hablarán en un momento del poder de cada uno de los grupos.
Entre los cristianos enfilará en primer orden el señor Santiago, luciendo su sombrero de plumas blancas de avestruz que le dan solemnidad y galanura. Los demás danzantes preparan mentalmente sus parlamentos, que, entrecortados, se escuchan al tintinear de los machetes costeños que tratan de acaparar la atención del público presente.
Los cristianos que siguen a Santiago y le defienden incondicionalmente son: el Niño, un pequeño inocente de ocho años de tez blanca que representa las reliquias sagradas que tanto se han defendido a través del tiempo; Vespaciano, tosco y rudo, se pasa con golpes firmes en la tarima o piso de tierra, el cual se sacude con su presencia; Alférez es el portador del pendón que anuncia su raza y su condición; lo acompaña Tito, y juntos dan un paseo con lujo de detalles, meneando majestuosamente sus elegantes y coloridas capas.
Mahoma tiene que ser defendido de los ataques cristianos y para ello está Pilato; enseguida el Moro Capitán, arrogante y fuerte; le sigue el Sultán y, junto a él, Tiberio y el Almirante, que forman un equipo de lucha y ataque. La fiesta está en su apogeo, brillan las estrellas en el cielo azul.
Nuestros hombres del campo son muy hábiles para manejar los machetes de variadas formas y tamaños, lo que hizo que se originara el cambio de la espada usual de los llamados Santiagos de Tablado que, por lo costoso de su vestimenta, los sustituyeron por estos danzantes de pie a tierra llamados Santiagos de Machete.
Las relaciones son las mismas, y abundan estas representaciones teatrales, que se combinan con la danza en varias partes de nuestro estado.
Tecuanes.
Esta danza se considera originaria de la región de Tierra Caliente. Significa o representa a un señor hacendado que paga a un grupo de sus trabajadores para darle muerte al tigre, el cual le ha causado bajas en su ganado. Así tenemos que los peones del hacendado eran gentes de la región que padecían el mal de pinto, por el cual se les daba el nombre de Tecuán. En sí esta danza es una representación dramática que se realiza a base de diálogos.
El vestuario varía en correspondencia a los personajes que en ella intervienen: el Pariente porta un bastón de madera con chintetes (especies de lagartijas) del mismo material y una muñeca de trapo, su máscara es diferente; la Mechuda usa un sombrero con crines de caballo; el Rastreador lleva consigo un animal (tejón, zorra, etc.) disecado; el resto de los bailarines o danzantes usan máscaras de piel de burro con bigote de crín de caballo, y el Zopilote viste un traje negro imitando al ave de rapiña.
Esta danza se baila principalmente en los atrios de las iglesias al compás de ritmos musicales que son acompañados por una flauta de carrizo y un tamborcillo, como la mayoría de las danzas autóctonas.
Por la tarde el Tigre simula que se esconde en el monte y en el transcurso de un determinado tiempo el Tirador, conjuntamente con el Rastreador, van en su búsqueda. Al encontrarlo realizan una serie de luchas en las que cada personaje cumple su papel; por ejemplo los personajes de los perros y los demás danzantes ayudan al Tirador o Cazador para atrapar al Tigre; después lo bajan a la iglesia del lugar para dar comienzo a la danza ejecutando los sones de la entrada (la cruz, la iguana, el venado, la trampa) y la salida.
La formación de los danzantes durante el baile se da de la manera siguiente: el Salvador y el Mayezum, el Doctor y el Mozo, el Tirador, la Mechuda y la Carcacha, el Lancero, el Lechero, el Pariente, el Trampero, el Tigre, el Venado, “dos perros” y “cuatro” zopilotes.
Esta danza se localiza en Ajuchitlán, Arcelia, Cutzamala de Pinzón, Pungarabato, Alpoyeca, Copanatoyac, Metlatónoc, Olinalá, Ixcateopan y Teloloapan.
Los Tejorones.
Esta bonita danza es oriunda de la Costa Chica y algunas otras zonas del estado; es frecuente en la fiesta de Carnaval, donde es el centro de la atracción.
La danza refleja una lucha contra la injusticia de los poderosos y la maldad. Tal vez ponían de manifiesto todas las agresiones potenciales contra el explotador, que no podían tomar forma ni aparecer en la vida cotidiana.
Manifiestan los ataques al poder en diferentes formas que pueden ser ridiculizaciones, insultos o pantomimas, que se realizan en forma directa en contra de las personalidades del lugar.
Por otra parte, las personalidades agredidas son políticos y ricos del pueblo, malos y señalados por sus acciones. Los Tejorones son particularmente afectos a las violaciones de tabúes sexuales, que personifica “el Tigre”, que es el personaje mítico investido de poder y que representa a la fuerza del mal.
Por el caso anterior se diría que Los Tejorones “son la expresión de una sociedad oprimida y olvidada que se rige según las nuevas normas; leyes que son contrarias a las heredadas de sus antepasados, de una contrasociedad que tiene su hora de gloria y luego su muerte”.
El número de elementos que forman parte de esta danza varía. Los danzantes llevan máscaras con cara de humanos, con rasgo negro o blanco según el pueblo de que se trate; van cubiertos con harapos; llevan un sombrero o una gorra en punta cubierta con plumas de gallo y vestido de oropeles. También llevan en su mano un cascabel. Según los mimos que quieran representar, utilizan accesorios diferentes: escopeta, machete, matraca, pistola y lazo.
Otro elemento del grupo es el Tigre, que los Tejorones tratan de atrapar, no sin violencia; es pues el papel más difícil ya que representa al mal y, lógicamente, tratan de exterminarlo.
Toro de petate.
Esta danza es una remembranza de los rancheros que había por esta región y de las partidas de ganado que salían a Centroamérica en el último tercio de la época colonial. La danza alude a los trabajos que requerían dichos envíos de ganado, así como a los riesgos del camino y la consiguiente alegría que daba a los vaqueros y campesinos de la región de la Costa Chica; Igualapa, Cuajinicuilapa y Ometepec, la ida y vuelta de aquellos arriesgados hombres que emprendían el viaje.
Toro de petate (Foto: Unidad Regional Guerrero de Culturas Populares).
Los personajes de esta danza son el Mayordomo, el Caporal y el Vaquero; otros participantes son el Montador, el Toro y el Terrón. En total la danza aporta 20 personajes.
El Mayordomo, el Caporal y el Vaquero visten a la usanza de ese tiempo; todos montan a caballo y sus cabalgaduras son ataviadas al estilo de la época colonial. Cada uno porta una garrocha de unos 2 m aproximados de largo con listones de papel. El Montador viste saco y pantalón de gamuza, tocado con sombrero ancho de lana adornado con flores de papel y plumas; lleva terciada una bolsa de cuero y un sarape fino y ligero; asimismo le cuelga del hombro derecho la vaina elegante de un machete con una leyenda ganadera o con su propio nombre, y es esta persona quien cuida el ganado.
El Toro: este personaje, vestido con camisa y pantalón de manta teñida con colores negro y café porta una máscara zoomorfa de buey; en la parte inferior trasera de la camisa lleva amarrado un manojo de crines o un pedazo de cuerda gruesa que asemeja la cola de la res.
El Terrón: este individuo viste de manera ridícula, montado en un burro; usa machete de palo, tosca red de mecatillo al hombro donde lleva jícaras, bandejas, cazuelas, verduras y otras cosas usadas e inservibles. Usa un sombrero viejo y ancho de lana, el cual va adornado con flores de totomoxtle; se cubre con una máscara antropomorfa y de su cuello cuelgan cadenas y rosarios hechos de olotes, y es el cocinero de la partida y el chistoso de la danza.
Esta danza se caracteriza por el hecho de que sus personajes, denominados vaqueros, representan a cada uno de los ranchos que participan en el arreo de este ganado, adquiriendo sus nombres, tales como:
La Providencia, La Luz, La Cabaña, El Ciruelo, El Tamarindo, Palo Alto, Charco Grande, Tierra Blanca, etc.
Otra característica de esta danza es que se baila al compás de sones de la Costa Chica y su coreografía representa las diversas vicisitudes del traslado de ganado: arreo, rodeo, encierro, campamentos, cura de los animales, pastoreo y culmina con la salida del toro al lugar de su destino.
Recuerda la vida ganadera y el arreo de las partidas que iban a San Salvador (Centroamérica); eran las fiestas del señor Culás (san Nicolás Tolentino), protector de la ganadería. En esos días el consumo de maíz y chicha era en grandes cantidades.
La fiesta incluía víspera, sacar al toro, despedida y, el cuarto día, sacrificar al toro. Participaba una mayordoma, esposa del saliente, un mayordomo actual y un anciano en cuya milpa hizo daño el toro. Con barba y bordón, el viejo o el tío, un caporal, un caudillo y el montador con chamarra de cuero y chaparreras, sombrero con faldón de lana, flores de totomoxtle, un puntero con su cuerno de reclamo y arreo. Los doce vaqueros con su cotón y calzón a la rodilla, machete corto de monte, soga de cuero y garrocha pulida.
Tiene gran significado para aquellos que han puesto vida y alegría en una representación que como una pequeña opereta habla de sus triunfos y fracasos en las labores cotidianas. Hasta los años 20 del siglo pasado nos remonta Paucic con las investigaciones de campo que al respecto llevó a cabo por todo nuestro estado.
Todavía podemos disfrutar de esta danza en la Costa Chica, principalmente el día del señor Santiago, que festejan ampliamente la ciudad de Ometepec y otros municipios de la región.
Zopilotes.
Es una danza que se baila en la región de la Montaña, predominantemente en Zitlala. En esta danza se demuestra que se siguen conservando las culturas autóctonas de Mesoamérica; el grupo étnico que vive en Zitlala es nahua coixca y la palabra zopilote se deriva del idioma náhuatl; los aztecas lo llamaron izopílotl; tzopi es la raíz de tzopiña, que quiere decir picotea, tzotl son raíces de la palabra tzocuitla, que en español quiere decir colgar, por lo tanto izopílotl nos da a conocer o entender (de izopiña–tzocuitla) en español “picotea la inmundicia”.
Esta danza se originó a raíz de los ritos y ceremonias de los olmecas que hacían sus ofrendas con sacrificios humanos relacionados con la naturaleza para que haya buen temporal. En la población de Zitlala no sehacen sacrificios humanos, pero sí sacrifican a los animales, que sirven de alimento a sus dioses. Asisten en grupos para orar junto a las cruces que se encuentran en los cerros más altos y cercanos al pueblo, las vísceras de los animales sacrificados se cuelgan en lo alto de palos y árboles para que coman los zopilotes; si los consumen eso indica que habrá un buen temporal, con ello señalan a estas aves como agoreras, siendo un factor muy importante para la agricultura y para todos los asistentes.
El número de elementos es variable para representar a esas aves que viven en parvadas, por eso el número es indeterminado.
Vestuario y ejecución: esta danza no representa dificultad para describirla ya que se pretende representar la imagen del zopilote, donde se ve el ingenio de los danzantes para hacerla más real.
Portan faldones que simulan las alas; la máscara es un cono largo de color negro, hecho de palma y con un gancho en la punta del pico. Se amarran la cabeza con un trapo color rojo o negro; visten un calzón del mismo color hasta las rodillas, y los pies los cubren con un trapo blanco en forma de medias.
Durante la ejecución de esta danza sus evoluciones se realizan en torno de un animal muerto que uno de los huesquixtles se encarga de llevar consigo, el que va a servir para demostrar lo que es un banquete opíparo entre estos animales.
Tlacololeros.
Danza típica del estado difundida en varios municipios: Chichihualco, Chilpancingo, Tixtla, Chilapa, Zumpango y Mochitlán, todos de la región Centro. Se encuentra difundida también por los estados de Puebla y México, con variantes en el vestuario, música y ejecución.
Danza agrícola, propiciadora de los buenos cultivos y dedicada a Tepeyollotli, el jaguar, corazón de la montaña, dios de las cuevas de las tierras del sur. El tlacolol es la tierra de montaña baja donde se cultiva el maíz. Los tlacoloreros son la mayoría de los integrantes de este rito–danza.
Dentro de la cosmovisión del agricultor–indígena no basta con preparar el tlacolol y enterrar la semilla, sino que aunado a esto es necesario recurrir a la invocación de las fuerzas sobrenaturales para solicitarles el buen temporal de lluvias, que rieguen a la tierra para hacerla fértil y haya una buena cosecha.
El origen de la danza es muy discutido, entre los municipios del centro del estado es donde más se le celebra. Se cree que deriva del baile de los zoyacapoteros (los que usaban capote de palma o zoyate), dispersos en grupos nahuas que se asentaron en varios puntos del centro del estado. Ese capote les servía a los campesinos para protegerse de las lluvias, perdurando aún en los rincones más alejados y montañosos de nuestro territorio, siendo sustituido por las capas ligeras de plástico de costos bajos.
Los nombres de algunos personajes tienen referencias agrícolas; otros, de fenómenos naturales, animales y humanos. Se agrupan en parejas para realizar la danza, acompañados de música prehispánica con tambor y un pitero.
Va al frente del grupo el Maízo, personaje que guía e indica los cambios y evoluciones del baile. Es el humano que representa al hacendado dueño de las tierras. Lleva consigo un rifle para dar muerte al tigre que hace daño a los cultivos.
Su ayudante para controlar el grupo es el Salvador, el que tomará la medida del tigre ya muerto.
El tercero del grupo es un tlacololero que dirige a sus compañeros: la Maravilla, el Tapachero (tapa la tierra después de sembrar el maíz); el Tecorralero, hace muros de piedra sin pegarla, para defender el sembradío.
Otros más: Jitomatero y Chile verde, el Colmenero, Frijolero. Sin faltar el Ventarrón, que representa al viento que llega con la lluvia, acompañado del rayo seco que precede a la lluvia.
Se acompañan estos agricultores con una perra, la Maravilla, para poder seguir el rastro del tigre; este personaje con la cara del animal imita el ladrido de una perra brava.
En todo el rastreo acompaña el más pequeño del grupo de danzantes: el Xocoyotito.
Teatro y danza se conjugan para divertir a los asistentes sin dejar de tocar los sones. El pitero se acompaña de una flauta de carrizo y de un pequeño tamborcillo que golpea con un fino palo. Los sones son: la entrada, el chinantli, zapateado, el corral, el culeado, zonzo, cruzado, chinantli doble, cadena, apareado y despedida.
Las relaciones que pregonan van relacionadas con la actividad agrícola y con la caza del tigre; la inician con la quema del tlacolol, donde bailan frenéticamente y se azotan unos con otros utilizando sus gruesos chicotes sin consideración. Es una lucha cuerpo a cuerpo, protegidos con sus costales de ixtle que les cubren todo el tronco, y la máscara grotesca y fuerte (de madera dura) para soportar los azotes con cadenas de fierro y cuero. Lucen chaparreras de cuero y un sombrero grande adornado con flores naturales o artificiales, según el lugar donde se realice la danza.
Son jóvenes fuertes, altos y con garbo para soportar el peso del traje y lo complicado de la bella danza. El Tigre, un atleta con su traje amarillo moteado que le cubre todo el cuerpo, usa máscara de jaguar de madera o de vaqueta dura. Algunos usan huaraches de correa fuerte; otros, botas, botines o zapatos resistentes.
Culmina con el “porrazo del tigre” (encuentro de dos “tigres” de la danza en doble partida). Estos personajes portan una máscara de tela del mismo traje para poder luchar cuerpo a cuerpo, bien sujeta al cuello.
Es una de las danzas más representativas de nuestro estado.
Glosario de danza.
- Ahuiles. Los que juegan.
- Cacles. Calzado de uso diario (aztequismo).
- Chicotes. Látigos, llamados también chirriones por traer una pajuela de ixtle que produce el chirreo.
- Chichimilcos. De chichiquilli=flecha, milli= cementera.
- Chile frito. Música de viento, típica de las áreas rurales del estado.
- Chirimías. Instrumento musical con sonido parecido al clarinete.
- Huesquixtle. Personaje muy singular, vestido con harapos, muy estrafalario; cómico que divierte a los asistentes. Indispensable en toda danza.
- Horcones. Maderos secos y largos de encino o de otra madera dura.
- Izopílotl. Zopilote, en náhuatl.
- Mechuda. Que no está peinada; cabeza con el pelo alborotado, en desorden y muy largo.
- Netotiliztli. La promesa, “el que promete”.
- Olotes. Base, residuo cuando el elote se desgrana.
- Paucic, Alejandro. Investigador europeo que formó un archivo sobre vida y costumbres de nuestro estado.
- Parihuela. Mueble para transportar carga pesada entre dos o más.
- Teponaxtle. Instrumento musical de percusión; indispensable en ceremonias y rituales prehispánicos.
- Totomoxtle. Se le designa a la hoja que envuelve el elote–mazorca, que lo cubre y protege (aztequismo).
- Túmulo. Armazón de madera o piedra que se levanta para celebrar un funeral.
(FPM)