Correspondencia Iturbide–Guerrero

Los acontecimientos de 1820 en España repercutieron seriamente en la Colonia.

El pronunciamiento del coronel Rafael del Riego hizo al rey Fernando VII jurar la Constitución de 1812. Los españoles radicados en la Nueva España sintieron peligrar sus privilegios ante el rumor de que Fernando VII se trasladara a México, una vez lograda la Independencia, pues estaba inconforme con el triunfo de los liberales que le obligaban a obedecer la Constitución de Cádiz.

Hacendados, miembros del alto clero, ricos comerciantes, empleados, militares y el propio virrey iniciaron la conspiración a favor de sus prerrogativas. Unos celebraron varias asambleas en el adoratorio de San Felipe Neri del templo de La Profesa presididas por el doctor Matías Monteagudo. El propio virrey Juan Ruiz de Apodaca, Conde de Venadito, tuvo varias reuniones con Agustín de Iturbide, considerado el realista más cruel y despiadado, que sacrificó a Mariano Matamoros en Puruarán y enemigo de la Independencia desde que denunció la conspiración de Valladolid, el mismo que había sido procesado por sus abusos en El Bajío.

Así, con el consentimiento del virrey, el Plan de La Profesa se concretó: “Ahí acordaron… la necesidad de que Iturbide capitaneara la expedición del sur con el objeto de atraerse al general Guerrero por cualquiera de estos dos caminos: convencerlo de que abandonara la causa, mira que coincidía con el viejo propósito del virrey, o hacer creer al noble insurgente que el expedicionario se unía a la Independencia, idea que los realistas sabían era la mayor obsesión de todos los patriotas en aquellos 11 años de lucha.

Una vez logrado cualquiera de estos dos propósitos se le despojaría de todo mando y ya con las armas controladas y traicionando los ideales insurgentes fundarían en la Nueva España un reino independiente que ofrecerían al soberano español; es decir, el sacrificio de tantas vidas en aras de la libertad eran nada para los ambiciosos conjurados de La Profesa” (Herminio Chávez Guerrero, Vicente Guerrero, el consumador, pág. 105).

Se nombró a Iturbide como Comandante General del Sur, reemplazando a José Gabriel de Armijo. Se le daba la consigna de acabar con Guerrero y se fijaba el propósito de proclamar la Independencia de México a favor de los españoles.

Iturbide estuvo de acuerdo con el plan y aceptó el nombramiento.

Ubicado ya en Teloloapan, lugar al que llegó en el mes de noviembre de 1820, Agustín de Iturbide se dedicó a reagrupar los destacamentos que Armijo había diseminado por distintos puntos; los quería reunidos por secciones y listos para ejecutar la ofensiva que tenía planeada para marzo del año siguiente.

El 22 de diciembre Iturbide salió de Teloloapan. En las cercanías de Tlatlaya, el 28 del mismo mes, en el cerro de San Vicente, fue sorprendido por Pedro Ascencio, quien le preparó una emboscada propinándole una terrible derrota al atacarlo por vanguardia y retaguardia. Iturbide regresó vencido a su cuartel.

Por su parte, Vicente Guerrero, el 2 de enero de 1821, cerca de la costa, destrozó la compañía de granaderos del Batallón del Sur y se apoderó de Zapotepec. El 5, Pedro Ascencio desbandó a otra en Tlatlaya.

El 25 de enero Pedro Ascencio derrotó a los realistas en Temoaloya. Guerrero y Álvarez vencieron al coronel Francisco Antonio Berdejo, en el paso Cueva del Diablo. Esta acción, consumada el 27 de enero de 1821, marcó la victoria definitiva de la insurgencia en tierras surianas.

Las derrotas sufridas y el conocimiento adquirido en el terreno de los hechos de la constancia y valentía de Guerrero y sus hombres hicieron reflexionar profundamente a Iturbide, quien decidió realizar la idea de negociar la Independencia con el caudillo suriano, prescindiendo de su primer propósito de destruir la fortaleza de los insurgentes. Convencido de que someter a los bravos guerrilleros era una empresa ardua y costosa, prefirió hacer entrar en su plan a Vicente Guerrero. La carta dirigida a éste desde Cuauhlotitlán, de fecha 10 de enero de 1821, abría la negociación:

Primera carta de Agustín de Iturbide a Guerrero.

Muy señor mío:

Las noticias que ya tenía del buen carácter é intenciones de usted, y que me han confirmado don Juan Davis Bradburn y últimamente el teniente coronel don Francisco Antonio Berdejo, me estimulan a tomar la pluma a favor de usted mismo y del bien de la patria. Sin andar con preámbulos, que no son del caso, hablaré con la franqueza que es inseparable de mi carácter ingenuo. Soy interesado como el que más en el bien de esta Nueva España, país en que como Ud. sabe he nacido, y debo procurar por todos los medios su felicidad. Ud. está en el caso de contribuir á ella de un modo muy particular y es, cesando las hostilidades, y sujetándose con las tropas de su cargo á las órdenes de su gobierno, en el concepto de que yo dejaré á Ud. el mando de su fuerza, y aun le proporcionaré algunos auxilios para la subsistencia de ella.

Esta medida es en consideración á que habiendo ya marchado nuestros representantes al Congreso de la península, poseídos de las ideas más grandes de patriotismo y de liberalidad, manifestarán con energía todo cuanto nos es conveniente; entre otras cosas, el que todos los hijos del país, sin distinción alguna, entren en el goce de ciudadanos, y tal vez que venga a México, ya que no puede ser nuestro soberano el señor don Fernando VII, su augusto hermano el señor don Carlos o don Francisco de Paula; pero cuando esto no sea, persuádase Ud. que nada omitirán de cuanto sea conducente á la más completa felicidad de mi patria. Mas si contra lo que es de esperarse, no se nos hiciese justicia, yo seré el primero en contribuir con mi espada, con mi fortuna y con cuanto pueda á defender nuestro derecho. Y lo juro á Ud. y á la faz de todo el mundo, bajo la palabra de honor en que puede Ud. fiar, porque nunca la he quebrantado ni la quebrantaré jamás.

Dije antes que no espero que se falte á la justicia en el Congreso, porque en España reinan hoy las ideas liberales, que conceden á los hombres todos sus derecho, y se asegura en cartas muy recientes que Fernando VII el grande no ha querido que en las cortes se decidan reformas de religiones y otros puntos de esta importancia, hasta en tanto no llegan nuestros representantes, lo que manifiesta con claridad que estos países le merecen á S. M. el debido aprecio.

Ya sabía Ud. también cómo por los mismos principios han sido puestos en libertad los principales caudillos del partido de Ud. que se hallaban presos, don Ignacio Rayón, don José Sixto Berdusco, don Nicolás Bravo, etc. Si Ud. quisiese enviar algún sugeto que merezca su confianza para que hable conmigo, y se imponga á fondo de muchas cosas de las noticias que podré darle, y de mi modo de pensar, puede Ud. dirigirle por Chilpancingo, que si no hubiese llegado yo, allí me espere, que no será mucho tiempo lo que tenga que aguardar; y para que lo verifique libremente, y pase más adelante para encontrarme, si gusta, le acompaño el pasaporte adjunto, bien entendido de que aunque sea don Nicolás Catalán, don Francisco Hernández, don José Figueroa, don Ignacio Pita, ó cualquier otro individuo de los más allegados á Ud., volverá libre a unirse, aun cuando no le acomoden las proposiciones mías.

Supongo que Ud. no inferirá de ninguna manera que esta carta es por otros principios, ni tiene otro móvil que el que le he manifestado, porque las pequeñas ventajas que Ud. ha logrado, de que ya tengo noticia, no pueden poner en inquietud mi espíritu, principalmente cuando tengo tropa sobrada de que disponer, y que si quisiese me vendría más de la capital; sirviendo á Ud. de prueba de esta verdad el que una sección ha marchado ya para Tlacotepec, al mando del teniente coronel don Francisco Antonio Berdejo, y yo con otra iré por el camino de Teloloápam, dejando todos los puntos fortificados con sobrada fuerza, y dos secciones sobre don Pedro Alquisiras.

El teniente coronel Berdejo va á tomar el mando que tenía el señor Moya y le he prevenido que si usted entra en contestación suspenda toda operación contra las tropas de Ud. el tiempo necesario hasta saber su resolución, todo lo que le servirá de gobierno.

Si Ud. oye con imparcialidad mis razones seguro de que no soy capaz de faltar en lo más mínimo, porque esto sería contra mi honor, que es la prenda que más estimo, no dudo que entrará en el partido que le propongo, pues tiene talento sobrado para persuadirse de la solidez de estos convencimientos.

El Señor Dios de los ejércitos me conceda este placer; y Ud., entre tanto, disponga de mi buena voluntad, seguro de que le complacerá en cuanto sea compatible con su deber, su atento servidor que le estima y SMB.

Agustín de Iturbide.
Señor don Vicente Guerrero.
(Tomada de: Vicente Guerrero el consumador, Chávez Guerrero, Herminio, México, 1974).

En esta carta se proponía el indulto a Vicente Guerrero, quien lo había rechazado cuando le fue propuesto por su propio padre. También encerraba la velada amenaza de que de no acceder el caudillo suriano a las propuestas del realista éste utilizaría todas sus fuerzas para hacerle frente, pues minimizaba los triunfos que habían obtenido los insurgentes. Guerrero rechazó con energía la oferta de quien, a sus ojos, no era más que un fiel y decidido sostenedor de la dominación española y en la respuesta que dirigió a Iturbide muestra la sinceridad y firmeza de sus sentimientos. Con fecha 20 de enero contesta desde el Rincón de Santo Domingo, un paraje incrustado en la serranía, al sur de Chilpancingo.

Respuesta de Guerrero.

Señor Don Agustín de Iturbide.

Muy señor mío: Hasta esta fecha no llegó á mis manos la atenta carta de ud. de 10 del corriente; y como en ella me insinúa que el bien de la patria y el mío le han estimulado á ponérmela, manifestaré los sentimientos que me animan á sostener mi partido. Como por la referida carta descubro en ud. algunas ideas de liberalidad, voy á explicar las mías con franqueza, ya que las circunstancias van proporcionando la ilustración de los hombres y desterrando aquellos tiempos de terror y barbarie en que fueron envueltos los mejores hijos de este desgraciado suelo. Comencemos por demostrar sucintamente los principios de la revolución, los incidentes que hicieron más justa la guerra y obligaron a declarar la independencia.

Todo el mundo sabe que los americanos, cansados de promesas ilusorias, agraviados hasta el extremo, y violentados, por último, de los diferentes gobiernos de España, que levantados entre el tumulto, uno después de otro, sólo pensaron en mantenernos sumergidos en la más vergonzosa esclavitud, y privarnos de las acciones que usaron los de la península para sistemar su gobierno, durante la cautividad del rey levantaron el grito de libertad bajo el nombre de Fernando VII para sustraerse sólo de la opresión de los mandarines.

Se acercaron nuestros principales caudillos á la capital para reclamar sus derechos ante el virrey Venegas y el resultado fue la guerra. Esta nos la hicieron formidable desde sus principios y las represalias nos precisaron á seguir la crueldad de los españoles. Cuando llegó á nuestra noticia la reunión de las Cortes de España creíamos que calmarían nuestras desgracias en cuanto se nos hiciera justicia. ¡Pero qué vanas fueron nuestras esperanzas! ¡Cuán dolorosos desengaños nos hicieron sentir efectos muy contrarios á los que nos prometíamos! Pero, ¿cuándo y en qué tiempos? Cuando agonizaba España, cuando oprimida hasta el extremo por un enemigo poderoso estaba próxima á perderse para siempre; cuando más necesitaba de nuestros auxilios para su regeneración, entonces descubren todo el daño y oprobio con que siempre alimentan á los americanos; entonces declaran su desmesurado orgullo y tiranía; entonces reprochan con ultraje las humildes y justas representaciones de nuestros diputados; entonces se burlan de nosotros y echan el resto á su iniquidad.

No se nos concede la igualdad de representación, ni se quiere dejar de conocernos con la infame nota de colonos, aun después de haber declarado á las Américas parte integrante de la monarquía. ¡Horroriza una conducta como ésta, tan contraria al derecho natural, divino y de gentes! ¿Y qué remedio? Igual debe ser á tanto mal. Perdimos la esperanza del último recurso que nos quedaba, y estrechados entre la ignominia y la muerte, preferimos ésta y gritamos: ¡Independencia y odio á aquella gente dura! Lo declaramos en nuestros periódicos á la faz del mundo, y aunque desgraciados y que no han correspondido los efectos á los deseos, nos anima una noble resignación y hemos protestado ante las aras del Dios vivo ofrecer en sacrificio nuestra existencia, ó triunfar ó dar vida á nuestros hermanos.

En este número está ud. comprendido, ¿y acaso ignora algo de lo que llevo expuesto? ¿Cree ud. que los que en aquel tiempo en que se trataba de su libertad y decretaron nuestra esclavitud, nos serán benéficos ahora que la han conseguido y están desembarazados de la guerra? Pues no, no hay motivo para persuadirnos que ellos sean tan humanos. Multitud de recientes pruebas tiene ud. á la vista, y aunque el transcurso de los tiempos le haya hecho olvidar la afrentosa vida de nuestros mayores no podrá ser insensible á los acontecimientos de estos últimos días.

Sabe ud. que el rey identifica nuestra causa con la de la península porque los estragos de la guerra en ambos hemisferios le dieron á entender la voluntad general del pueblo; pero véase cómo están recompensados los caudillos de ésta, y la infamia con que se pretende reducir á los de aquella. Dígase, ¿qué causa puede justificar el desprecio con que se miran los reclamos de los americanos sobre innumerables puntos de gobierno, y en particular sobre la falta de representación en las Cortes? ¿Qué beneficio le resulta al pueblo cuando para ser ciudadano se requieren tantas circunstancias que no pueden tener la mayor parte de los americanos?

Por último, es muy dilatada esta materia, y yo podría asentar multitud de hechos que no dejarían lugar á la duda, pero no quiero ser tan molesto, porque ud. se halla bien penetrado en estas verdades y advertido de que cuando todas las naciones del universo están independientes entre sí, gobernadas por los hijos de cada una, sólo la América depende afrentosamente de España, siendo tan digna de ocupar el mejor lugar en el teatro universal.

La dignidad del hombre es muy grande, pero ni ésta, ni cuanto pertenece á los americanos, han sabido respetar los españoles. ¿Y cuál es el honor que nos queda dejándonos ultrajar tan escandalosamente? Me avergüenzo al contemplar sobre este punto y declamaré eternamente contra mis mayores y contemporáneos que sufren tan ominoso yugo.

He aquí demostrado brevemente cuanto puede justificar nuestra causa y lo que llenará de aprobio á nuestros opresores. Concluyamos con que ud. equivocadamente ha sido nuestro enemigo y que no ha perdonado medios para asegurar nuestra esclavitud, pero si entra en conferencia consigo mismo conocerá que siendo americano ha obrado mal, que su deber le exige lo contrario, que su honor le encaminará á empresas más dignas de su reputación militar, que la patria espera de ud. mejor acogida, que su estado le ha puesto en las manos fuerzas capaces de salvarla y que si nada de esto sucediere Dios y los hombres castigarán su indolencia.

Estos á quienes ud. reputa por enemigos están distantes de serlo, pues que se sacrifican gustosos por solicitar el bien de ud. mismo, y si alguna vez manchan sus espadas en la sangre de sus hermanos, lloran su desgraciada suerte, porque se han constituido sus libertadores y no sus asesinos; mas la ignorancia de éstos, la culpa de nuestros antepasados, y la más refinada perfidia de los hombres, nos han hecho padecer males que no debiéramos, si en nuestra educación varonil nos hubiese inspirado el carácter nacional.

Ud., y todo hombre sensato, lejos de irritarse con mi rústico discurso, se gloriarían de mi resistencia; y sin faltar á la racionalidad, á la sensibilidad y á la justicia no podrán redargüir á la solidez de mis argumentos, supuesto que no tienen otros principios que la salvación de la patria, por quien ud. se manifiesta interesado. Si ésta inflama a ud., ¿qué, pues, le hace retardar el pronunciarse por la más justa de las causas? Sepa ud. distinguir y no se confunda, defienda sus verdaderos derechos y esto le labrará la corona más grande: entienda ud. que yo no quiero dictar leyes, ni pretendo ser tirano de mis semejantes; decídase ud. por los verdaderos intereses de la nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar á sus órdenes y conocerá un hombre desprendido de la ambición e intereses que sólo aspira á sustraerse de la opresión, y no á elevarse sobre las ruinas de sus compatriotas.

Esta es mi decisión y para ello cuento con una regular fuerza disciplinada y valiente, que á su vista huyen despavoridos cuantos tratan de sojuzgarla; con la opinión general de los pueblos que están decididos á sacudir el yugo ó morir, y con el testimonio de mi propia conciencia, que nada teme cuando por delante se le presenta la justicia en su favor.

Comprenda ud. que nada me sería más degradante como el confesarme delincuente y admitir el perdón que ofrece el gobierno, contra quien he de ser contrario hasta el último aliento de mi vida; mas no me desdeñaré de ser un subalterno de ud. en los términos que digo; asegurándole que no soy menos generoso y que con el mayor placer entregaría en sus manos el bastón con que la nación me ha condecorado.

Convencido, pues, de tan terribles verdades, ocúpese ud. en beneficio del país en que ha nacido, y no espere el resultado de los diputados que marcharon á la península, porque ni ellos han de alcanzar la gracia que pretenden, ni nosotros tenemos necesidad de pedir por favor lo que se nos debe de justicia, por cuyo medio veremos prosperar este fértil suelo y nos eximiremos de gravámenes que nos causa el enlace con España.

Si en ésta, como ud. me dice, reinan las ideas más liberales que conceden á los hombres todos sus derechos, nada le cuesta en ese caso el dejarnos a nosotros el uso libre de todos los que nos pertenecen, así como nos los usurparon el dilatado tiempo de tres siglos.

Si generosamente nos deja emancipar, entonces diremos que es un gobierno benigno y liberal; pero si, como espero, sucede lo contrario, tenemos valor para conseguirlo con la espada en la mano.

Soy de sentir que lo expuesto es bastante para que ud. conozca mi resolución y la justicia en que me fundo, sin necesidad de mandar sugeto á discurrir sobre propuestas ningunas, porque nuestra única divisa es libertad, independencia ó muerte. Si este sistema fuese aceptado por ud. confirmaremos nuestras relaciones; me explayaré algo más, combinaremos planes, y protegeré de cuantos modos me sea posible sus empresas; pero si no se separa del constitucional de España, no volveré á recibir contestación suya, ni verá más letra mía.

Le anticipo esta noticia para que no insista ni me note después de impolítico, porque ni me ha de convencer nunca á que abrace el partido del rey, sea el que fuere, ni me amedrentan los millares de soldados, con quienes estoy acostumbrado á batirme. Obre ud. como le parezca, que la suerte decidirá, y me será más glorioso morir en la campaña, que rendir la cerviz al tirano.

Nada es más compatible con su deber que el salvar la patria, ni tiene otra obligación más forzosa. No es ud. de inferior condición que Quiroga, ni me persuado que dejará de imitarle osando emprender como él mismo aconseja. Concluyo con asegurarle que en vista de las circunstancias favorables a que hemos llegado, la Nación está para hacer una explosión general; que bien pronto se experimentarán sus efectos, y que me será sensible perezcan en ellos los hombres que, como ud., deben ser sus mejores brazos.

He satisfecho al contenido de la carta de ud. porque así lo exige mi crianza, y le repito que todo lo que no sea concerniente á la total independencia lo disputaremos en el campo de batalla. Si alguna feliz mudanza de ud. me diere el gusto que deseo nadie me competirá la preferencia en ser su más fiel amigo y servidor, como lo protesta su atento Q. S. M. B.–Vicente Guerrero.– Rincón de Santo Domingo, á 20 de enero de 1821.

(Tomada de: Vicente Guerrero, ensayo biográfico, José María Lafragua).

Mientras tanto, se daban las batallas del 25 y 27 de enero, donde Pedro Ascencio y Vicente Guerrero salían victoriosos.

Iturbide contesta a Guerrero el 4 de febrero de 1821, desde Tepecoacuilco.

Estimado amigo: No dudo en darle á ud. este título porque la firmeza y el valor son las cualidades primeras que constituyen el carácter del hombre de bien y me lisonjeo de darle á ud. en breve un abrazo que confirme mi expresión.

Este deseo, que es vehemente, me hace sentir que no haya llegado hasta hoy á mis manos la apreciabilísima de ud. de 20 del próximo pasado, y para evitar esas morosidades como necesarias en la gran distancia y adelantar el bien con la rapidez que debe ser envío á ud. al portador para que le dé por mí las ideas que sería muy largo explicar con la pluma, y en este lugar sólo aseguraré á ud. que dirigiéndonos ud. y yo á un mismo fin nos resta únicamente acordar por un plan bien sistemado, los medios que nos deben conducir indudablemente y por el camino más corto. Cuando hablemos ud. y yo se asegurará de mis verdaderos sentimientos.

Para facilitar nuestra comunicación me dirigiré luego á Chilpancingo, donde no dudo que ud. se servirá acercarse, y que más haremos sin duda en media hora de conferencia, que en muchas cartas.

Aunque estoy seguro que ud. no dudará un momento de la firmeza de mi palabra, porque nunca di motivo para ello, pero el portador de ésta, D. Antonio Mier y Villagómez, la garantizará á satisfacción de ud. por si hubiese quien intente infundirle la menor desconfianza.

A haber recibido antes la citada de ud. y haber estado en comunicación se habría evitado el sensibilísimo encuentro que ud. tuvo con el teniente coronel D. Francisco Berdejo, el 27 de diciembre, porque la pérdida de una y otra parte lo ha sido, como ud. escribe á otro intento á dicho jefe, pérdida para nuestro país. Dios permita que haya sido la última.

Si ud. ha recibido otra carta que con fecha 16 le dirigí desde Cunacanotepec, acompañándole otra de un americano de México, cuyo testimonio no debe serle sospechoso, no debe dudar que ninguno en la Nueva España es más interesado en la felicidad de ella, ni la desea con más ardor que su muy afecto amigo que ansía comprobar con obras esta verdad, y S. M. B.– Agustín de Iturbide.– Sr. D. Vicente Guerrero.

*(Tomada de: Vicente Guerrero, ensayo biográfico, José María Lafragua).

Las negociaciones fueron activísimas en la primera quincena de febrero de 1821. Guerrero comisionó a su vez al coronel insurgente José Figueroa y los dos representantes se reunieron en la hacienda de Mazatlán, cerca de Chilpancingo, los días 14 al 16 de febrero. Ahí firmaron un plan en el que se asentó que Guerrero exigía de Iturbide que se sumara a la proclamación de la Independencia; que no se celebraría ninguna entrevista personal entre ambos jefes si antes Iturbide no hacía declaración formal de que aceptaba la causa sostenida por los insurgentes, y que solamente en esas condiciones Guerrero y sus fuerzas se le unirían para militar bajo sus órdenes.

Iturbide, ante la inflexibilidad de Guerrero, no tuvo más salida que la de aceptar las condiciones impuestas por el caudillo suriano.

Convencido Guerrero de que el comandante realista estaba resuelto a proclamar la Independencia, y cubriéndose de justa y legítima gloria reconociéndole por jefe, declaró que estaba dispuesto a militar bajo las órdenes de aquél. Reconoce por jefe al más encarnizado de sus enemigos, al más robusto apoyo del Gobierno español, al que por tantos años había derramado la sangre de los mexicanos, y reconocerlo sin más garantía que su palabra de honor fue, preciso es confesarlo, una acción eminentemente heroica y que pocos ejemplos tendrá en la historia. Aquella generosa abdicación, aquella voluntaria obediencia, prueban la grandeza del alma de Guerrero, que todo lo olvidaba, orgullo, resentimientos, honores, gloria, ambición, poder, todo, ante el servicio a la patria.

La proclamación del Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, era la prenda segura de la Independencia, cuya consumación se llevaría a cabo con la entrada del Ejército trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre del mismo año.

(ETA)