Santamaría Almonte, Eusebio

Médico y político. Este inquieto precursor de la Revolución Mexicana nació en Cutzamala de Pinzón el 8 de mayo de 1869; murió fusilado el 5 de junio de 1901 en Mezcala, Guerrero. Su nombre verdadero era Eusebio Santamaría Almonte. El acta de nacimiento la suple una fe de bautizo. La localizó el padre Andrés López en el archivo parroquial de Cutzamala. En ella se asienta la fecha en que nació. La copia data del 19 de noviembre de 1870, según información obtenida por el investigador Hermilo Castorena Noriega.

Su origen tiene visos de leyenda, ya que se halla ligado a la descendencia del generalísimo José María Morelos y Pavón. Conocido es el dato de que el caudillo procreó hijos con doña Brígida Almonte, en Carácuaro, Michoacán; entre ellos están los que fueron generales Juan Nepomuceno y Eligio Almonte. Ambos militaron desde niños a las órdenes de su padre cuando se lanzó a la lucha por la Independencia. Juan Nepomuceno se desligó de él en 1814, cuando fue enviado a EU. Don Eligio, a la muerte de su padre, siguió al servicio de las luchas libertarias a las órdenes del general Vicente Guerrero en la región de Tierra Caliente. Martina Almonte, hija de don Eligio, se casó en Cutzamala con el señor Rafael Santamaría y procrearon a Eusebio, Severo y Tránsito, que vinieron a ser biznietos del general Morelos.

Después de la instrucción primaria, Eusebio partió de Cutzamala, al aprovechar una beca que obtuvo por su dedicación al estudio. El destino fue Chilpancingo, como alumno del Instituto Literario de Varones en enero de 1885.

Se manifestó como excelente alumno, buen orador y delicado poeta. Al aprovechar esas dotes, el gobernador Francisco O. Arce lo invitó a colaborar en su gobierno.

Al terminar la preparatoria, tomó camino a la Ciudad de México, aspirando convertirse en abogado y, así, poder combatir al porfirismo. Sin embargo, cambió esos propósitos, y se dedicó al estudio de la medicina con la sana intención de aliviar la ceguera de su tía Mercedes, que perdía la vista y la capacidad de trabajo; ella era la fuente principal de ayuda económica, tanto para él, como para su hermano Severo, también estudiante. La tía falleció al poco tiempo.

Al ser miembro de la Sociedad Literaria Estudiantil Cuauhtémoc, organizó la publicación del periódico El Micrófono, en 1891. Y poco después, en 1893, editó la revista El Álbum de la Juventud, de la que fue director. La tesis de su examen profesional se llamó Tifo exantemático.

Ante la tiránica actuación del gobernador porfirista Antonio Mercenario, en unión de otros jóvenes guerrerenses combatió a ese grotesco impulsor de injusticias, y pronto fueron perseguidos, al saber que eran enemigos del régimen del general Díaz.

Ese fue el motivo que impulsó al grupo rebelde a fundar el periódico de combate que él dirigió, llamado El Eco del Sur, que fue baluarte y defensor del sufrido pueblo guerrerense. Ese equipo de profesionistas y políticos inquietos lo integraban Rafael del Castillo Calderón, Aurelio Vázquez, Fortino Arellano, Genaro Ramírez, Miguel Román, Florentino Ventura, Inocente Román, Alberto Jiménez, Salustio Carrasco Núñez, Blas Aguilar, Sabino Arroyo, Agustín Arcos, Margarita Viguri y José Aristeo Córdoba, entre otros.

Acosados por la persecución, se refugiaron en Cuautla para escapar a la venganza de Mercenario, hasta que éste cayó del gobierno estatal. Ante el asombro de todos, el presidente de la República nombró en su lugar al señor Agustín Mora, el 16 de enero de 1901, individuo ambicioso y sin escrúpulos, originario de Puebla, que se sentía contaminado por los guerrerenses. Por esa razón los saludaba ofreciéndoles el codo, en vez de la mano.

Parte del grupo acudió al territorio del estado para combatir esta nueva amenaza con las armas; pero el gobierno porfirista, al saber su decisión, mandó tras ellos al entonces coronel Victoriano Huerta. Perseguidos tenazmente, en medio de crímenes ejecutados por Huerta, todos se dispersaron.

Almonte pretendió seguir en la lucha, pero, al verse solo, porque sus compañeros desertaron, tomó el camino de Iguala, y, de paso, se esconde en la casa de su amigo Elías Ramírez, que radicaba en el pueblo de Mezcala. El comisario local se enteró y lo denunció ante el prefecto político de Chilpancingo, el licenciado Domingo Zambrano, quien de inmediato y con mucho sigilo los apresó y los hizo fusilar en la Cañada de El Zopilote, sin miramiento alguno, el mismo día. Había una placa de bronce que indicaba el lugar del fusilamiento, a la salida del puente de Mezcala, pero la quitaron cuando construyeron la carretera, debido a que pasaría junto al lugar señalado. Ya no se reinstaló.

Los vecinos los sepultaron en el panteón del poblado, pero al triunfo de la Revolución, el gobernador en turno, general y licenciado José Inocente Lugo, que supo valorar la trayectoria de precursor auténtico, hizo trasladar los restos a Chilpancingo el 18 de febrero de 1912, reinhumándolos en el área de la alameda Francisco Granados Maldonado. Posteriormente fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres de la capital del estado.

El escritor coyuquense Fidel Franco nos dice, en una biografía que escribió en homenaje al precursor revolucionario, que “antes de morir fusilado el doctor Almonte pronunció las siguientes palabras: ‘Soldados:soy inocente; mi delito es haber luchado en la prensa por la felicidad de Guerrero. Ojalá y mi sangre haga la felicidad de mi querido estado”.

(FMVH)