Salmerón y Ojeda, Martín

Campesino y guerrillero que destacó por su notable estatura, hecho que provocó que lo apodaran “el Gigante”. Nació el 14 de abril de 1774 en Acalco, hoy municipio de Chilapa de Álvarez; murió en Chilapa en 1813. Hijo de José Salmerón y Dominga de Ojeda.

Pasó sus primeros años cuidando ganado y en los trabajos del campo.

En 1796, cuando el tamaño de su cuerpo llamaba ya la atención, fue a la Ciudad de México, donde causó la admiración general.

El profesor de pintura de la Academia de San Carlos, José María Guerrero, lo midió el 18 de noviembre de ese año, anotando que tenía dos varas y 23 pulgadas de alto, medida equivalente a 2.26 m. Proporcionado en todos sus miembros, media del codo al hombro 20 pulgadas; del cabo a la punta de los dedos, 27 pulgadas dos líneas; del codo a la muñeca, 15.5 pulgadas 10 líneas. Pesaba 10 arrobas más 20 libras, que equivalen aproximadamente a 130 kg. También le hizo su retrato, que estaba en el Museo Nacional, fechado en 1796, donde hay una leyenda que lo describe: “era trigueño, de buena faz, ojos aceitunados, ceja delgada, poblada, frente angosta, pelo negro, nariz acordonada, boca regular, belfo el labio superior, de poca barba, pequeña oreja, con dos lunares al pie del clavo de la barba, y aunque de pulsación regular, se le notaban fuerzas extraordinarias… el rostro no es agradable, el conjunto tiene algo de sequedad y se resiente de formas angulosas y duras: está vestido de una chaqueta larga, chaleco y pantalón de una misma tela de algodón o lino de listas alternadas blancas y rojas, con botas al parecer de gamuza negra, sobre el pantalón y hasta la espinilla” (licenciado Manuel Orozco y Berra).

El 1 de noviembre de 1796 fue llevado a la presencia del virrey Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, que lo autorizó para que se exhibiera por paga. Es así como recorrió la Nueva España.

Regresó a México en 1798. Estuvo en Puebla, a cuya ciudad volvió en 1806.

Alejandro von Humboldt lo conoció el 28 de marzo de 1803, en su viaje por lo que hoy es el estado de Guerrero. Lo describe con 2.224 m, con una pulgada más que el gigante de Borneo, que se dejó ver en París en 1783. Después de investigar su ascendencia, Humboldt dijo que se trataba de un mestizo y no de un indígena puro, como se creía. Era el más proporcionado que había visto.

Ignacio Manuel Altamirano, en sus Obras históricas, Tomo II, 1986, pp. 193, lo describe “como de 37 años, de aspecto bonachón, lampiño, bien proporcionado, como de tres varas de altura y vestido de granadero. Con casaca y pantalón verdes con vivos rojos y gran shacó adornado de un largo chilillo que casi llegaba al techo”, y se le conocía en el Sur como “Martín de Acalco, por haber nacido en el rancho; era famoso por haber recorrido casi toda la Nueva España, desde que el virrey Branciforte, a quien fue presentado el 1° de noviembre de 1796, le permitió que se mostrase por paga, como un fenómeno extraordinario”.

En la misma obra se relata que cuando el general don José María Morelos y Pavón iba a atacar el fortín de Tixtla, acompañado del capitán Vicente Guerrero y don Leonardo Bravo, a punto de iniciar el combate, vio algo raro en las filas enemigas y preguntó a Guerrero: “¿Qué es eso?”, señalando a un hombre vestido de verde y que blandía una lanza enorme. Guerrero respondió: “Señor, ése debe ser Martín de Acalco, el gigante que ha andado enseñándose en las plazas de toros con ese uniforme de granadero. ¡Lo traerán para espantarnos!”… Morelos rio comentando:

“¡Qué ocurrencia! Estas gentes nos tratan como a chiquillos…” “¡Hola, colegial!”, exclamó, llamando al joven capitán don Luis Pinzón… diciéndole: “usted ha estudiado teología y ha leído la Sagrada Escritura, ¿no es así?” Pinzón contestó afirmativamente.

“–¿Se acuerda usted de la famosa batalla del valle de Terrebinto?

“–Sí, señor, aquella en que David mató al gigante Goliat de una pedrada. Eso está en el primer libro de los Reyes.

“–Bueno: pues aquí va a haber algo parecido. ¿Ve usted ahí al frente de la línea enemiga aquel figurón vestido de verde, con un enorme gorro y una lanza?… También es un gigante que se llama Martín… ¿de qué?… bien, usted va a ser el David de ese Goliat; pero no un David que lo mate, sino que me lo entregue bueno y sano. Es un pobre hombre, y además un fenómeno extraordinario de la naturaleza, y es preciso conservarlo. Así es que usted, que tiene ingenio y travesura, verá cómo hace para cogerlo vivo y sano, ¿estamos?

“Todos sonrieron. Pinzón parecía consternado.

“–¡Cogerlo vivo! –exclamó– Pero señor, eso es más de lo que hizo el rey David.

“–No hay excusa: usted me responde del gigante Goliat… ¡cuidado con matarlo!

“Después de la terrible batalla del fortín, triunfó el Regimiento de Guadalupe, encabezado por Morelos. Poco tiempo después se escuchaba una mezcla de risotadas y vivas en la columna de los Bravo, que habían quedado al pie del fortín. La causaba el joven don Luis Pinzón, que conducía al gigante Martín de Acalco, bien maniatado y custodiado por cuatro costeños del mismo regimiento.

“El hombrazo, todavía con su uniforme verde, su gran gorro de granadero y atadas las manos a la espalda, parecía tan mohíno y confuso…

“Morelos lo miró con curiosidad y con lástima.

“–Señor –le dijo Pinzón–, aquí esta Goliat bueno y sano.

“–¡Bravo, colegial!… no creía yo que pudiera usted cumplir tan bien mi orden.

“–Me ha costado mucho trabajo, señor, –replicó Pinzón–… Además, me he privado de hacer cosas mejores por tal de coger a este elefante.

“–¿Y cómo…?, preguntó sonriendo Morelos.

“–¡Ah!…, hemos trabajado mucho… Como que estaba terrible, como todos los animales mansos cuando se enfurecen. Ya mero lo matábamos, porque también él nos acometía con su lanza. Pero vio correr a sus jefes, y echó a correr también él. Entonces pude manganearlo de un pie, y cayó al suelo. Fue cuando estos muchachos lo amarraron antes de que pudiera levantarse…”

Morelos se dirige a Martín Salmerón y le dice: … “Le perdono la vida, por ser usted un fenómeno extraordinario de la naturaleza y porque sé que es usted un hombre pacífico, a quien han obligado los gachupines a pelear contra nosotros. Quedará usted libre luego de que hayamos tomado la plaza; pero le prevengo, que si vuelvo a encontrarlo en las filas enemigas, no he de ser tan benigno”.

El gigante dio las gracias con gran reverencia y fue colocado junto a los demás prisioneros en el galerón del fuerte. Después lo enviaron a Zacatula, donde estuvo preso durante tres meses. A su retorno a Chilapa, el cura Morelos lo acreditó como miembro de su escolta personal, de donde por enfermedad se retiró.

(JGCL)