Morelos y Pavón, José María

Caudillo de la insurgencia; Benemérito de la Patria, por decreto del 19 de junio de 1823. Nació en Valladolid, hoy Morelia, Michoacán, el 30 de septiembre de 1765. Fue bautizado por el cura Francisco Gutiérrez de Robles el 4 de octubre siguiente con el nombre de José María Teclo Morelos y Pérez Pavón, teniendo por padrinos a Cecilia Sagrero y Lorenzo Zendejas; así lo demuestra el Libro de Españoles de aquel entonces, documento indispensable para diferenciar a los hombres con “derechos” de los que no los tenían. Murió fusilado en San Cristóbal Ecatepec, estado de México, el 22 de diciembre de 1815.

El futuro continuador de la lucha de Independencia iniciada por Miguel Hidalgo, fue hijo legítimo de don José Manuel Morelos, indio en parte (mestizo), de oficio carpintero, y de doña Juana María Pérez Pavón (de ascendencia criolla), con instrucción cultural. El general Morelos fue el segundo de cuatro hijos tenidos por el matrimonio Morelos–Pavón; le antecedía Juan de Dios Nicolás, y luego de él nacieron María Antonia y María Vicenta (esta última falleció apenas recién nacida, en 1785, año de la peste en el que también murió su padre). La historia cuenta que un día, mientras la madre caminaba fuera de su casa, en donde hacían esquina las calles Los Alacranes y La Alhóndiga, sintió los dolores del parto y al punto dio a luz en el interior de una casa vecina a la iglesia de San Agustín. Desde 1881 esa casa, situada en la esquina suroeste de lo que después se nombrarían las calles García Obesa y La Corregidora, en Morelia, ha sido distinguida con una placa que tiene la inscripción siguiente: “En esta casa nació José María Morelos el 30 de septiembre de 1765”.

Los archivos eclesiásticos indican que los padres de Morelos eran gente respetable, “de buena reputación y cristianos antiguos”, aunque muy pobres. El progenitor, inicialmente, era un “hombre honrado”, que trabajaba como carpintero en Valladolid, un oficio que había aprendido de su padre Guillermo Morelos. El comportamiento general de su familia, como declaró Morelos en 1815, “podría no haber sido edificante, pero no era escandaloso”.

Acerca de doña Juana María Pérez Pavón, los materiales de los archivos civiles y eclesiásticos son más abundantes. Durante generaciones sus antepasados habían sido residentes del pueblo de San Juan Bautista de Apaseo, en la jurisdicción de la ciudad de Celaya. Fue hija de Juana María Molina de Estrada y José Antonio Pavón. Éste, en alguna época, había estado relacionado con la Iglesia católica, pero más tarde se hizo maestro de escuela en Valladolid.

De acuerdo a una serie de pormenores, la futura madre de Morelos vivió en un ambiente económico y cultural superior al de su padre. Juzgando por las actividades en su vida, se infiere que era mujer notable, de carácter vigoroso y convicciones firmes, que dedicó un enorme esfuerzo a atender a su familia y a su hijo; incuestionablemente sería ella la más grande influencia sobre él en sus primeros años.

En un principio, residían en una hacienda propiedad del padre, que perdió por su afición a los juegos de azar y fue encarcelado. De allí se mudaron a la hacienda de Sindurio, propiedad de los frailes agustinos, cerca de Valladolid, pero su progenitor los abandonó llevándose a Nicolás con él –regresa sin su hijo en 1785 tan sólo para embarazar a doña Juana y morir ese año junto con la recién nacida–, por lo que la madre retornó a Valladolid a la casa de don José Antonio donde vivieron con cierta medianía económica hasta la muerte de éste; es entonces que Morelos se dedicó a ayudar al sostenimiento de la familia, que, a decir de algunos biógrafos, sufría muchas penalidades.

En aquellos primeros años, no obstante, encontró tiempo para la instrucción elemental. De su abuelo recibió los elementos básicos de educación; él le enseñó a leer y a escribir. Después de infructuosos intentos por parte de la madre para conseguirle una beca de estudios, Morelos partió a la edad de 15 años a la hacienda de Tahuejo en la que su tío Felipe Morelos prestaba servicios de arriería. Después, se trasladó a la hacienda del Rosario donde desempeñó el mismo oficio de su tío.

El cambio de residencia le permitió tener el primer conocimiento de la Tierra Caliente del sur de México y establecer relación con quienes más adelante se conocerían como los Conjurados del Sur. En ese tiempo obtuvo experiencia práctica de diversa manera; según una historia contada por el general Nicolás Bravo al escritor Lucas Alamán, en una ocasión, cuando Morelos estaba persiguiendo un toro, se golpeó la cabeza contra una rama baja de un árbol; el golpe fue tal que lo tiró de su caballo dejándolo inconsciente y con una cicatriz en la nariz; este brutal impacto posteriormente le ocasionaría fuertes dolores de cabeza que lo obligarían a usar un paliacate.

La vida de arriero le proporcionaba a Morelos un ingreso regular, una parte del cual invertía en comprar mulas, y el resto lo enviaba a Valladolid para la manutención de su familia. Pese a tal ritmo de vida, no dejaba la oportunidad de estudiar algo de gramática; además, las extenuantes jornadas de trabajo vigorizaban su cuerpo y lo acondicionaban para soportar la rudeza de la intemperie, al tiempo que le daban un conocimiento amplio de las condiciones topográficas de la Tierra Caliente, donde algunos años más tarde conduciría al ejército insurgente contra las fuerzas coloniales del virrey.

En 1790, a la edad de 25 años, y con el apoyo del rico hacendado José Juan de Izazaga, decide abandonar la arriería y abrazar la carrera sacerdotal con la finalidad de obtener la capellanía que había sido de su bisabuelo, lo cual era la esperanza más vehemente de su madre. Ingresó al Colegio de San Nicolás, en Valladolid, institución fundada por el ilustre Vasco de Quiroga; allí estudió de 1790 a 1795. Miguel Hidalgo había sido maestro de ese colegio más de un decenio antes de que llegara Morelos, y a principios de 1790 fue nombrado rector del mismo, puesto que desempeñó hasta enero de 1791 cuando lo enviaron a la parroquia de Colima. De modo que durante casi un año, aproximadamente, las vidas de estos dos grandes jefes de la Independencia mexicana (Hidalgo, el rector, y Morelos, el estudiante) coincidieron en San Nicolás en la etapa preinsurgente. En dicha institución, Morelos estudió gramática con Jacinto Mariano y latín con José María Alzate.


Facsímil de la firma de don José María Morelos y Pavón.

En 1792 se abrió para José María la posibilidad de cursar Artes en el Seminario Tridentino de Michoacán, oportunidad que se presentaba cada dos años, intercalándose, sin interferir, con los estudios de San Nicolás y que duraba dos años y cinco meses, permitiéndole al interesado recibir el grado de bachiller por la Real y Pontificia Universidad de México. Así lo hizo y el 18 de octubre, Día de San Lucas, inició esos estudios. Tres años más tarde, el 28 de abril de 1795, viajaba a la Ciudad de México junto con cinco compañeros estudiantes de Filosofía en el seminario, para que le fuera otorgado el grado de Bachiller en Artes. Fueron tres semanas las que estuvieron en la Ciudad de México y acreditó, al día siguiente de aprobar la cátedra de Filosofía, la cátedra de Teología Moral.

Con la certificación y las prisas por obtener nueva promoción, Morelos, el 13 de noviembre, recibe las cuatro órdenes menores y la primera tonsura, ante la satisfacción de la madre, que se vuelve alegría plena el 19 de ese mes cuando se concretizan estos acontecimientos. A iniciativa de don José Juan de Izazaga, el párroco de Uruapan, Nicolás Santiago de Herrera, lo anima ofreciéndole que sea su auxiliar; se traslada en enero de 1796 a aquel rumbo en calidad de ayudante de Herrera e imparte clases, por recomendación de José Juan de Izazaga, en la escuela de San Francisco. El 10 de septiembre de 1796, junto con José Sixto Verduzco, busca el Diaconado y presenta su examen, aprobándolo con “positivo ínfimo” (“un verdadero ‘panzazo’”, dice Ernesto Lemoine); a los 11 días el obispo los consagra y les otorga el grado ante los ojos llorosos de su progenitora y de su hermana.

Sin perder tiempo, el 21 de diciembre de 1797, en ceremonia solemne y con todas las pompas de rigor, oficia su primera misa. El 25 de enero de 1798, es nombrado cura interino de Churumuco, población en su mayoría indígena; en febrero, escribe una misiva al obispo de San Miguel con agradecimientos excesivos y emprende el viaje con su madre y hermana rumbo aquel pueblo a tomar posesión del curato; durante el trayecto el calor se incrementa y un viento que cala los huesos se mete en los pulmones de la progenitora, con un polvo fino, que la enferman; hacen paradas de vez en vez y José María se preocupa. En Churumuco es tal la inclemencia del ardiente clima que doña Juana y María Antonia decaen; José María quiere llevarlas al médico, pero en ese punto perdido en el mapa no hay atención médica y las conduce a la subsede cural a Tamacuaro, otra villa empobrecida que cuando menos cuenta con la ventaja de tener un ojo de agua; regresa a Churumuco y pasa revista a las cosas para supervisar el estado en el que se encuentran.

Viaja constantemente a Tamacuaro a vigilar la salud de su madre y su hermana; ha pasado casi un año y, lejos de mejorar, se agravan; desesperado, contacta a su tío Antonio Conejo y le suplica que las traslade a Valladolid; el tío acepta; con la esperanza de que doña Juana mejorara, regresa al agonizante Churumuco. El 4 de enero de 1799 muere doña Juana en Pátzcuaro; de esto se entera por carta a través de Basilio de la Seiba. Con los ahorros que ha juntado, producto de su carácter previsor y ordenado, adquiere una caja negra para el entierro, exequias completas, 30 misas y las mejores pompas fúnebres; desembolsa $167.00 y seis reales para engalanarle su sueño definitivo.

María Antonia mejora, pero temiendo que recaiga desea salir de allí cuanto antes; en marzo de 1799, lo consigue y permuta a Carácuaro con Eugenio Reyes, en la misma zona de Tierra Caliente, pero con un clima bondadoso y en un lugar cercano a Valladolid. Retoma las actividades de arriero por los caminos de la intendencia del sur y lugares aledaños a Valladolid en los que sigue pulsando los niveles de miseria. Allí procrea su primer hijo con Brígida Almonte; el niño llevará por nombre Juan Nepomuceno Almonte; a éste le sigue Eligio, aunque Brígida muere durante el parto. En 1802, entabla comunicación con Matamoros quien le informa que al maestro Hidalgo le fue autorizada la vacante que dejó su hermano en Valladolid y que ya se encuentra allí; hace las veces de enlace entre Hidalgo y él.

El 17 de agosto de 1806 se casa María Antonia con Miguel Cervantes, y Morelos “descansa”, ya que su hermana no estará sola y no le faltará nada. Dos años después, producto de la relación entre Morelos y Jerónima Aguilar, nace Guadalupe.

La comunicación entre Hidalgo y Morelos se intensifica; el 4 de septiembre de 1810 Hidalgo le escribe que debe estar atento a la fiesta del “gran jubileo” próximo a celebrarse el 29 de octubre, pero sus planes son descubiertos y el movimiento armado se levanta. Sale a Valladolid a buscar al jefe insurrecto y lo alcanza en Charo (Matlatzinco) el día 20, donde recibe la consigna de insurreccionar el sur, con un certificado de su autoridad que a la letra dice: “Por el presente, comisiono en toda forma a mi lugarteniente, el brigadier don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. Firmado.- Miguel Hidalgo, Generalísimo de América”. El citado documento fue expedido en el pueblo de Indaparapeo, Michoacán.

De vuelta a Charo, Morelos salió a cumplir su misión con un criado, una escopeta y dos trabucos. En su parroquia, sólo pudo levantar a 25 hombres, que armó con lanzas y algunas armas de fuego. Con ese pequeño ejército compuesto totalmente de campesinos, el 25 de octubre de 1810 inició Morelos desde Carácuaro su primera campaña militar hacia Acapulco; marchó por Coahuayutla, Zacatula, Petatlán, Tecpan y Coyuca hasta la ciudad portuaria, a donde llegó hacia la primera semana de noviembre. A lo largo de su recorrido por la Costa Grande, se le unieron numerosos combatientes, entre ellos algunos que descollarían en la gesta independentista como genios militares: los Galeana, Ignacio Ayala, Juan Álvarez, etc. Incluso algunos contingentes realistas se pasaron a las filas insurgentes, tal como ocurrió con la guarnición de Tecpan. De este modo, las tropas que acaudillaba Morelos aumentaron sucesivamente de 2000 a 3000 insurgentes para el 9 de noviembre en que tomó El Aguacatillo.


Estatua de José María Morelos en Chilpancingo de los Bravo.

El 1 de diciembre de 1810 se trabó el primer combate entre independentistas y las fuerzas realistas porteñas, a cuyo término ningún bando fue vencido, pero en el que tácticamente salieron beneficiados los insurgentes. Aparte de que le trajo a Morelos más de 600 soldados de línea desertores de los realistas, con el enfrentamiento se cumplía la fase inicial de la primera campaña, cuyos objetivos fueron conseguir armamento, inmovilizar la guarnición de Acapulco y evitar la organización de las milicias provinciales a las órdenes del gobierno virreinal. El 13 de ese mes, ya incorporado Guerrero, toma el cerro de El Veladero. Tras algunos preparativos, por fin se planeó el ataque más ambicioso; con varios miles de hombres regularmente armados, Morelos intentó tomar la plaza de Tres Palos el 4 de enero de 1811 y el 8 de febrero se dispuso a ocupar Acapulco; pero el arribo de tropas coloniales de refuerzo al mando del capitán Francisco Paris, y del sacerdote mayor Nicolás Cosío, así como la traición de Gago, acabaron con sus intenciones y se vio orillado a retirarse al cerro de Las Iguanas.

En marzo cae enfermo; restablecido en Tecpan, volvió al campamento de El Veladero (La Sabana), mientras sus tropas, dirigidas por Julián de Ávila, libraban diversas acciones favorables (30 de abril y 1 de mayo). El 3 de mayo dejó Acapulco, y el 24 entró a Chilpancingo, donde no hubo resistencia enemiga; dos días después, realizó la toma de Tixtla; allí recogió gran número de pertrechos de guerra e hizo 500 prisioneros. A mediados de agosto, se adueña de Chilapa. Atacada Tixtla por sorpresa por el realista José Fuentes, luego de que Morelos asistiera a una corrida de toros a Chilpancingo y quedando Hermenegildo Galeana, Guerrero y Nicolás Bravo al mando, obtuvieron rotunda victoria (15 y 16 de agosto). El 19, tomó Chilapa. En ese mes es convocado por Rayón para formar parte de la Junta de Zitácuaro, pero en su lugar nombra representante a José Sixto Berdusco (Verduzco, según la Enciclopedia de México).


Pintura alusiva al fusilamiento de Morelos en el Ayuntamiento de Morelia.

En nueve meses de lucha armada había aniquilado las fuerzas de tres jefes realistas –Paris, Cosío y Fuentes–, dominando casi todo el territorio del actual estado de Guerrero y conseguido formar un ejército disciplinado; con Tlapa en su poder, terminaba la primera campaña del caudillo suriano y empezaba la segunda. De allí se dirigió a Izúcar (hoy de Matamoros, Puebla) en diciembre, y, luego, a Cuernavaca. A principios de febrero de 1812, llegó a Cuautla, donde, a partir de ese mes hasta el 2 de mayo, sus tropas fueron sitiadas por los realistas de Félix María Calleja. Aunque la hazaña dejó como saldo 300 cadáveres, entre mujeres, niños y gente del pueblo que no pudieron correr más que los caballos españoles, Morelos y la mayor parte de sus soldados se las habían arreglado para escapar del sitio.

Al abandonar la plaza, auxilió a Valerio Trujano en Huajuapan y marchó a Tehuacán; allí recibió el nombramiento de comandante de los ejércitos insurgentes por la Junta de Zitácuaro. Después de una estancia de varios meses en Tehuacán, pasó a Ocuituco (hoy estado de Morelos) para estudiar el ataque a Oaxaca, hecho que tuvo lugar el 25 de noviembre de aquel año (1812). En esta ciudad se puso a organizar la vida civil y militar; estableció una casa de moneda, fundó el periódico Correo Americano del Sur y por cuarta ocasión sabe que se convertirá en padre ya que ha embarazado a Francisca Ortiz. Permaneció inactivo militarmente hasta el 9 de febrero de 1813, cuando salió con su ejército hacia Acapulco. En abril comenzó el sitio a la ciudad porteña defendida por el coronel Pedro Vélez, de donde convocó el 28 de junio al Congreso de Anáhuac en Chilpancingo, debido a la desintegración de la Junta Suprema Nacional Americana ocurrida meses atrás. Dada la rendición del Fuerte de San Diego el 20 de agosto siguiente, se dirigió a Chilpancingo para la instalación del Congreso insurgente que comenzó el 13 de noviembre de 1813; éste lo nombró, en una de sus sesiones, Generalísimo, con el trato de alteza, cargo que declinó para adoptar el de Siervo de la Nación. De igual manera, fue electo encargado del Poder Ejecutivo; el 5 de octubre decretó la abolición de la esclavitud, y el 6 de noviembre se publicó el Acta de Independencia.

A diferencia de Hidalgo, que fue partidario de un gobierno leal al rey de España, Morelos hizo un llamamiento a fin de obtener una independencia completa y para la formación de una República mexicana. Dentro de la cuarta y última campaña, el 7 de noviembre de 1813, mes en el que Francisca Ortiz da a luz a José Vicente, salió Morelos de Chilpancingo junto con Nicolás Bravo con el propósito de tomar Valladolid, donde pensaba instalar el Gobierno. Pasó por Chichihualco, Tlacotepec, Tetela, Pezuapa y Tlalchapa. En Cutzamala se reunió con Matamoros y Galeana, y siguió avanzando por Guayameo, Huetamo y Tiripetío.

A fines de ese año, intentó tomar Valladolid, pero resultó vencido por Agustín de Iturbide. A los pocos días (5 de enero de 1814) los insurgentes sufrieron otra derrota en Puruarán, cayendo prisionero Mariano Matamoros. En octubre del mismo año, llegó a Apatzingán, donde firmó, con fecha del 14, el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana, primera Constitución del país; se le nombró miembro del Congreso y fue despojado del mando militar y el Ejecutivo. Desde ese momento Morelos dedica casi todas sus actividades a la organización civil de la insurgencia para proteger al Congreso, que lleva vida itinerante a causa de la constante persecución realista; el virrey Juan Ruiz de Apodaca mandó cubrir todos los puntos posibles por donde pudiera pasar aquella caravana que se había propuesto como meta llegar a Tehuacán.

En los momentos difíciles, sin embargo, y mediante autorización especial, Morelos se ponía al frente de la escasa tropa que servía de custodia al Congreso. En circunstancia tal, la Asamblea dispuso que el Gobierno itinerante se dirigiera al sur, pero el 5 de noviembre de 1815 la columna rebelde es atacada por Manuel de la Concha en el poblado de Temalac (actual municipio de Atenango del Río); en la acción sería aprehendido el caudillo insurgente por un antiguo soldado independentista, el teniente Matías Carranco, entonces al servicio de las fuerzas virreinales.

Conducido a la Ciudad de México en carromato cubierto, y de noche, Morelos fue llevado a la cárcel secreta de la Inquisición; inmediatamente se le sometió a un doble juicio: civil y eclesiástico, siendo condenado a fusilamiento. Los jueces de la jurisdicción unida lo fueron, por la Real Audiencia, el oidor Miguel Bataller y, por la eclesiástica, el doctor Félix Flores Alatorre, provisor del arzobispado. José María Quiles fue el defensor de oficio. Durante el interrogatorio el gran caudillo se negó a arrepentirse de sus actos. Para evitar muestras de simpatía pública hacia Morelos, Calleja ordenó su fusilamiento fuera de la capital, en San Cristóbal Ecatepec, y su traslado en las mismas condiciones en las que había llegado. La ciudad de Valladolid, en su honor, lleva el nombre de Morelia desde 1828. Durante el gobierno de Benito Juárez, fue instituido el estado de Morelos, en 1869.


Monumento a Matamoros, Morelos y Galeana en Ecatepec, estado de México.

Si bien su figura y pensamiento trascienden cualquier enfoque localista, José María Morelos y Pavón es, por antonomasia, un héroe suriano: realizó todas sus grandes hazañas militares y políticas en el sur de México: Guerrero, Michoacán y Oaxaca. Como estratega militar, descuella en el arte de la guerra, en tanto que como pensador, el Generalísimo marcó también el rumbo ideológico del México postindependiente; innúmeros documentos suyos avalan esta aserción en varios sentidos, sobre todo si se piensa que anota los principios de justicia social por las cuales se pugna hoy en día. Hacia esas ideas apuntan no sólo sus cartas y escritos breves, sino fundamentalmente los documentos principales: el Plan de devastación, el Bando de Oaxaca, los Sentimientos de la Nación, el Decreto de Abolición de la Esclavitud, el Acta de Independencia de la América Septentrional, y sin duda, la Constitución de Apatzingán. En todos ellos propuso la igualdad y la libertad de las clases sociales; en su nueva Constitución abolía sin más la esclavitud y exigía que fueran divididas las enormes extensiones de tierras, propiedad tanto de la Iglesia como de los criollos: una mitad sería del Gobierno y la otra distribuida entre los pobres que carecían de ellas.

Morelos inicia la separación de la Iglesia y el Estado, anticipándose a las Leyes de Reforma emanadas del régimen de Juárez; es el primero que marca la división de poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial; y es también quien se arroga la tendencia democrática al señalar que la soberanía dimana del pueblo, cuando se expresa a través de los representantes que éste elige. En cuanto a visión continental, Morelos ambiciona y profetiza el futuro. En carta a Calleja ríe de su probable fin personal cuando las huestes enemigas lo acosan, y le refiere: “Aunque acabe ese ejército conmigo, queda aún toda la América, que ha conocido sus derechos y el camino a la independencia”.

Esta visión se ratifica en la Constitución de Apatzingán, donde se anota la política de no agresión: “Ninguna nación tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su soberanía”. Esto en referencia al imperialismo colonial español, obviamente, pero cuya connotación sería punto de partida de muchas constituciones de los estados independientes e, incluso, asunto medular de la Carta de las Naciones Unidas (hoy Organización de las Naciones Unidas, ONU), creada más de un siglo después de haber sido proclamado por el caudillo suriano.

(BM/JGCL/MLC)