Martí Pérez, José Julián

Licenciado en Derecho, poeta, periodista, orador y luchador social. Nació en La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1853. Murió en la sabana de Boca de Dos Ríos, Oriente, Cuba, el 19 de mayo de 1895. Sus padres: Mariano Martí Navarro, originario de Valencia, España, y Leonor Pérez Cabrera, natural de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias. Estudió en su ciudad natal y a los 18 años de edad estuvo preso como presunto conspirador contra la dominación española.


José Martí cuando era niño.

Desterrado a España, hizo cursos en Madrid y Zaragoza, ciudad ésta donde obtuvo el título de licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras el año de 1874.

Visitó Francia. En Southampton, Inglaterra, se embarcó rumbo al puerto de Veracruz, al que llegó el 1 de febrero de 1875. Prosiguió su viaje a la capital de la República Mexicana, donde permaneció hasta el 29 de diciembre de 1876.

En la Ciudad de México fue recibido por su padre y el licenciado Manuel Antonio Mercado, secretario de Gobierno del Distrito Federal, quien ofrecía apoyo y protección a los padres y hermanas de José Julián.

Pedro Santacilia, también cubano, yerno de don Benito Juárez, quien quedó a cargo de la familia a la muerte del Benemérito en 1872, presentó a Martí con el coronel Vicente Villada, director del periódico gobiernista Revista Universal de Política, Literatura y Comercio, a cuya redacción le ayudó a ingresar el licenciado Mercado.

La familia Martí Pérez vivía en la calle del Santísimo número 1; estaba formada por don Mariano, de oficio sastre; “doña Leonor, que comenzaba a perder la vista, y cinco hijas”.

Al morir Mariana, una de ellas, se cambian a las calles de Moneda, donde también vivían don Manuel Mercado y su familia. Esa vivienda era visitada con frecuencia por Martí; allí saboreaba las humeantes tazas de café que preparaba doña Lola, esposa de Mercado, en quien el héroe encontró cariño y amor materno.

En la Revista Universal conoce a Guillermo Prieto y al maestro Ignacio M. Altamirano, lo mismo que a José Baz, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, Alfredo de Bablot, Francisco Bulnes, Alfredo Torroella y Antenor Lescano, entre otros.

Su primer artículo es publicado el 13 de marzo de 1875. El 17 de ese mes, el mismo órgano periodístico publica la última obra de Víctor Hugo, Mes Fils (Mis hijos), traducida por Martí.

En las páginas de los periódicos de la Ciudad de México aparecen varios de sus poemas y trabajos literarios. Desde el día 21 comienza a escribir artículos sobre Cuba, entre los que destaca “Yo acuso”, contra la barbarie española (la isla caribeña se encontraba bajo el dominio de España). El motivo del artículo era que pocos días antes habían sido fusilados en Cienfuegos 22 jóvenes estudiantes.

La casa de Rosario de la Peña y Llerena se ubicaba en la calle de Santa Isabel número 10. A esta bella mujer se le conocía como la musa de los poetas de la época. Entendía y conversaba con mucha facilidad sobre poesía, literatura, teatro y otros tópicos. Además de su juventud (28 años), “era alta, morena, de gallardo porte, ojos negros y mirada profunda”. La visitaba toda una pléyade de poetas como Juan de Dios Peza, Justo Sierra, Ignacio Ramírez, “el Nigromante”, Manuel M. Flores, Agustín M. Cuenca y algunos jóvenes del Liceo Hidalgo, sin faltar el propio Martí y el maestro Altamirano, quien presidía pontificialmente aquellas tertulias literarias, para lo cual, según refiere el escritor Castillo Piña, el autor de Navidad en las Montañas trasladó de su casa a la de Rosario “un espléndido sillón desde el cual sancionaba aquellas sesiones”.

A dos años del suicidio del poeta Manuel Acuña, estudiante de medicina, de quien se sabe estuvo perdidamente enamorado de la musa, a la señorita de la Peña se le conoció como “Rosario la de Acuña”, en razón de que él le dedicó aquel apasionado Nocturno a Rosario, del que se recuerda:

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

Durante 1875 el bardo cubano participa en reuniones literarias, escribe versos en el libro de Rosario, toma parte en una polémica sobre materialismo y espiritualismo en el Liceo Hidalgo. Con efusivo romanticismo, se declara a Rosario, quien declina su amor, tal vez para evitar que ocurriera lo mismo que con Manuel Acuña. Lo cierto es que a quien verdaderamente quiso ella fue a Manuel M. Flores, autor de Pasionarias. Después, entregaría su amor al maestro Altamirano.

Puede decirse que en aquel año nace el periodista que había en Martí. Entra a la Revista Universal como gacetillero, boletinista, editorialista, cronista parlamentario, cronista teatral, crítico de arte, etc. Dice Juan de Dios Peza que era el primero que llegaba y el último que salía de la redacción. Como era extranjero en México, para escribir sobre su patria sojuzgada utilizó el seudónimo Orestes. Se llegó a decir que con sus artículos sobre nuestro país Martí se mexicanizó. En sus colaboraciones se advierte su mexicanismo y la influencia del Movimiento Liberal Reformista. Aboga, como Altamirano, porque tengamos una literatura mexicana. Afirma que la independencia del teatro es un paso más en el camino a la independencia de una nación, y se pronuncia por “la creación de un teatro realista, pero un teatro que eduque, que represente no al ser de hoy, sino lo que deberíamos ser”. Elogia un discurso de don Sebastián Lerdo de Tejada, quien era presidente de la República a la muerte de Juárez, y abraza la causa lerdista. Su pluma estuvo siempre dispuesta a la defensa de Lerdo en las páginas de la Revista.

A mediados del 75 escribe frecuentemente sobre tópicos cubanos; destacan los textos referentes a la lucha clandestina para liberar a su patria del yugo español. A este respecto, describe las hazañas, “casi mitológicas”, de Julio Sanguily, aquel valiente insurrecto a quien le faltaban ambas piernas y la mano derecha, consecuencia de una bala de cañón, lo que requería atarlo a su caballo para que pudiera pelear.

En sus recorridos por las calles del México decimonónico, anota en su libreta de apuntes lo que según la prensa de la época era común ver en la ciudad: un México romántico y costumbrista, ciudad sucia, abandonada, antihigiénica, mal alumbrada, con sus calles lóbregas, disparejas, llenas de charcos pestilentes, cantinas y pulquerías (algo muy similar a lo que Altamirano consignaba en sus crónicas cotidianas). En sus conclusiones, “acusa a quienes deben gobernar, y gobernar es servir al pueblo, y servir al pueblo es mejorar su modo de vida”.

Defiende al indio; para ello evoca las figuras de Hidalgo y Juárez e invita a luchar por implantar “una enseñanza obligatoria para redimir al hombre”. Ve erguirse y escuchar las voces indias de Ignacio Ramírez, “el indio de visión volteriana”, y de Ignacio Altamirano, el indio de dicción agreste, “y de este contraste, de esa raza que puede despertar y producir, inicia en México su conocimiento de la raza indígena”.

Hace su presencia la oposición a Lerdo de Tejada. Porfirio Díaz toma las armas. Surgen problemas laborales.

Enrique Guasp Peris, amigo de Martí, defiende a los ancianos, poniendo como ejemplo a don Guillermo Prieto, quien ya era un adulto mayor, diríamos hoy. A finales de 1875, Martí despliega su mayor esfuerzo periodístico.

La Revista reunía muchas de sus colaboraciones; “tal vez hasta anuncios hubiera redactado”, según el propio Guillermo Prieto.

Después del 28 de octubre, Martí enferma y reposa en cama todo un mes. Recibe los cuidados de su entrañable amigo, hermano y confidente don Manuel Mercado y su esposa doña Dolores.

El 30 de noviembre de 1875 aparece el último boletín del seudónimo Orestes, en el que se refiere a La Escuela de Sordomudos.

Cuando la noche del 19 de diciembre se estrena en el Teatro Principal la pieza Amor con amor se paga, asiste a la función Carmen Zayas Bazán, cubana de Camagüey recién llegada a México, quien aplaude efusivamente a Martí, autor de la obra, y se enamora de él.

El 1 de enero de 1876 se proclama, en Oaxaca, el Plan de Tuxtepec, que desconoce a Lerdo de Tejada y designa como jefe a Porfirio Díaz.

A partir de ese año, José Julián Martí se revela como cronista de arte. Deja de escribir en la Revista Universal. Ya no tiene acceso a la polémica. Visita la Academia Nacional de San Carlos y exalta el arte del paisajista José María Velasco, lo mismo que a Santiago Rebull, también pintor, por su cuadro La muerte de Marat.

Insiste en que se haga un esfuerzo a favor de una pintura nacionalista. Durante enero y febrero se sigue representando el refrán llevado al teatro, con los mejores éxitos. Los amoríos de Martí y Concha Padilla, actriz de la obra, se exacerban y escandalizan a don Mariano, padre del dramaturgo, y al mismo don Manuel Mercado.

José Peón Contreras, quien conocía muy bien a Martí, describe esos amores en unos sentidos versos cuya penúltima estrofa finaliza así: “¡Relámpagos de amor desde el proscenio!”, aludiendo a las irresistibles miradas que la Padilla dirige desde el escenario al poeta habanero.

En febrero citado, la situación política se agudiza. La prensa se divide. Martí defiende a Lerdo de Tejada, a quien estima desde que lo conoció en la velada del Colegio de Abogados. En gratitud, el presidente le propone encargarse de la Secretaría de Gobierno del estado de Puebla, pero no acepta. Conoce a don Francisco Zayas Bazán, padre de Carmen, con quien venía huyendo de la revolución de independencia que incendiaba a Cuba.

Sufre nuestro personaje las consecuencias de aquel mal que contrajo en las canteras de San Lázaro, del que tuvo que atendérsele tres ocasiones en España. Se trataba de la enfermedad conocida como sarcoidosis, que ya no lo abandonaría nunca. Lo opera con éxito el notable cirujano Francisco Montes de Oca. Después de ese trance, la lira de Martí parece enmudecer.

En la casa de Nicolás Domínguez Cowan se reunían distinguidos ajedrecistas, entre los que figuraba el poeta. Ahí se halla también, para enfrentarlos, el niño Andrés Ludovico Viesca, a quien se consideraba entonces un portento, según su edad de siete años, y quien derrotó a Martí en 47 jugadas.

En octubre de 1876 la situación se agrava. Lerdo de Tejada se reelige el 26 de ese mes. José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo desconoce y renuncia a su puesto. Así, aquél tiene que combatir contra Iglesias y Porfirio Díaz. Éste derrota a las fuerzas del gobierno en la batalla de Tecoac, Oaxaca.


José Julián Martí Pérez

El 19 de noviembre, la Revista Universal publica su último número. Al siguiente día, Lerdo abandona la capital acompañado de sus ministros rumbo a Michoacán, de donde partirá al exilio. El 23, Díaz entra en la capital enarbolando la bandera de la no reelección.

Martí, en previsión de represalias contra quienes habían defendido a Lerdo, se esconde en casa de Domínguez Cowan.

Ante su pobreza y la de los suyos, piensa en algo más prometedor que le permita su unión con Carmen. Ve a las tierras del Quetzal como una esperanza. Lo apoya don Juan Ramón Uriarte, ministro de Guatemala en México, su amigo y correligionario, quien había publicado en 1873 Galería poética centroamericana.

Publica ahora en El Federalista, periódico en el que aparece su grito de rebeldía ante la movilización de Díaz con 12 000 hombres, para combatir a Iglesias.

Decide radicar en Guatemala, pero antes va a Cuba para arreglar el traslado de sus padres, que desean volver a sus lares.

Dejando una promesa de matrimonio a Carmen, se despide de México y parte a Veracruz en las primeras horas del 30 de diciembre de 1876.

A los dos días escribe a Mercado, diciéndole: “Venía yo de México con los trabajos que deja en el alma ser desagradecido: gracias a usted distraje estas penas con el sabroso castellano de Santacilia, la poesía cerebral de Justo Sierra y la agreste, caliente y pintoresca dicción de Altamirano…” La constante correspondencia con Mercado une a Martí con México. Este epistolario, que comienza en Veracruz, termina en Dos Ríos el 18 de mayo de 1895, un día antes de su muerte.

“El Ebro” es el vapor que lo lleva el 2 de enero de 1877 rumbo a Cuba de paso a Guatemala. De La Habana va a Progreso, Mérida, Chichén Itzá y Uxmal. Vuelve a Progreso y viaja en canoa a Isla Mujeres, Jolbós (sic), Isla de Cantoy; en cayuco, a Belice; en lancha, a Izabal; en caballo, a Guatemala. Lo guía, según refiere, el amor de una mujer. Escribe a Mercado contándole sus impresiones de las tierras del Quetzal. Con las cartas de Uriarte, pronto adquiere una cátedra en la Escuela Normal y comienza a relacionarse y hacerse querer. A don Manuel Mercado le encarga tenga todo listo para la boda con Carmen; le anuncia su llegada a México para la primera quincena de diciembre. Asimismo, que encargue a Cuba su fe de bautismo y agrega: “Agénciemelo todo: papeles, firmas, espinas… y un cubierto en su mesa”.

A poco de haber llegado a Guatemala, “el Profesor Torrente”, como se le llamó en ese país, ha ido incubando un amor en la naturaleza enfermiza de María Granados, su alumna en la Escuela Normal. A petición de ella, escribe en su álbum: “Siento una luz que me parece estrella, oigo una voz que suena a melodía, y alzarse miro a una gentil estrella tan púdica, tan bella, tan bella que se llama María”.

Después de obtener un permiso en su cátedra, parte el 29 de noviembre de 1877. Atraviesa selvas y montañas, cafetales y altos volcanes; cruza el Suchiate: Chiapas, Oaxaca y Veracruz son ahora sus nuevos paisajes.

De vuelta en la Ciudad de México (primera quincena de diciembre de 1877), recorre nuevamente las calles de la capital; se aloja en la casa de Mercado, ahora en Mesones número 11, donde también vive el pintor Manuel Ocaranza. Los invita como testigos de su boda. Escribe su Poema de América y concluye el libro sobre Guatemala, que había prometido. Lo entrega al ministro Uriarte para su publicación. El jueves 20 de diciembre de 1877, a las 6:00 de la tarde, con dispensas de trámite, en casa de Manuel Mercado, se efectúa la boda con la señorita Carmen Zayas Bazán e Hidalgo, de 22 años. Horas antes se había celebrado la ceremonia religiosa.

Parten los esposos para Acapulco, no precisamente en luna de miel, sino porque él debía reanudar sus clases en Guatemala. Los escolta la guardia rural de la Federación. Desde una hacienda (tal vez en el estado de Morelos), “donde el olor a azúcar y el ruido del trapiche oprime el corazón”, escribe a Mercado: “Carmen va muy bella, y muy conversadora de ustedes… esta noche se propone ella bravamente llegar hasta Iguala. Allí renovaremos la numerosa escolta que nos sigue”.

El 1 de enero de 1878 se encuentran en Chilpancingo. Nueva misiva al señor Mercado:

Aquí estamos, Carmen con aureola, yo con amor y penas… Esta luna de miel, errantes, vagabundos, era conveniente a nuestras bodas: peregrinos dentro de la gran peregrinación. Duerme entre salvajes y bajo el cielo, azotado por los vientos, alumbrada por antorchas fúnebres de ocote: ¡Y me sonríe! Ya no hablaré del valor romano. Diré: valor de Carmen.

Aquí me encuentro conocido: ¡en Chilpancingo!, donde la Naturaleza tiene cetro, y la miseria palacio… A Acapulco llegaremos el 5, y de ahí le escribo con el resto de los originales… Adiós ahora, que Carmen me llama, y la madrugada está cerca… Un shake hand (apretón de manos) de año nuevo al eminente pintor (Manuel Ocaranza) –que yo lo digo– y a Ud., muy buena cantidad del alma de su hermano.

El 7 de enero están en Acapulco, de donde parten el día 9 para Guatemala. Se da tiempo para escribirle una pequeña nota de despedida: “… he visto todas las crudelísimas peripecias, rudas noches, eminentes cerros, caudalosos ríos que con sobrada razón esquivan los viajeros… cuadrillas de ladrones, felizmente ahuyentados por la escolta… Aquí, pues, pongo punto, y diciéndole a quien más quiero en México, digo: Adiós a México. Si los pueblos fueran hombres, y se pudiera abrazarlos, ¡Nada tiene su pueblo más generoso y amable que V., y en V. lo abrazo”.

Aunque diversos autores sobre la vida de Martí no lo mencionan, consideramos probable que los esposos hayan llegado, procedentes de Acapulco, al puerto de San José, que es el más próximo a la capital guatemalteca.

Mientras él reanuda su cátedra, después de los 30 días de permiso, “María Granados muere de nostalgia”. Este suceso se fija fuertemente en su memoria y años después lo recordará en Versos sencillos, donde quedará ella –dice Rafael Esténger– como una princesita de cuentos azules:

Quiero a la sombra de un ala
contar este cuento en flor:
la Niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Dice Herrera Franyutti: “Martí se fue de México, pero México nunca más salió del corazón de Martí, y su voz y su pluma siempre estuvieron prestos a cantarlo, pregonarlo y defenderlo”.

Se le expulsa de Cuba en septiembre de 1879, por conspirar nuevamente; pasa a España; de ahí a París, y a principios de 1880 se encuentra en Nueva York.

Tiene diferencias con Carmen, quien no entiende su misión revolucionaria. Hay un silencio de dos años en el epistolario con Mercado, incluidos seis meses de estancia en Venezuela. En Nueva York, confirma la “avaricia sórdida, artera, temible y visible con que este pueblo (EU) mira a México”.

En 1886, su situación en la Unión Americana es angustiosa. Mercado y Pablo Macedo le ayudan y a partir de mayo de 1886 comienza a colaborar como corresponsal del periódico El Partido Liberal. En febrero del año siguiente, recibe la dolorosa noticia de la muerte de su padre. Ese mismo año, traduce la novela de la escritora norteamericana Helen Hunt Jackson, Ramona, que denuncia las penas que sufre el indio californiano. Edita en 1889 La Edad de Oro, revista dedicada a los niños; sólo se publicaron cuatro números mensuales.

Fallece en Nueva York don Sebastián Lerdo de Tejada, cuyos restos son llevados a la Ciudad de México. Martí acompaña el cuerpo de su amigo del cementerio al vapor que lo reintegrará a su patria.

Los Versos sencillos, de que ya hemos hablado, se editan en 1891; los dedica a Manuel Mercado y a Enrique Estrázulas de Uruguay. Ahí están, entre otros, los de su hijo Ismaelillo.

En febrero de 1892 se interrumpe la correspondencia con Mercado. Lo reclama la vida revolucionaria, lo agobia la angustia que le causa no ver a su hijo. Continúa sus trabajos para reunir fondos a favor de la causa redentora.

Decide volver a su entrañable México “para ver de echarle algo más al tesoro”, según le dice a Máximo Gómez. Y agrega: “Yo voy a morir, si es que en mí queda ya mucho de vivo. Me matarán de bala o de maldades”.

Consideramos oportuno abrir un paréntesis, para ofrecer algo de lo que escribe José Martí en torno al sensible deceso del ilustre guerrerense don Ignacio Manuel Altamirano en un artículo que le publica el periódico La Patria, fechado en Nueva York el 24 de marzo de 1893, es decir, a 40 días de la ausencia física del maestro:

… cuando la América sagaz veía ya en la independencia de Cuba la de nuestro continente, inseguro sin ella, o con ella, por lo menos, mucho más seguro, un mexicano de raza india nos amó y nos proclamó; un mexicano que ha muerto. El gesto imperante de Ignacio Altamirano parecía decretar, faz a faz de la historia, la suerte de una familia de pueblos libres.

Hoy, entre los lauros de Paris y la pena de los americanos, acaba de caer el indio precoz a quien declaró “ente de razón” antes de los años de ley, la autoridad de su tiempo; el orador tonante de la Constitución, el guerrillero que picó las espaldas al imperio de Maximiliano, el magistrado diserto, el amigo de los estudiantes, el crítico fino y laborioso, el que puso a los versos que envió al puertorriqueño Betances, en memoria del 14 de julio, su firma de “indio americano y demócrata”; el que ha mandado que quemen su cuerpo para que sus cenizas vuelvan a la tierra donde habló por la libertad y peleó por la patria.

Después de 16 años de ausencia, llega a la Ciudad de México el 18 de julio de 1894. Aquella vez venía de España, hoy llega como centella de las “entrañas del monstruo”. Se presenta en casa de Mercado; cae de hinojos ante doña Lola e hijos; igual escena se observa cuando llega a su hogar don Manuel en su nuevo domicilio de San Ildefonso número 7.

Martí peina 41 años. Se le ve mal vestido, con un traje astroso, corbata deslucida, zapatos sin brillo. Dijo de él Mauricio Magdaleno: “Hoy vuelve un fantasma que mueve a llanto, parece un trágico evadido del infierno”. Al regreso del futuro mártir a la Ciudad de México, recibe con mucho sentimiento la noticia de que ya habían muerto “el Nigromante”, Torroella, Manuel Ocaranza y Manuel M. Flores, inolvidables amigos y compañeros de bohemia, todos ellos celestes, como dijera el lirida igualteco Isaac Palacios Martínez. Vivían: la musa Rosario de la Peña, que aún lloraba la ausencia de Manuel; Concha Padilla, que todavía trabajaba en el Teatro Hidalgo; Guillermo Prieto, pobre, sufriendo su vejez y casi ciego; don Manuel Mercado, ejemplo de cariño fraterno y benefactor de Martí; Justo Sierra, que pronto iría a la Secretaría de Educación al lado de Porfirio Díaz.

Juan de Dios Peza, el autor del hogar, escribe Fusiles y muñecas dedicado a sus pequeños hijos Juan y Margot, mientras que Pepe había cantado a Ismaelillo.

Don Manuel, con la cabeza encanecida, pregunta al héroe: “¿Y usted?” Mercado mismo se responde: “Su vida, bien se sabe, un peregrinar constante; ave sin nido que no ha encontrado asiento fijo en ningún lado. Guatemala, Cuba; nuevo destierro a España, Nueva York, Venezuela; nuevamente EU: Tampa, Cayo Hueso. Ha sido un viajero eterno poseído de un ideal”.

Carmen lo ha abandonado llevándose a Ismaelillo. Va al consulado español a pedir protección contra su esposo. Esto motivó que, en sus Versos sencillos, la recordara diciendo:

Corazón que lleva rota
el ancla fiel del hogar,
va como barca perdida
que no sabe a dónde va.

Alea Iacta est (La suerte está echada). Ya sin ataduras, con su rosa de fuego al lado izquierdo del pecho, parece decir: “Cuba, y mi afecto por los pobres…”

Rompe los estrechos límites de su encadenada isla, “para adquirir dimensiones universales –dice Herrera Franyutti–; hace profecía de humildad; lo pequeño lo seduce más que lo fastuoso; no hay contradicción en él, ni en su vida ni en su persona”.

Conoce en la redacción de El Partido Liberal al poeta Manuel Gutiérrez Nájera, que acaba de fundar la Revista Azul; nace igualmente su amistad con el portalira José Juan Tablada. El escultor Contreras presenta su nueva obra: la estatua en bronce del general Nicolás Bravo, “el Héroe del Perdón”. En la fundición donde se crea la escultura, Martí pronuncia un discurso candente en el que –dice Luis G. Urbina– “analizaba la estatua; ponderaba la ejecución; comentaba la actitud; ensalzaba la generosidad del héroe y la interpretación del artista”. Durante el mismo evento, Gutiérrez Nájera y Justo Sierra, ante la decisión de lanzarse a la lucha armada, según había declarado Martí en su discurso, trataron de disuadirlo. El respondió: “Yo sé que seré la primera víctima en caer, pero mi sangre será fecunda y debo marchar”.

A las 7:00 de la noche del 25 de julio de 1894, arriba a Veracruz; lo recibe Peón Contreras. Menudean las ayudas económicas para la causa. Se dice que visitó al poeta Salvador Díaz Mirón en la cárcel. Antes de marchar al norte regresa nuevamente a México. Por enésima vez en casa de los Mercado. Fiesta en su honor. Más tarde, en la intimidad de su cuarto, escribe a su pequeña hija María Mantilla, residente tal vez en Nueva York. En esa carta hace un bello elogio a la mujer mexicana.

El 31 se reúne con sus paisanos exiliados en México. Ahí reitera su determinación de tomar las armas, enfatizando que si caía no lo lloraran puesto que iba a cumplir con su deber. Hizo rodar lágrimas en algunos presentes.

No se tiene fija la fecha en que Porfirio Díaz recibe al héroe cubano. Lo cierto es que aquél quedó vivamente impresionado y le entregó, como ayuda personal, una fuerte cantidad de dinero para llevar adelante la lucha por la independencia de Cuba.

Regresa a Veracruz y el 30 de agosto ya está en Nueva York. Se comunica por cartas de esa fecha y el 6 de septiembre con el general Máximo Gómez, su correligionario.

Martí, “poseído por fuerzas demoníacas”, emprende el camino hacia la inmortalidad. En vísperas de su muerte piensa en México y escribe a Manuel Mercado su carta póstuma e inconclusa, considerada como su testamento político: “Campamento de Dos Ríos (Cuba), 18 de mayo de 1895”. Horas más tarde, el día 19, con el sol de mediodía iluminando la vega de Dos Ríos, “montado en su jaca blanca, revólver en mano, ¡ebrio de pozo! ¡poseído o suicida!, se lanza sobre los cuadros españoles agazapados en la maleza: una descarga cerrada, humo y olor a pólvora, todo gira en su derredor y Martí se desploma sobre la tierra cubana, atravesados su pecho y su cuello por las balas españolas”.

Su espíritu voló raudo al infinito, satisfecho de haber cumplido con Cuba y con América.

Confirmada la noticia, Justo Sierra escribió en las dos últimas estrofas de un soneto:

En la lira de América pondremos
tu cadáver, así lo llevaremos
en nuestros propios hombros a la historia;
en la paz de tu noche funeraria
acaso, como lámpara de gloria
brille un día tu estrella solitaria.

Y Juan de Dios Peza, igualmente conmovido:

Murió cual lo soñaba su ardimiento,
‘Cuba Libre’ diciendo por plegaria
y empapando en su sangre el campamento
al fulgor de su estrella solitaria.

(HCN)