Profesora rural revolucionaria. Nació en Teloloapan el 30 de mayo de 1888; dejó de existir el 14 de marzo de 1989. Sus padres fueron Filomeno Franco Álvarez y Nicolasa Nájera Castrejón.
Cursó hasta el segundo año de primaria en Chilpancingo y terminó en la Escuela para Niñas en Teloloapan.
Fue escribiente en el ayuntamiento de la ciudad; después, empleada en casas comerciales, y decidió seguir la carrera magisterial.
Como secretaria en un bufete jurídico se dio cuenta de la desigualdad y la injusticia en contra de los pobres, a quienes ni siquiera se les oía y sólo sentenciaba. A los hombres apresados se les conducía, amarrados de los brazos, después de la leva, a Chilpancingo. El Diario del Hogar informaba que muchos presos guerrerenses eran destinados a San Juan de Ulúa, Valle Nacional, Sonora y Yucatán.
Muchos años dedicó al magisterio; su espíritu se nutrió del ideal vasconcelista: “Educar a todos los mexicanos para favorecer el nacionalismo, la libertad y la democracia. El maestro debía ser una especie de misionero redentor que abatiere la crueldad y la opresión, exaltando la formación de la conciencia y los valores espirituales”. Dondequiera que trabajó llevó a la práctica esos valiosos principios; convirtió en apostolado su misión educadora; fundó escuelas, entre ellas la Redención Proletaria, que aún funciona en Teloloapan.
Su vida se resume en cien años de plena y cabal inmersión en el proceso de autoconocimiento y transformación social.
Liberal, católica, revolucionaria, tuvo que vencer muchos prejuicios para asumir su papel de mujer por sí misma y no como complemento de alguien. En ella no hay abnegación ciega; tampoco expresa veneración obstinada hacia el hombre protector, guardián y dispensador de favores. Luchó constantemente para no dejarse arrastrar por el mito de que la mujer feliz es únicamente mujer de hogar.
La escuela fue su punto de apoyo; en ella trabajó para lograr la educación pública verdaderamente nacional, donde la población tuviera los mismos derechos y obligaciones. Hizo gestiones para la apertura de escuelas; demostró su rencor contra el elitismo y la explotación en la enseñanza, así se explica su amor por los indígenas, los campesinos y la doctrina zapatista.
Nunca manifestó afán de gloria, más bien comprendía el trabajo docente como factor de conciencia; sentía que también era explotada, juzgada y condenada por partida doble: como trabajadora y como mujer. No en vano recuerda las preguntas que le hicieron en el poblado indígena de Coatepec Costales, y más bien parecía censura: “¿Por qué vienes sola? ¿Tú no tienes hombre? ¿Por qué?” La respuesta implica dolor, pero es contundente, consciente, precisa, muy bien definida: “Porque sola soy”.
(FNC/UFEP)