Abogado y político. Nació en Morelia, Michoacán, en 1872; murió en Chilapa el 30 de noviembre de 1910.
De familia rica y con pretensiones aristócratas, llegó a titularse de abogado en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo. El apellido completo era Fernández de Córdoba, pero con firme ideología socialista y actitud anticlerical provocó el desdén de la familia (de raigambre conservadora y católica a ultranza), por lo que decidió abandonar el solar nativo y vino a radicar a Chilpancingo, donde abrió un bufete y eliminó el apellido Fernández de, por considerar que no se avenía con sus ideas. Pronto se vinculó a otras personas que compartían aspiraciones, en especial con el licenciado Rafael del Castillo Calderón, doña Margarita Viguri, el doctor Eusebio S. Almonte y Manuel Vázquez, entre otros.
Antonio Mercenario había gobernado el estado de 1893 a 1901, haciendo honor a su apellido, y aún pretendió reelegirse, con el amparo de Porfirio Díaz. Del Castillo Calderón recibió el apoyo de los amigos que decidieron lanzar su candidatura al Gobierno del estado; levantó grandes simpatías en varias partes, principalmente en la Costa Grande, Tierra Caliente y las regiones Centro y Norte del estado, cansados los guerrerenses de tanta imposición.
El triunfo de Del Castillo Calderón no se hizo esperar, pero fue desconocido por el gobierno, lo que soliviantó los ánimos, y Mercenario renunció al cargo; fue sustituido por Agustín Mora el 16 de enero de 1901, quien, al término legal del mandato antecesor presentó su candidatura para el cuatrienio siguiente.
Ante esta situación, Del Castillo Calderón volvió a ponerse al frente de sus partidarios y comprendiendo que no existía otra alternativa que la lucha armada se reunieron en Mochitlán bajo los auspicios de Anselmo Bello, y el 21 de abril proclamaron el Plan del Zapote, que desconocía al régimen porfirista y postulaba el principio de no reelección.
Cuando se conoció en Chilpancingo (al día siguiente) la rebelión y su bandera, el coronel Alberto García fue en busca de los insurrectos, pero no pudo capturarlos. Porfirio Díaz, tan pronto se enteró del movimiento armado, el 12 de abril, dispuso que el coronel Victoriano Huerta se hiciera cargo de la represión al mando de 450 soldados, la cual llevó a cabo con sangrienta crueldad, lo que le valió el ascenso a general brigadier.
Tras algunos encuentros adversos para los insurrectos, Del Castillo Calderón huyó de la entidad. Eusebio S. Almonte y Elías Ramírez fueron asesinados en la Cañada del Zopilote y José Aristeo Córdoba, que valientemente permaneció en Chilpancingo, fue arrestado y enviado a la comandancia militar para ser ejecutado de inmediato. En el camino, por lo que hoy es la Avenida Juárez y las calles Morelos y Bravo, pasó frente a la casa de doña Margarita Viguri, flanqueado por un pelotón de federales. En ese momento salió doña Margarita y, al verla, José Aristeo le dijo: “Adiós Margarita, para siempre”. Doña Margarita comprendió el destino que le aguardaba a su amigo y correligionario, solicitó un amparo por vía telegráfica al juez del distrito en Acapulco, quien con la misma rapidez concedió la suspensión provisional y de esta manera se evitó el inminente fusilamiento.
José Aristeo fue sujeto a proceso; entre tanto, el licenciado Manuel Guillén (paisano y amigo de Del Castillo Calderón y diputado federal) aprovechó la influencia con el anciano dictador para interceder a favor de Del Castillo Calderón y de sus partidarios. Díaz accedió a condición de que el abogado calentano saliera del país y se comprometiera a abandonar toda actividad política. Así fue como Del Castillo Calderón fijó su residencia en San Antonio, Texas, y se sobreseyeron todos los procesos en contra de sus partidarios que habían logrado sobrevivir a la furia homicida de Huerta; en consecuencia, José Aristeo Córdoba recobró su libertad.
Al salir de la cárcel decidió radicar en Chilapa, junto con su esposa, doña Micaela Lara, oriunda de esta ciudad y con la que procreó tres hijos: Carlota, José y Alfredo Córdoba Lara; éste último fundador de la CTM en Guerrero. Allí se dedicó al ejercicio de su profesión y pasó los últimos años de su vida. Se dice, sin que esté comprobado, que días después de que estalló la Revolución, a la que José Aristeo había decidido incorporarse, un sacerdote lo mandó envenenar como represalia a sus frecuentes prédicas anticlericales. Lo cierto es que nunca se supo la causa verdadera de su muerte a la temprana edad de treinta y ocho años.
El levantamiento armado ocurrido en Guerrero contra Porfirio Díaz en 1901, salvo prueba en contrario, fue el primero que se produjo en México al comenzar el presente siglo.
(JPLC)