Bravo Enciso, Leonardo

Caudillo insurgente. Nació en Chilpancingo en 1764 y murió en la Ciudad de México el 13 de septiembre de 1812. Casó con la señora Gertrudis Rueda, con la que tuvo a su hijo Nicolás, general insurgente, presidente de la República y Benemérito de la Patria (v. Bravo Rueda, Nicolás); el matrimonio Bravo Rueda procreó además dos hijas.


Estatua de Leonardo Bravo, en el paseo de la Reforma de la Ciudad de México.

Fue el mayor de los hermanos de acomodada familia dedicada a los trabajos del campo en la hacienda familiar de San Miguel Chichihualco, cerca de Chilpancingo. Don Leonardo adquirió la hacienda andando el año de 1784; en unión de sus hermanos Miguel, Víctor, Máximo y Casimiro fue colocada como la mejor de la región centro, destinada principalmente a la siembra de semillas y crianza de ganado vacuno, así como a la explotación de sus magueyeras, bosques y minas.

Con una extensión territorial parecida a la que tiene hoy el municipio, la propiedad se radicó en los Llanos de Coloapan y se demarcaba a partir del río Michapa, justamente al norte del actual pueblo de Chichihualco y al sur de Xochipala. Para tener los derechos de ocupar los terrenos y recursos naturales de esta parte de la hacienda, don Leonardo estableció un “pacto” con el señor Vicente García, gobernador de indios de Xochipala. El pacto en cuestión consistió en que, año tras año, el hacendado apoyaba con recursos económicos y en especie la celebración de las fiestas religiosas del patrono del pueblo de Xochipala (San Francisco de Asís); ofrecía ganado, mezcal, caña en rollo, maíz, frijol, etc.

Así las cosas, todo marchó bien en la hacienda de los Bravo hasta llegar la primera década del Siglo XIX, cuando se presenta la lucha por la Independencia nacional, abriéndose ante sí un vasto campo de acción militar al genio guerrero de la familia.

Previamente a su incorporación al movimiento independentista, los Bravo habían recibido reiteradas solicitudes del gobierno colonial para ponerse al frente de las tropas pro–virreinales de la comarca. Pero una y otra vez se resistieron a obrar contra las causas patrióticas, por lo cual fueron hostilizados muy estrechamente por los jefes realistas de las poblaciones inmediatas; resolvieron entonces retirarse a lo más intrincado de su hacienda, donde se ocultaron armados en la cueva de Michapa, situada en un barranca de difícil acceso, dispuestos a defenderse si eran atacados.

Por ese tiempo había tenido lugar la fallida toma de Acapulco, llevada a cabo por el cura José María Morelos; en esa circunstancia de descalabro el generalísimo comisionó a don Hermenegildo Galeana a que partiera con destino a la hacienda de Chichihualco en busca de apoyo material y humano, porque sabía que sus propietarios veían con simpatía el movimiento de Independencia.

Hacía siete meses que los hermanos hacendados permanecían en su asilo de Michapa, cuando apareció Galeana pidiéndole los recursos que necesitaba Morelos para continuar su marcha. Ávidos de unirse de una vez por todas a los defensores de la patria, los Bravo dieron al enviado de Morelos gran cantidad de víveres y se alistaron desde entonces en las filas de los independientes.

En los momentos de recibir aquel jefe las provisiones cayó sobre Chichihualco el comandante realista Lorenzo Garrote, quien al frente de una fuerza respetable intentaba apoderarse de los Bravo. Los soldados de Galeana, casi todos negros costeños, se bañaban descuidados en el río inmediato a la hacienda; algunos de ellos limpiaban sus armas y otros se habían entregado al sueño tras la fatigosa marcha recién efectuada.

Mientras Galeana platicaba con los Bravo se oyeron de repente gritos de muerte y nutridas descargas de fusilería: los que se bañaban salieron violentamente del río y sin tiempo para tomar sus vestidos empuñaron las armas y combatieron desnudos; Galeana y don Leonardo Bravo avanzaron al frente de los suyos con heroico valor; el hijo de este último, Nicolás, a la sazón de 25 años, acometió por la derecha a los realistas, en tanto que por la izquierda los estrechaba don Víctor Bravo seguido de la gente de su hacienda. Este hecho ocurrió el 21 de mayo de 1811

El comandante español resistió durante algún tiempo las embestidas de los insurgentes pero desbaratada al fin su división huyó precipitadamente, dejando en el campo gran número de muertos, cien prisioneros, 300 fusiles y considerable cantidad de pertrechos y municiones. Este hecho ocurrió el 3 de mayo de 1811, y se le llamó “batalla de los encuerados”.

La incorporación de los Bravo a la lucha ocasionó que pocos meses después el gobierno virreinal les confiscara su hacienda, la cual les fue devuelta hasta poco después de conseguida la liberación del país.

A partir de mayo de 1811, los Bravo sirvieron como oficiales de la mayor confianza de Morelos. Unicamente Casimiro permaneció al margen de la lucha armada, encargándose de los trabajos del campo. Organizador infatigable, hombre de buen juicio y gran prudencia, Leonardo, al igual que su familia, intervino en las acciones de Chilpancingo, Tixtla y Chilapa, ganadas por los insurgentes. Cuando Morelos retrocedió a El Veladero y reprimió la conspiración de Tabares, encargó a Leonardo el castigo de los traidores y luego la administración de la provincia de Tecpan, recién fundada.

Leonardo Bravo buscó cuevas con salitre para fabricar explosivos, enseñó a los soldados a producir municiones y cuidar el armamento, y estableció sistemas para el despacho de las órdenes y documentos. En noviembre de 1811 participó en la campaña sobre Izúcar, estuvo al mando de la división que fue atacada por el teniente de fragata Miguel Soto y Macedo el 17 de diciembre de 1811, a quien derrotó en batalla, haciéndole muchos prisioneros.

Al ocupar la plaza de Cuautla el 25 del mismo diciembre de 1811 se encargó de excavar trincheras, instruir a la gente, acopiar pertrechos y víveres, y adoptar medidas de defensa y refugio. Del 10 de marzo al 2 de mayo de 1812 defendió los parapetos de Santo Domingo, rechazando con valentía todos los asaltos. Una vez roto el asedio evacuó sus tropas sigilosamente, lo cual no pudo evitar la dispersión de éstas; se dirigió, junto con el teniente coronel Manuel Sosa, José Mariano de la Piedra y 20 soldados mal armados, a la hacienda de San Gabriel, de la que era dueño el realista Gabriel Yermo.

En este lugar fueron aprehendidos por el enemigo mientras dormían, el 6 de mayo de 1812, conduciéndolos, por órdenes de Félix María Calleja, a la barranca de Tilzapotla, donde se les unió, también en calidad de prisionero, el teniente coronel Luciano Pérez, y después a la Ciudad de México para formarles causa. La prisión de don Leonardo fue muy sentida por los insurgentes.

Entre los cargos que se le hicieron estaba el adoptar partido, atraer a él y a su familia Bravo, a vecinos y amistades. El proceso se llevó con lentitud. Condenado a la pena de muerte don Leonardo, el virrey Francisco Javier Venegas suspendió la ejecución con la esperanza de que sus hermanos y Nicolás abandonaran las armas, pero todos rechazaron el indulto. Hablaron con su hermano Casimiro para que influyera en sus hermanos y sobrino, pero tampoco tuvo éxito ese empeño. Morelos ofreció infructuosamente 300 prisioneros, españoles en su mayor parte, por la vida de Leonardo Bravo; ofrecimiento que desechó el gobierno virreinal.

Bravo, Piedra y Pérez fueron ejecutados el 13 de septiembre de 1812, a garrote vil, que consiste en una argolla de hierro con la que se oprime mediante un torniquete la garganta del reo, que muere ya por asfixia, ya al rompérsele las vértebras cervicales. El hecho tuvo cumplimiento en la calzada del Ejido (hoy avenida Juárez, entre la Lotería Nacional y el Monumento a la Revolución, en la capital del país).

Al comunicar Morelos esta dolorosa noticia a don Nicolás le ordenaba que pasase a cuchillo a todos los prisioneros españoles que tenía en su poder tras la victoria obtenida contra el capitán realista Juan Labaqui en San Agustín del Palmar, cerca de Tehuacán. Pero a pesar de sus sentimientos de dolor, de ira y de ansia de venganza por la muerte de su señor padre, según lo manifestó en una carta dirigida a Lucas Alamán en 1850, don Nicolás les perdonó la vida observando una conducta contraria a la del virrey. Decía en la carta: “Desobedeciendo la orden que recibí de Morelos, me resolví a perdonarlos, de una manera que se hiciera pública y surtiera todos los efectos en favor de la causa de la Independencia”.

En honor a su nombre se instituye la Municipalidad Leonardo Bravo, con cabecera en Chichihualco, bajo el decreto 43, el 8 de mayo de 1908, siendo gobernador del estado de Guerrero Damián Flores.

(JRV/BM)