Altamirano Basilio, Ignacio Manuel

Escritor, político, defensor de la República, jurista y diplomático.

Tixtla formaba parte del Distrito de Chilapa (tierras mexiquenses), cuando allí, el 13 de noviembre de 1834, nació Ignacio Manuel Altamirano. Fueron sus padres Francisco Altamirano y Juana Gertrudis Basilio, de buena familia, que hablaban náhuatl y castellano. Son marcados los caracteres indígenas. Se afirma que el apellido lo heredó del padre de un acomodado lugareño y que la madre era mestiza.

El ámbito campirano lo hizo niño ingenioso. Asiste a la escuela que atiende el maestro Cayetano de la Vega, donde los discípulos están divididos en “indios” –que sólo aprenden a persignarse, a rezar y a prepararse para la primera comunión– y en “niños de razón” –hijos de españoles, criollos y mestizos ricos, que se afanan en saber leer y escribir, dominar las cuatro operaciones fundamentales, algo de gramática y rezos–. La familia no estaba en bonanza, pero don Francisco debió ser hombre esforzado, pues lo nombraron alcalde de indios, y al visitar la escuela, don Cayetano le aseguró que pasaría a Ignacio al grupo de los “niños de razón”.

El estado de Guerrero fue creado en memoria del consumador de la independencia nacional, Vicente Guerrero (1782–1831), con territorio que pertenecía en gran proporción al estado de México, áreas de Puebla y Michoacán, el 27 de octubre de 1849. José Joaquín de Herrera fungía como presidente de la República, siendo primer gobernador el combativo Juan Álvarez.

La capital del estado de México era Tlalpan, ahí se estableció el Instituto Literario en 1828; a los dos años se trasladan a la ciudad de Toluca, ocupando éste el antiguo convento de La Merced, y luego una deteriorada construcción conocida como El Beaterio, que da cobijo a maestros y alumnos.

A iniciativa de Ignacio Ramírez se crearon becas a fin de que las municipalidades enviaran dos estudiantes a Toluca. La convocatoria indicaba que los aspirantes supieran leer y escribir. Altamirano obtuvo la beca y con su padre tomó el camino a tierras altas y frías: de Tixtla llegaron a Chilpancingo, Mezcala, Tenancingo, Tenango del Valle y Toluca, en dos semanas de caminata.

Altamirano ingresó al instituto el 17 de mayo de 1849; contaba con 14 años y meses. Llegó para aprender más de memoria que por razonamiento; la vida, cercana a lo monacal, se regía por las obtusas sentencias del Catecismo y exposición de la doctrina cristiana, del jesuita Jerónimo Martínez de Ripalda (Toledo, 1618).
Tres años y medio vivió entre misas, física, gimnasia, educación musical, talleres, latín, matemáticas, inglés, francés; también español y griego. Se distinguió en el estudio, sin faltar quien informara que chiflaba, fumaba y tenía en poco la práctica religiosa.

Al crearse el estado de Guerrero aumentan sus problemas administrativos y de conducta; unos compañeros que no lo querían le compusieron versos obscenos; dice que los guardó en una bolsa del pantalón, pero al salirse fueron a dar a manos del director. La expulsión se convirtió en amenaza.

Siendo de los alumnos menores se acercó a oír la clase de Ignacio Ramírez, éste advirtió la presencia del becario y lo hizo entrar al salón; la elocuencia del maestro abrió senderos en el ánimo cultural del tixtleco, quien escribiría una biografía de El Nigromante. Los conflictos buscan clímax. Altamirano, el 29 de agosto de 1850, escribe una carta a Juan Álvarez: le informa de las dificultades en el instituto. Tal parece que la misiva fue dictada por Ramírez, pues los juicios muestran la madurez de quien conoce bien el terreno de la vida. Álvarez contestó a su homólogo, Mariano Riva Palacio, para recomendar al coterráneo.

Por este tiempo aparecen poemas de amor juvenil. Lee y escribe. Se le nombra bibliotecario y aquí se confirma el encuentro de la cultura universal con su ambición de saber.

A los tres años y medio abandona las aulas. Para sobrevivir, da clases de francés en una escuela privada. Deambula por tierras del estado de Morelos; quizás en Yautepec conoce al personaje que inspira El Zarco y representa su drama histórico Morelos en Cuautla.

Gracias a la generosidad del terrateniente peninsular Luis Rovelo decidió estudiar Derecho en el Colegio de San Juan de Letrán. Guillermo Prieto en Memorias de mis tiempos da trazos desangelados del colegio que dirige José María Lacunza. Se prepara para una vida académica, pero al estallar la Revolución de Ayutla (1 de marzo de 1854) decide ponerse a las órdenes de Álvarez. Tal vez no participó de inmediato en acciones bélicas, pero se le aprovechó en cuestiones de enlace; siempre mostró valor.

Al concluir el movimiento armado reingresa a la institución, acelera la presentación de exámenes y se gradúa. La Guerra de Reforma lo impele a la cotidianidad castrense. La intervención francesa lo retiene en el fragor de la batalla. Trece años defendió a la patria con la espada. Tomó Cuernavaca y Tlalpan. En el sitio de Querétaro, el general Sóstenes Rocha le reconoce valentía y arrojo, y no puede olvidarse su conducta temeraria en el cerro del Cimatario. Dialoga con el emperador iluso, ambos se quejan de sus males gástricos, recomendándole el austriaco que se acostumbre al agua de Seltz.

Cuando era estudiante del Colegio de San Juan de Letrán lo enviaron a dictar una conferencia sobre literatura en el Colegio de las Vizcaínas, que atendía a alumnas de escasos recursos; entre las asistentes halló los ojos luminosos de Margarita Pérez Gavilán, trenzaron la plática grata, se entendieron, eran de la misma tierra del sur y se casaron, muy de mañana, para abreviar los gastos. En su natal Tixtla encontró a los medios hermanos de Margarita y Altamirano los trajo a la capital: los adoptó, les dio su apellido y mejoraron de vida.


Ignacio Manuel Altamirano, su esposa Margarita Pérez Gavilán y sus hijos adoptivos Aurelio y Palma Guillén.

Eduardo Pérez Gavilán contrajo nupcias con doña Dolores Catalán Guerrero y procrearon a Margarita Pérez Gavilán. Al morir el padre de Margarita, la viuda se casó con un señor Guillén, músico de la legua, quien la abandonó con cuatro hijos: Aurelio, Palma, Catalina y Guadalupe. Las niñas Altamirano aprendieron bordado, letras, música y canto; crecieron; servían la limonada en las veladas literarias, sesiones donde imperaban armonías de piano, dulces arpegios melódicos, la revelación de poemas y ensayos. En ese trato surgieron los nobles galanes: Catalina casó con Joaquín Casasús; Palma, con Mariano Sánchez Santos, y Guadalupe con Juan Sánchez Azcona. El destino negó hijos a Altamirano, pero los descendientes de esas tres parejas conservaron su memoria, documentos y libros con verdadero amor. Doña Margarita murió el 9 de agosto de 1918; le sobrevivió 25 años, mientras relataba hechos de guerra y paz del autor de la Navidad en las montañas, a los netezuelos queridos.


Joaquín Casasús y Catalina Altamirano (hija adpotiva de Ignacio Manuel Altamirano) el día de su boda.

La guerra intestina entre liberales y conservadores segó numerosas vidas. Los privilegiados tuvieron actos propios de herederos de hienas. El 22 de diciembre de 1860, en las lomas de San Miguel Calpulalpan, cerca de Arroyozarco, estado de México, Jesús González Ortega, al mando de las tropas liberales, derrota a los conservadores; en enero, Juárez entra a la Ciudad de México, se convoca a elecciones para integrar el Congreso y Altamirano será electo diputado por Chilapa.

El 10 de julio de 1861 pide la palabra para objetar el dictamen del proyecto propuesto por el diputado José E. Prats; allí pronunció el excepcional discurso en defensa de los intereses nacionales; el joven Justo Sierra y su padre fueron a la sesión de la Cámara (que entonces estaba en el Palacio Nacional) y la elocuencia y la dignidad de expresión le quedaron impresas para siempre; cuando en 1889 despedían al orador por su viaje a Europa, Sierra no asistió, era tan supersticioso como su maestro, y envió una carta donde concreta la figura que engrandeció la voz de raíces populares:

“No cumplía 14 años cuando por primera vez vi a Altamirano en la tribuna de la Cámara, pronunciaba el discurso contra la ley de amnistía. La pequeña figura agigantada por el ademán y el acento, la altivez de la frente bajo la negra melena lacia, el crispamiento irónico de la boca suriana, la inaudita expresión de odio, de desprecio, de soberbia que se condensaba en relámpagos en la mirada y en sonoridades vibrantes, calientes, extrañas en la voz, sin llegar al grito jamás y, sobre todo, la palabra, la imagen, la idea, todo mesurado en medio de la pasión desbordante, todo artístico, correcto, rítmico, todo eso lo vi, lo oí, lo sentí por instinto; ahora es cuando me doy cuenta de ello, pero no lo olvido, semejantes espectáculos no se olvidan jamás”.

Sierra, en Juárez, su obra y su tiempo, amplía, con rigor, este juicio.

Ese “discurso contra la amnistía”le abrirá las puertas del triunfo. Destacó en la vida política como diputado (tres veces), fiscal, procurador, magistrado y presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, oficial mayor del Ministerio de Fomento; sirvió a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; impartió clases de Derecho Administrativo, de Historia General y de México, de Historia de la Filosofía, y puso las bases de la Escuela Normal. Fundó periódicos, publicó libros y, sin embargo, vivió con estrechez económica, sin mal usar el dinero del pueblo; un día ve a los ricos en sus altos carruajes tirados por frisones y él está seguro de encontrarse abajo, sin que nadie lo tilde de presupuestívoro.

Después del fusilamiento de Maximiliano decidió cambiar de vida; ya había cumplido con la espada, ahora pelearía con las ideas, y funda una revista donde confluyeron los escritores talentosos de la época; de ahí El Renacimiento, periódico literario (1869), publicación semanal sin banderías que, reunida, constituye un volumen de ochocientas páginas.

Sus Diarios y Epistolario comprenden tres libros de las obras completas. En sus cartas puede verse el trato cercano y digno que tenía con Benito Juárez y más tarde con Porfirio Díaz. Altamirano era exigente y preciso cumplidor de la ley, y su antijuarismo se define en que el Benemérito se reelige; del mismo modo, el antiporfirismo se conforma por la violación de la ley, al promoverse las reelecciones. Los caricaturistas aprovecharon las diversas aristas de la acción y el carácter de Altamirano.


Sofá tallado en mimbre que perteneció al maestro Ignacio Manuel Altamirano. Se encuentra en el museo que lleva su nombre en Tixtla, Gro.

Porfirio Díaz lo nombra cónsul en Barcelona. El clima le hace mal a Altamirano y tiene que permutar con Manuel Payno (su antiguo antagonista) por París. Las cartas que recibe Joaquín Casasús dejan ver olvidos, transferencias, errores, que en un hombre creador indican padecimientos graves; Altamirano siempre se quejó de disentería, de ictericia, diabetes, pero hay un flagelo más imperativo. Casasús encuentra a su suegro y buscan un clima benigno, estableciéndose en San Remo, Italia; va con su esposa Catalina a Génova para analizar el esputo del maestro, que resultó positivo. Un acceso de tos lo pone en malas condiciones; cuando el desenlace de la tuberculosis está cercano, el maestro dice a su fiel acompañante: “Qué feo es esto”.

Su ímpetu se apagó un lunes, 13 de febrero de 1893, a los 59 años de proba y lúcida existencia, y se cumple una frase que, se afirma, le gustaba decir: “en 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir”, pensamiento que nos hace recordar la Vida nueva de Dante (1292), donde el número cabalístico por Beatriz es el 9. (Altamirano se casó el 5 de junio de 1859, en el sagrario metropolitano).

En San Remo, Altamirano encontró amigos masones que integraban un grupo y que influyeron para concretar la voluntad del maestro en el sentido de la cremación de su cuerpo. Las cenizas se guardaron en una urna metálica; Casasús las llevó a París, Nueva York, Veracruz y, finalmente, a la Ciudad de México, donde fueron depositadas en la capilla de José María Iglesias, y luego en la que hizo levantar Catalina Altamirano, en el Panteón de la Piedad; en 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, se condujeron con honores a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón de Dolores, de la capital mexicana.

Quienes vivimos los últimos años del Siglo XX y parte del Siglo XXI somos afortunados, pues tenemos oportunidad de ver reunidos los escritos que, en otro tiempo, nada más los acuciosos hubieran podido gozar. Los investigadores han recogido de las hemerotecas y de colecciones particulares numerosos textos, hasta juntar 24 volúmenes que publica la Secretaría de Educación Pública desde 1986. Se pueden adquirir en buenas librerías o directamente en EDUCAL, dependencia del Gobierno mexicano, Av. Ceylán 450, Colonia Euzkadi, C.P. 02660, de la Ciudad de México.

El mejor homenaje al ilustre tixtleco es leerlo; por eso, anotamos las Obras completas de Altamirano:

I. Discursos y brindis.

II. Obras históricas (Revista histórica y política. Morelos. Miguel Hidalgo y Costilla. Notas, reseñas y crónicas).

III. Novelas y cuentos (Las tres flores. Julia. Navidad en las montañas. Clemencia) (tomo 1).

IV. Novelas y cuentos (Antonia, Beatriz. El Zarco, Atenea) (tomo 2).

V. Textos costumbristas (dieciséis escritos sobre fastos populares).

VI. Poesía.

VII. Crónicas (tomo 1).

VIII. Crónicas (tomo 2).

IX. Crónicas (tomo 3).

X. Crónicas teatrales (tomo 1).

XI. Crónicas teatrales (tomo 2).

XII. Escritos de literatura y arte (tomo 1).

XIII. Escritos de literatura y arte (tomo 2).

XIV. Escritos de literatura y arte (tomo 3).

XV. Escritos sobre educación (tomo 1).

XVI. Escritos sobre educación (tomo 2).

XVII. Textos jurídicos.

XVIII. Periodismo político (tomo 1).

XIX. Periodismo político (tomo 2).

XX. Diarios.

XXI. Epistolario (tomo 1).

XXII. Epistolario. (tomo 2),

XXIII. Varia, 2001, que reúne textos que no se pudieron incluir en los veintidós anteriores.

El volumen XXIV (Índice y cronología) es de noviembre de 2005.

Debe recordarse que hay ediciones facsimilares de El Renacimiento (1993) y de El Zarco (1995), de la Universidad Nacional Autónoma de México, y de Navidad en las montañas, de Manuel Porrúa, 1972. Es bueno aclarar que los trabajos de Altamirano de El Renacimiento se han incluido en los 23 volúmenes, de acuerdo con los temas que trata.

En 1998 apareció Proverbios mexicanos, que reunió el ilustre polígrafo, con prólogo de Andrés Henestrosa, Gobierno del estado de Guerrero, en edición de Miguel Ángel Porrúa, 100 pp.

Pueden servir de orientación los libros de: Vicente Fuentes Díaz, Ignacio Manuel Altamirano. Triunfo y vía crucis de un escritor liberal, Gobierno del estado de Guerrero y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993; Huberto Batis, Índices de El Renacimiento, UNAM, 1963; y Jornada altamiranista, Summa Académica de la Sociedad de Geografía y Estadística, 1994; Nicole Giron, Ignacio Manuel Altamirano en Toluca, México, Instituto José María Luis Mora, Instituto Mexiquense de Cultura e Instituto Guerrerense de la Cultura, 1993.

Homenajes:

  • Homenaje a Ignacio Manuel Altamirano, UNAM, 1935; Homenaje a Ignacio Manuel Altamirano (1834–1893), Universidad Veracruzana, 1997; Ignacio Manuel Altamirano visto por altamiranistas, Chilpancingo, 2009, 590 pp.
  • Al cumplirse el centenario de su nacimiento, la UNAM reunió, en un ciclo de conferencias, a los más destacados expositores de la época. De ahí se integró un valioso volumen en 1935.
  • En el estado de Chiapas, el 16 de enero de 1933, por disposición del gobernador Victórico R. Grajales, el pueblo de San Carlos es elevado a la categoría de villa con el nombre de Villa Enríquez, en honor del exgobernador Raymundo Enríquez. El 25 de enero de 1935, el mismo gobernador Grajales le cambia el nombre por el de Villa Altamirano, para recordar al ilustre poeta de Tixtla; hoy, es un municipio que incluye 88 localidades, con una población aproximada de 26 000 habitantes y con cabecera en Altamirano.
  • El Gobierno del estado de Guerrero expidió el siguiente decreto:

ESTADOS UNIDOS MEXICANOS.– PODER EJECUTIVO DE GUERRERO.– El ciudadano General y Licenciado José Inocente Lugo, Gobernador Provisional Constitucional del Estado Libre y Soberano de Guerrero, en uso de sus facultades de que se halla investido.– CONSIDERANDO: Que en el año de 1934, primer centenario del nacimiento del ameritado guerrerense IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, no se honró debidamente su memoria por el Gobierno del Estado con un acto digno de la vida fecunda del gran maestro de la juventud mexicana, es de estricta justicia moral reparar tan lamentable omisión, en términos que su nombre ilustre sea perpetuado para respeto y admiración de la posteridad, lo cual se satisface imponiéndole a una población del Estado, que tenga un seguro crecimiento y bienestar en lo porvenir y a este efecto, el pueblo de Pungarabato es el más indicado por sus magníficas condiciones naturales y comerciales, cuyo desarrollo actual es bastante para erigirlo en ciudad, estimulando así a sus habitantes a perseverar en sus esfuerzos nobles para mejorar a la población, bajo la égida del preclaro nombre del varón modelo de las virtudes cívicas y privadas que desde hoy en adelante quedará vinculado íntimamente a los destinos de ella y en este concepto ha tenido a bien expedir el siguiente:

DECRETO NÚMERO 33

ARTÍCULO ÚNICO.– Se erige en ciudad el pueblo de Pungarabato, cabecera de la Municipalidad de su nombre, imponiéndosele el nombre de CIUDAD ALTAMIRANO.– Este decreto comenzará a regir desde el primero de agosto de este año.– Dado en el Palacio del Poder Ejecutivo de Chilpancingo, Guerrero., a los veinticinco días del mes de julio de mil novecientos treinta y seis.– J. I. Lugo.– El Secretario General de Gobierno.– Lic. Gabriel Parra.


Decreto por el cual se cambia el nombre de Pungarabato por el de Ciudad Altamirano.


Altamirano en el cine:
Dos de sus novelas merecieron la atención de cineastas: Clemencia y El Zarco.

  • En el cine mudo se filmó Clemencia, en febrero de 1921; Luis G. Peredo fue el director; la interpretó Honoria Suárez, que declaró haber trabajado con “resultados parciales”. En el cine sonoro, en noviembre de 1934, la dirigió Chano Urueta, la interpretaron Consuelo Frank (Clemencia), Julián Soler (Enrique Flores), Victoria Blanco (Isabel), Víctor Urruchúa (Fernando del Valle), Emma Roldán, Carlos López (“Chaflán”), Paco Martínez, César Rendón. Se estrenó el 20 de febrero de 1935 en el cine Palacio. La película tuvo crítica adversa.
  • El Zarco. Se filmó a partir de septiembre de 1957. La dirigió Miguel M. Delgado y fue estrenada en el cine Variedades. Fueron los intérpretes: Pedro Armendáriz (El Zarco), Rosita Quintana (Manuela), Armando Silvestre (Nicolás), José Elías Moreno (Martín Chagoyán), David Reynoso (El Chacal).

(AND)